Venezuela: epopeya y tragedia del chavismo
La actual crisis política y social en Venezuela puede ser leída como el desenlace de un proceso de cambio radical cuyo derrotero tendrá consecuencias en la región
El 2 de febrero de 1999 un militar de 44 años, comandante de paracaidistas, asumía la Presidencia de Venezuela jurando sobre "esta Constitución moribunda". Muchos lo consideraban un presidente algo folclórico e incluso generaba algunas burlas entre los sectores acomodados. Hoy, tras 18 años seguidos de chavismo y de la propia muerte de Hugo Chávez, la Constitución bolivariana que Chávez consiguió aprobar con amplia mayoría en 1999 busca ser reemplazada, al menos parcialmente, por una Asamblea Constituyente con mucho menos apoyo y en medio de una profunda crisis política y social.
En el medio, la Revolución bolivariana transitó un derrotero que concentró grandes expectativas -en todas las latitudes-, reactivó imaginarios de revolución y socialismo y dio forma a un nuevo latinoamericanismo. La vía de resolución de la crisis tendrá profundas consecuencias en la región. En este marco, revisar el proceso bolivariano, con sus hitos y sus fallas estructurales, permite mirar la actual coyuntura desde una perspectiva más amplia y reponer algunos elementos de un fenómeno que, como todo cambio político radical, es leído tanto en términos de tragedia como de epopeya; y como suele ocurrir combina un poco de ambas.
Una mezcla de Perón y Evita
El Estado de bienestar petrolero construido en los años 70 y la estabilidad sellada por el pacto del Punto Fijo en 1958 estallaron por los aires en 1989 con el Caracazo, que dejó centenares de muertos por la represión estatal. Pero se tardaría una década para que el agotamiento de la denominada IV República encontrara un relevo en el Movimiento V República fundado por Chávez tras su golpe fallido en 1992. El periodista y escritor Marc Saint-Upéry describe a Chávez como una mezcla de Perón y Evita: la cara militar y la cara plebeya en un solo liderazgo capaz de captar la adhesión de los de abajo. En sus primeros tiempos, Chávez combinó propuestas económicas muy moderadas con un nacionalismo militar con amplia tradición en el país y el continente y algunos contactos con el Foro de San Pablo o el Foro Social Mundial (o AntiDavos).
Recién tras el golpe fallido contra su gobierno en 2002, y el paro petrolero de 2002-2003, el líder bolivariano comenzaría a definir su proyecto como "socialismo del siglo XXI" y a captar la atención y el apoyo activo de las izquierdas continentales. La estrechísima alianza con Cuba terminaría de alejar a Chávez del tradicional péndulo populista entre izquierda y derecha y estabilizó su ideario como una suerte de socialismo nacional.
Su tribuna del pueblo, además de actos masivos, fue su programa Aló Presidente. "Una característica del presidente venezolano es la virtuosidad que manifiesta en el uso de temas de su vida privada como fábulas morales y didácticas para comunicar al pueblo su visión de tal o cual asunto público", escribió Saint-Upéry en 2008. Podía reñir a ministros, citar la Biblia, cantar o leer párrafos de libros teóricos sobre el socialismo. Chávez buscó encarnar, sin disimulo, a Simón Bolívar. En palabras del historiador Tomás Straka: "Cumplir la meta de grandeza trazada por Bolívar y abandonada por los gobiernos posteriores que 'traicionaron' su ideario".
La presencia de George W. Bush en la Casa Blanca brindó el escenario perfecto para un renovado antiimperialismo regional. Una de las evidencias de lo que se perfilaba como el "giro a la izquierda" latinoamericano fue la Cumbre de Mar del Plata de noviembre de 2005. Desde aquel escenario, Chávez puso en juego toda su oratoria y teatralidad y sintetizó su magnetismo en una frase: "Alca, Alcarajo", que sellaba la muerte del acuerdo de libre comercio con el apoyo de Néstor Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva.
De Venezuela salieron discursos ideológicos, imágenes revolucionarias y, no menos importante, petrodólares para el nuevo proyecto bolivariano plasmado en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). El chavismo fue, para las izquierdas continentales, la tabla de salvación, y de recomposición, tras los naufragios de los años 70 y de fines de los 80.
El Estado mágico
Chávez intentó diversos proyectos "poscapitalistas" pero ninguno permitió "sembrar" el petróleo y poner en pie un sistema productivo capaz de superar el carácter rentista e importador del país. No obstante, fue capaz de dar identidad a los excluidos en una clave similar al peronismo de los años 40. La subida de los precios del petróleo le permitió una importante transferencia de renta a los sectores populares y la puesta en marcha de las "Misiones" -sociales, sanitarias, educativas, de vivienda-. Sin capacidad productiva, ello convivió con la masiva dependencia de la importación de alimentos y de bienes de lujo para los antiguos ricos y para la nueva "boliburguesía", como se conoce a los beneficiarios de la revolución bolivariana.
El propio Chávez reconoció en 2007: "Estamos empeñados en construir un modelo socialista muy diferente del que imaginó Marx en el siglo XIX. Ése es nuestro modelo, contar con esta riqueza petrolera". El proyecto chavista no escapó a la lógica del "Estado mágico". "El Estado como brujo magnánimo capaz de lograr el milagro del progreso" a través de la renta petrolera, como lo describió el escritor Fernando Coronil. En el petróleo estuvieron tanto las potencialidades como los límites del proyecto bolivariano. Más que transformar el Estado, la revolución construyó gran cantidad de iniciativas ad hoc y escasa institucionalidad y transparencia financiadas por Petróleos de Venezuela (Pdvsa).
Corrupción, voluntarismo, proyectos megalómanos, dependencia del petróleo y "mentalidad rentista" no eran nuevos en Venezuela, pero se agravaron durante los gobiernos de Chávez. Al mismo tiempo, el país vivía una intensa polarización -60% contra 40%- y la oposición no escatimó en medios para desplazarlo del Palacio de Miraflores: el golpe de Estado de 2002, el boicot de las elecciones, la participación en ellas, las movilizaciones callejeras y una intensa campaña mediática de desprestigio con aristas clasistas y racistas. A su turno, el gobierno no dudó en abusar de la institucionalidad vigente y en reforzar el poder militar: la Fuerza Armada Bolivariana es una de las caras de un triángulo de poder que incluye al líder, al pueblo y a los militares. El "socialismo del siglo XXI" careció de un modelo productivo, convivió con una afincada cultura consumista y combinó democracia participativa con marcialidad militar.
Nuevos tiempos para Maduro
La muerte de Chávez en 2013 agravó los problemas. Ex sindicalista, antiguo chofer del Metrobús de Caracas y funcionario de alto nivel, Maduro fue elegido frente a otros presidenciales, como el poderoso Diosdado Cabello, ex militar y personaje asociado a la boliburguesía. Pero Maduro no pudo estar a la altura y por eso forzó conexiones sobrenaturales con el líder que lo ungió en su lecho de muerte y reforzó el poder de los militares en el aparato estatal.
Tras ganar por escasísimo margen en 2013, Maduro debió enfrentar dos novedades. Primero fue la pérdida del Parlamento: en 2015 la oposición nucleada en la Mesa de Unidad Democrática (MUD) le arrebató al Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) la mayoría de la Asamblea Nacional. Y en segundo lugar, una presencia opositora, inédita por su persistencia en las calles. En 2015 se anticipó así un catastrófico choque de poderes. Y el gobierno se volvió una suerte de "populismo de minoría", lo cual choca con un discurso que se legitima en la representación de la mayoría del pueblo.
El reciente plebiscito de la oposición, sin base legal, y la polémica Asamblea Constituyente oficialista -elegida mediante el voto ciudadano y "territorial" sin base constitucional- son las últimas expresiones de un escenario sin un espacio de competencia común respetado por ambos contendientes. La oposición necesitaba superar los siete millones de votos para "revocar" simbólicamente a Maduro y, según la MUD, los consiguió sin que se pueda verificar la cifra. El gobierno necesitaba sobrepasar ese número para ganarle a la oposición y "milagrosamente" obtuvo ocho millones. Un récord del chavismo hoy puesto en cuestión. Entretanto, el gobierno incrementó la represión y la oposición busca una estrategia para enfrentar la Constituyente, que tiene el poder soberano. Se dice que hay algunas negociaciones bajo la mesa para tratar de salir del empantanamiento catastrófico, pero todos las niegan.
Sin duda, la Revolución bolivariana perdió su mística y lo que era una inspiración para las izquierdas regionales se volvió un lastre (algunos tratan de reaccionar críticamente y otros acusan a la "guerra económica" y a Estados Unidos por la deriva violenta y por la profunda crisis que vive el país). El fantasma de la "venezuelización" sirve a las derechas y centroderechas de América Latina para sumar adhesiones. Y los problemas de desabastecimiento desprestigian el término "socialismo".
En Venezuela, entretanto, la pérdida de apoyo del gobierno convive con la memoria de Chávez entre los sectores populares y, paradójicamente, con una oposición que hoy levanta la Constitución bolivariana de 1999, aquella que en su momento rechazó, como el resguardo contra el giro autoritario de Maduro. Resta saber si la amenaza del enfrentamiento civil alcanzará para gestar una salida pactada.