Veinte cuadras y 500 taxistas furiosos
Es una noche de semana en Palermo, la incansable lluvia de primavera dio una tregua y el taxi es cómodo, nuevo, limpio y huele bien. Si se suma el dato de que el conductor es amable, habla lo justo y maneja con suavidad, la Legislatura de la ciudad de Buenos Aires, una máquina de descubrir ciudadanos ilustres, bien podría convertir a este en un "taxi ilustre". Se lo merece.
Y entonces, todo cambia.
"¡Guerreras y guerreros de taxistas unidos, celebremos!". La voz, potente y eufórica, atrona desde todos los parlantes del auto y toma la cabina para lanzar a las alcantarillas palermitanas cualquier atisbo de placidez. La Legislatura puede esperar.
La voz crece en potencia y vibración. Se nota que habla un líder, y se intuye que son muchos los que escuchan en ese momento. "Estamos atacando por todos lados y tenemos importantes novedades", informa la voz. Las 20 cuadras desde casa al restaurante en el que esperan unos amigos se convierten en una aventura. La idea de llegar rápido pierde atractivo, esa radio promete una historia de las buenas. Quizás haya que seguir hasta Liniers, Martínez o La Boca. Cuadras y tiempo suficientes para escuchar lo que la voz y sus oyentes tengan para decir.
La Legislatura, ya fue dicho, no premiara al "taxi ilustre", pero es precisamente esa institución porteña que sanciona las leyes que rigen en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires la responsable de tanta euforia: es la noche del jueves en que se aprobó la llamada "ley antiUber", y los taxistas sienten que comienzan a ganar batallas.
"¡Celebremos y viralicemos! ¡Viralicemos, muchachos, porque la gente en dos días se olvida!". El que habla es presidente de una asociación de taxistas, según explica el conductor. Lanzado, el gremialista se torna cada vez más agresivo, seguramente motivado por la audiencia potencial de 500 taxistas que reúne el grupo.
"¡La lucha continúa, la batalla no está ganada ni ahí! A ver si logramos que las contravenciones puedan pasar a multas, ¡seguiremos luchando!". El viaje se convierte en una inesperada inmersión en el núcleo duro de los taxistas que quieren borrar Uber de la faz de la ciudad. Una lucha que no es heroica, todo sea dicho, porque cuentan con lo más importante: la convicción inflexible de Horacio Rodríguez Larreta, jefe de gobierno de la ciudad, de que Uber, así, no debe funcionar.
El sindicalista inflamado se calla por un rato y la palabra pasa a ser del conductor sereno. Cincuenta y pocos años, bien vestido, barba cuidada y dueño de unos modales y una cadencia suave ya poco habituales en el trato diario, mastica con gramos de rabia cada frase.
"Nos hablan de la tecnología, nosotros tenemos también", es lo primero que dice antes de que un tintineo cómplice y feliz se apodere de su voz: "Tenemos topos en los chats de ellos".
Topos taxistas. En un chat. Para espiar a los de Uber. La historia es cada vez mejor.
El conductor apunta entonces a los medios de comunicación: "No saben nada, no entienden nada, todos escriben la misma historia: Uber, Uber, Uber... Algunos lo hacen con más elegancia que otros, pero es periodismo basura". El crescendo de enojo es ya inquietante.
"Yo soy un p... que gasté 30.000 dólares entre el auto y la licencia, que costaba 15.000 y hoy vale 3.000. Si compraba cinco autos a 6.000 cada uno y ponía dos venezolanos por 12 horas cada uno a mil pesos, sacaba 12.000 mangos por dia. Soy un p...". Mágicamente, los venezolanos pasan de potenciales choferes a otra cosa. "Las guarimbas venezolanas en motos nos lanzan cocteles molotov. ¡No dicen nada de los 14 taxis incendiados!".
El hombre termina pidiendo disculpas por tanta vehemencia. Aceptadísimas, algo queda claro: no estaría de más calmar las cosas en la ciudad antes de que se desboquen.ß