Vacaciones perrunas
No tengo perros o, al menos, no siempre. Cuando por sus actividades mi hija menor no puede atender a su intensa border collie, toma mi casa como virtual guardería canina. Por su largo pelaje blanco y negro tiene un nombre muy adecuado: Panda. Es una arquera increíble (nivel Dibu Martínez), ya que ataja con sus afilados colmillos cualquier pelota.
Bella, en cambio, combina pelo corto blanco y dorado. Es parsimoniosa y educada. Googlé su foto para clarificar su raza y una de las respuestas alternativas que recibí fue “perro callejero”. Certera definición por su historia: otra de mis hijas la rescató de la intemperie y vive con ella fuera de Buenos Aires.
Panda y Bella pasan estas vacaciones de invierno en mi casa. Pero no terminan de congeniar.
Son personalidades y edades bien disímiles. Panda es una joven indómita y pendenciera. Bella es una frágil veterana que no se mete con nadie. Pero la primera, como buen pastor ovejero, le da vueltas en círculos para olfatear a la segunda, que aguanta inmóvil. Eso sí, se arma cuando la border amaga un tarascón. Entonces la que parece indefensa la voltea, le pone la pata encima y le muestra toda la dentadura como diciéndole: “conmigo no te metas”.