Valor y límites de una invitación al consenso
Acosado por la desconfianza económica y la necesidad de recuperar iniciativa, el Presidente tuvo un gesto inusual: convocó por carta a toda la oposición y a sindicatos, empresarios e iglesias a expresarse sobre diez puntos de naturaleza económica que, según el texto oficial, "consideramos imprescindibles para despejar algunas de esas dudas que existen sobre nuestro país". La convocatoria parte de la premisa de que existieron muchos fracasos para alcanzar consensos sobre el desarrollo económico, lo que condujo, de acuerdo con la interpretación presidencial, a la paradoja de ser una nación con recursos y potencialidades que, sin embargo, permanece en la pobreza y el subdesarrollo. Según la carta dirigida a la oposición, los lineamientos puestos a consideración "no son un plan de gobierno, ni una propuesta electoral, ni un contrato de adhesión", sino apenas una invitación para "despejar algunos temas esenciales de nuestras discusiones". El texto confía en que "la madurez democrática" permitirá alumbrar "una muestra de acuerdo" tranquilizadora para el exterior y el interior. Y concluye con la disposición a escuchar "agregados o aportes" en orden a reforzar la previsibilidad, ya que "esto implica el inicio de una conversación abierta".
El decálogo oficial puede desplegarse en dos dimensiones: instrumentos y metas. Entre las primeras se cuentan: equilibrio fiscal, Banco Central "independiente", sistema federal "transparente", legislación laboral "moderna" y estadísticas "profesionales, confiables e independientes". Las metas son: integración "inteligente" al mundo, seguridad jurídica, creación de empleo, reducción de impuestos, sistema previsional "sostenible y equitativo", y cumplimiento de las obligaciones con los acreedores. En principio, estas constituyen las cuestiones básicas que el Gobierno quisiera, según sus palabras, "despejar de las discusiones". Puede deducirse que se refiere, ante todo, a lo que aquí llamamos instrumentos, que pareciera considerar no discutibles, tal vez por estimarlos cuestiones técnicas y no ideológicas.
Si fuera así, habría que interpretar que el Gobierno evalúa que el equilibrio fiscal, la independencia del Banco Central, el federalismo transparente, las estadísticas y la legislación laboral moderna, son estándares internacionales aceptados y asumidos por países de la escala de la Argentina. El carácter técnico de estos instrumentos se derivaría entonces del consenso mundial que alcanzaron en esta fase del capitalismo. Puede interpretarse que tal vez no sea lo que los países quisieran aplicar, sino lo que deben aceptar como reglas de juego impuestas por las naciones más poderosas. Durkheim sostenía que un francés podría intentar ejercer el comercio con una moneda que no fuera el franco, pero recibiría una sanción social que se lo impediría. En otra versión del realismo, Weber recordaba que el capitalismo es una fuerza irresistible de la que es muy difícil escapar. Escribía en la época de la Revolución Rusa, cuando el bolchevismo había encendido la esperanza de las masas explotadas del mundo. Imaginemos la situación ahora, a treinta años de la caída del muro de Berlín. Si no hay opciones, lo sensato -algunos dirán que se trata de una capitulación- es permanecer dentro del sistema, excepto que el destino fuera parecerse a países condenados por el poder mundial, como Cuba o Venezuela.
Esto en cuanto a los instrumentos. Resta ver las metas. En la carta del Presidente no hay alusión a la superación de la pobreza, a la educación y al crecimiento. Estas ausencias las ha señalado la oposición y será difícil avanzar si no se les otorga la centralidad que merecen. Las metas del Gobierno parecen orientadas básicamente a llevar tranquilidad a los que le prestaron plata al país o le compraron bonos. Es apropiado enfatizar lo que falta, más todavía para una administración que prometió reducir la pobreza a cero. En realidad, la oposición parece dispuesta a aceptar los rigores del capitalismo, pero desea hacerlo escapándole al horizonte thatcheriano del "There is no alternative", que semeja la jaula de hierro de Weber. Los argentinos no quieren una condena, aspiran a un futuro, aunque fuera módico. Quizá eso explique la vigencia de Cristina.
La carta de Macri posee otra limitación: se superpone con la elección presidencial. Es valorable para después de diciembre, si el que ganara tuviera lucidez para entender que no podrá gobernar solo. Tal vez esta invitación a conversar sirva como ensayo para un consenso indispensable que precisa mediaciones e incentivos.
Los países inteligentes defienden el Estado nación de las arbitrariedades de la globalización. Establecer acuerdos de gobernabilidad es una de las formas de hacerlo. Ellos deben determinar cuál es el interés nacional y cómo compatibilizarlo con la compleja actualidad del mundo. Cuestión crucial para superar una crisis que, si no se resuelve, comprometerá la suerte de los próximos gobiernos.