Vacunas y crisis económica: el kirchnerismo, frente a la épica del desconcierto
La crisis del coronavirus expuso al kirchnerismo a la fatigosa tarea de gestionar la incertidumbre. Es una burocracia angustiante para un grupo político que tiene compulsión a la promesa y que construye el vínculo con su votante a partir de la glorificación simbólica de los actos administrativos, por pequeños que sean.
Alberto Fernández, con todas sus particularidades, porta el ADN de sus mentores. Desde el día uno asumió la política contra el Covid-19 como una gesta patriótica. Se presentó como un general en la batalla, munido de una fraseología épica. Llegó a celebrar que estábamos "venciendo al virus", medía en público el éxito argentino frente a otros países y justificaba una cuarentena sin plan de salida con una premisa de apariencia indiscutible: "primero la vida, después la economía".
Las cifras dramáticas de muertes (casi 48.000), de infectados (al filo de los 2 millones) y del desastre económico (cerca del 12% de caída del PBI) fueron desnudando el discurso, pero no torcieron la costumbre de anunciar lo que no se tiene. El Gobierno experimenta en estas horas el mal trago de revisar el exitismo con las vacunas. No habrá cinco millones de pacientes con al menos una inyección aplicada, como proclamó Fernández en un acto público. Solo llegaron al país 900.000 dosis, en medio de una guerra comercial de escala mundial por el aprovisionamiento.
La escasez marchita actos celebratorios tan recientes. Los videos épicos del avión de Aerolíneas Argentinas cargado de cajas de la Sputnik V, la emoción de Fernández al ofrecer el bálsamo un 10 de diciembre en sintonía con el Día de los Derechos Humanos, los grotescos operativos bonaerenses del camporismo para ofrecer un lugar privilegiado en lista de vacunación.
Sin frasquitos suficientes y con una ola de contagios que no da respiro, en el Gobierno asimilan el impacto de asumir una prolongación de los problemas que transformaron 2020 en un año maldito.
"Lo único que está claro es que nadie sabe nada. Es imposible proyectar. No sabemos a ciencia cierta cuándo tendremos las vacunas necesarias y hasta qué punto puede escalar el número de infectados cuando llegue el otoño. Es así en todo el mundo", se sincera un ministro nacional. Mal tiempo para promesas.
El recálculo de los envíos rusos podría ser suplido en parte con los acuerdos de urgencia que se negocian con China para que llegue la fórmula de Sinopharm. Todavía se apuesta en el Gobierno porque AstraZeneca pueda cumplir con el plan de enviar 11 millones de dosis en abril. La opción de un acuerdo con Pfizer, el laboratorio que lidera de momento la vacunación en el mundo, sigue helada.
A pesar de los contratiempos, el Gobierno decidió sostener el rumbo dispuesto a finales del año pasado, cuando juzgó necesario priorizar el despertar de la actividad económica y abandonar la estrategia -de por sí agotada por desobediencia ciudadana- de contener el virus por obra y gracia del confinamiento. Eso se lo dejan a Gildo Insfrán en Formosa, a quien le ofrendaron esta semana un sello de calidad humanitario para su método antiviral a base de policías implacables.
No habrá un regreso a las cuarentenas amplias y prolongadas, avanzan en el oficialismo. A la normalidad habrá que construirla, aunque el virus persista. Con esa lógica se impone el regreso de las clases presenciales, una batalla simbólica que el kirchnerismo se empecinó inexplicablemente en perder. La resistencia del ministro Nicolás Trotta, en solidaridad con gran parte del sindicalismo docente, le ofreció una carta política a Horacio Rodríguez Larreta para actuar como opositor sin salirse de la senda moderada en la que camina con vocación casi religiosa.
El peso de la opinión pública hizo decantar a la Casa Rosada y también al gobernador Axel Kicillof hacia la decisión de promover el regreso a las aulas, incluso a costa de enfrentarse a discusiones ásperas en la intimidad con gremialistas muy afines, como Hugo Yasky y Roberto Baradel.
La batalla por la economía
Las proyecciones económicas quedan presas de la incertidumbre pandémica, potenciada por las necesidades electorales del Frente de Todos. Que el Fondo Monetario Internacional (FMI) haya recalculado a la baja el crecimiento anual argentino fue una señal de alarma entre empresarios e inversores. Lo mismo pasa con las previsiones en alza de la inflación, que superan con amplitud el 29% que firmó el ministro de Economía, Martín Guzmán, en el presupuesto 2021.
La oposición teme que el Gobierno quiera postergar un mes el calendario electoral, para alinear el programa de vacunación con sus intereses proselitistas. Algo así como un plan "pobres pero vacunados"
Fernández tuvo otra ráfaga de optimismo oral cuando anunció ante el Foro de Davos que "la recuperación económica está siendo más veloz que lo esperado". En el mismo discurso expuso su vocación de no demorar más allá de abril el acuerdo con el FMI y, aunque criticó los "ajustes irresponsables", se presentó como un impulsor de la actividad privada y sugirió una predisposición a equilibrar las cuentas en sintonía con lo que le piden desde Washington. Quedó satisfecho, cuentan en el Gobierno, con su diálogo del lunes con Angela Merkel y trató también de mostrar un costado menos rígido en su viaje a Chile.
Con Cristina Kirchner de vacaciones, Fernández y Guzmán se prodigaron en gestos y palabras bienintencionadas hacia los mercados. Ocurrió sobre todo después del minicrack que originó en Wall Street la decisión de colocar a un hombre del kirchnerismo duro al frente de YPF en plena renegociación de la deuda de la empresa.
El péndulo se mueve a toda velocidad entre el orden macroeconómico que ansía Guzmán para acomodar el frente externo y el shock redistributivo con el que sueñan (y a veces ordenan) la vicepresidenta y su grupo de confianza. Las inversiones, mientras tanto, otean otros horizontes.
Los precios altos de los commodities ayudan al menos a calmar la fiebre cambiaria. Alivio generalizado: no hay mayor factor de destrucción de la imagen presidencial que el descontrol del precio del dólar. Ahí no hay grieta. Le pasó a Fernández como antes a Mauricio Macri.
El problema al que no le encuentra salida el Frente de Todos consiste en cómo hacer el ajuste sin que se note. Lo que ensayó con las jubilaciones, pero a gran escala.
Las demoras en el plan de vacunación complican sobremanera el objetivo. La emisión no tiene respiro. Guzmán ya dijo que no quiere más IFE, ATP o grandes programas de asistencia directa que comprometan las cuentas muy por encima de lo presupuestado. Hasta se animó a plantear la necesidad de un descongelamiento gradual de tarifas. ¿Tiene espalda política para torcer la resistencia del sector más poderoso del oficialismo?
Cristina exige creatividad para lograr sueldos por arriba de la inflación en el año electoral. Aunque el precio se pague en 2022. Experta en discursos autocelebratorios, sabe que sus candidatos necesitan alimento épico para una batalla en la que se juega el poder real. Las elecciones de medio término son su karma: el kirchnerismo las perdió todas desde 2009. No está dispuesta a militar el ajuste, porque imagina estas elecciones como un asunto propio. Es la plataforma de despegue soñada para sus herederos de La Cámpora, dispuestos a acaparar todos los espacios que se les permita conquistar sin romper la unidad peronista.
Por eso insisten en rechazar la suspensión de las PASO. Ven con menos objeciones la idea de postergar el calendario electoral un mes (votar en septiembre y noviembre), con la excusa de la pandemia. La oposición intuye una trampa, consistente en sincronizar el demorado programa de inmunización con los intereses electorales del Frente de Todos. Algo así como un plan "pobres pero vacunados".
Si Alberto y Cristina no pudieron cumplir aún con las heladeras llenas ni aplacar la inflación ni reactivar el empleo, por qué no abrazar el sueño de atribuirse la victoria de la ciencia sobre el virus que enloqueció al mundo.