A una hora y media de Bangkok, el mercado flotante Damnoen Saduak es el más grande de Tailandia , con múltiples cursos de agua que se entrecruzan y centenares de puestos. Lleva el nombre del canal construido hace siglos para conectar dos ríos, en épocas en las que esa red era la vía de comunicación más eficiente. Por algo se conoce a Bangkok como la Venecia del Este.
A medida que se recorre el canal en un bote a motor, y antes de que comience el corazón comercial del mercado, se puede observar en las orillas que cada casa tiene pilotes que sostienen a la altura de los ojos unas construcciones de madera, con imágenes budistas y ofrendas como flores e incienso. Son las llamadas "casitas de los espíritus", con las que se rinde homenaje a los muertos queridos y se invoca su protección.
A los pocos minutos de recorrida, empieza el movimiento intenso. Los vendedores exhiben sus mercancías en los puestos que alquilan a los dueños de las plantaciones de coco y banana. Hay muchos que tienen una canoa, y hasta cocinan carnes a la parrilla a bordo. En algunos cruces de canales parece necesario un semáforo porque de 7 a 12 la actividad es frenética.
¿Qué se puede comprar? De todo. Especias, sombreros, frutas, carnes asadas en brochettes, carteras, tés, instrumentos musicales, sedas, artesanías, pinturas y cuadros con marco de vidrio que serían el delirio de un entomólogo: contienen arañas, escorpiones, mariposas y murciélagos otrora vivos, ahora en exhibición. Entre las artesanías, sobresalen los elefantes, animales sagrados que representan el poder del rey. Un regateo del 30% es considerado aceptable.
Dulzuras poco convencionales
El dulce de leche no es un manjar universal. En Tailandia , los postres más populares (aunque los consumen en cualquier momento del día) son bastante exóticos para el paladar occidental: se sirven con arroz, porotos, choclo, calabaza y habas, entro otros ingredientes no tradicionales para esta parte del mundo.
El helado de coco es uno de los favoritos que se venden en las canoas. No es una bocha zonza en un cucurucho: es una pinturita foodie. En medio fruto ahuecado sirven la crema fría, saborizada con trozos de coco natural, y la decoran con pedacitos de otra fruta dulce (el sorprendente luk chid, de pulpa transparente). Arriba de todo va el sweet sticky rice (es decir, arroz pegajoso y dulce) en dos tonos: con colorante verde y celeste. Es la evolución del arroz con leche, una delicia para la vista y para el paladar, que se consigue por 30 baht (menos de un dólar).
Para probar dulzuras con choclo o con porotos, hay que imaginar una preparación tipo consomé (se la considera dulce porque no es salada) que se consume con cuchara, tipo sopa. También existen opciones con calabaza y harina de arroz, unas bolitas que se sirven en un jarabe hecho con leche de coco, y otras propuestas con habas cocidas al vapor.
Al desembarcar, se puede comprar kanom beang, unos mini (tamaño canapé) panquequitos crujientes, rellenos de merengue empalagoso, herencia de la impronta portuguesa en estas tierras. La traducción más cercana sería fideos de huevo, ya que la masa se hace con yemas y se cocina a la vista. Una bandejita de ocho unidades cuesta también menos de un dólar.