Vacunas: cuando el relato sucumbe ante la matemática
Pese a que funcionarios y dirigentes del kirchnerismo afirman que las dosis de Pfizer no son necesarias, los números indican que su llegada hubiera evitado muchas muertes
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La matemática es concluyente, más allá del relato oficial a la hora de hablar de las vacunas contra el coronavirus. Es indudable que, con un ritmo de vacunación mayor al registrado desde la llegada de las primeras dosis a la Argentina, se habrían evitado muchas muertes. No es posible determinar cuántas con exactitud, pero seguramente podríamos hablar de miles.
¿Cuántas de las casi 84 mil víctimas mortales podrían haberse salvado si hubieran llegado al país las aproximadamente ocho millones de dosis cuya provisión pudo haber asegurado hasta hoy el laboratorio Pfizer, según la estimación que hizo su propio gerente general para la Argentina, Nicolás Vaquer? La respuesta puede resultar muy imprecisa, pero sí puede concluirse que si ocho millones de argentinos hubiesen recibido una dosis de esa vacuna, el porcentaje de vacunados con una o dos dosis habría pasado del 27,7% actual a nada menos que el 45,3%. El número total de dosis aplicadas, que hasta ahora es de 15,7 millones, se hubiese elevado a 23,7 millones, lo que habría generado menos contagios y menos muertes.
Pese a esos incuestionables datos, la diputada Mara Brawer (Frente de Todos-Capital Federal) ha afirmado que “hoy en día, no necesitamos esas dosis” de Pfizer. Sostuvo que las vacunas de este laboratorio son las más difíciles de distribuir porque requieren un “superfreezer” que las conserve a 80 grados bajo cero.
La legisladora admitió, sin embargo, que como actualmente la vacuna de Pfizer es la única aprobada para menores de 18 años, llegado el momento, si no existiesen otras vacunas para esa franja de la población, se podría pensar en buscar alternativas para acordar con ese laboratorio. En igual sintonía, se pronunció otro representante clave del oficialismo, como el presidente de la Comisión de Acción Social y Salud Pública de la Cámara baja, Pablo Yedlin.
Este razonamiento parece olvidar o prescindir de que en la Argentina se están muriendo entre 600 y 700 personas por día, un número que, en estas horas, convierte a nuestro país en el tercero del mundo con más muertes diarias por Covid, después de India y Brasil. También es la Argentina el tercer país en cantidad de infectados en la última semana, después de las dos naciones mencionadas.
También prescinde de que la falta de acuerdo con laboratorios como Pfizer, Moderna o Johnson & Jonhson dejará al país fuera de las donaciones de vacunas que contemplan países como Estados Unidos o España. La última esperanza podría provenir de Gran Bretaña, que ayer anunció que donará vacunas de Oxford-AstraZeneca, que sí vienen siendo suministradas en la Argentina.
Con excepción de Perú, la Argentina es el país con menor cantidad de habitantes que ha superado las 80.000 muertes por coronavirus. Ha pasado a ocupar el puesto 12 en el mundo en cantidad de muertes y es el noveno en superar los 4 millones de contagios, con un dato llamativo: los ocho que la preceden tienen poblaciones mucho mayores.
Al lado de estos datos, poco alentadoras resultan las recientes cifras aportadas por la ministra de Salud, Carla Vizzotti, quien afirmó que “cuando uno analiza lo que hubiera sucedido en la semana 16 a la 20 y lo que en realidad sucedió, las estimaciones indican que se evitaron 5500 muertes durante ese lapso en la Argentina”.
Según la funcionaria, “ya se está viendo un impacto positivo de la vacunación”, reflejado en el descenso de los fallecimientos en las personas mayores de 60 años, coincidente con una cobertura de vacunación en esa franja de edad que alcanza el 84% con al menos una dosis.
Tal vez le faltó acotar a la ministra Vizzotti que ese “impacto positivo de la vacunación” hubiera sido incluso mucho mayor si las autoridades hubieran destrabado los obstáculos que impidieron la llegada de las dosis de Pfizer. Como cuando Alberto Fernández optó por las comparaciones internacionales y cuestionó el modelo de Suecia -que hoy, paradójicamente, tiene seis veces menos muertos que la Argentina-, cada vez que el Gobierno apuesta a jugar con las estadísticas, suele irle mal.