Uruguay, ante un nuevo ciclo
MONTEVIDEO.- Mañana los uruguayos votarán a quienes serán sus candidatos presidenciales para las elecciones nacionales de octubre. Ahora tocan las "internas" que definen candidaturas y liderazgos en cada partido. Empieza así un largo proceso electoral que, si bien acotado a Uruguay, ocurre en un momento y una región donde las cosas se están transformando a pasos acelerados.
El próximo presidente uruguayo compartirá sólo unos meses de gobierno con Cristina Kirchner. Nada indica, además, que en los siguientes cuatro años de su gestión conviva con otro Kirchner, y la incógnita será saber si quien gane el año que viene en la Argentina reflejará o no algún tipo de continuismo kirchnerista.
Tampoco coincidirá con el chavismo venezolano tal como se lo conoció hasta ahora. Lo que ocurra en Venezuela es imprevisible: el régimen de Maduro se transformó en una versión mucho peor y más inestable de aquello que inició Hugo Chávez en 1999. Tanto se complicó que su socio más fiel está cambiando su propio discurso. Rafael Correa seguirá siendo un gobernante autoritario, pero ya está en otra cosa.
En ese contexto, Uruguay realiza sus elecciones internas y con ellas se prepara para las nacionales del último domingo de octubre, con las que quedarán conformadas las dos cámaras del Parlamento y surgirá, ahí o en la segunda vuelta un mes después, el nuevo presidente.
Las encuestas plantean un corte parejo entre opositores y oficialistas, pero no son mitades homogéneas. La oposición es expresada por tres partidos con sus diferencias. El oficialista Frente Amplio es un conglomerado de grupos y partidos de muy diversas visiones ideológicas, lo que ha provocado constantes tensiones internas durante los dos períodos (cinco años cada uno) que lleva en el gobierno.
De los cuatro partidos que van a las internas, uno solo, el Partido Nacional o Blanco, presenta dos candidaturas en reñida contienda. Por el Partido Colorado, Pedro Bordaberry lleva una clarísima ventaja y nadie duda de su triunfo. Algo similar ocurre en el Frente Amplio, en el que las encuestas le dan un amplio margen a Tabaré Vázquez, que ya fue presidente entre 2005 y 2010.
El Frente Amplio apuesta, con Vázquez, a un tercer período consecutivo en el gobierno hoy ejercido por José Mujica. Pero si bien el Frente se define a sí mismo de izquierda y el estilo de Mujica tiene visos populistas, nada lo asimila a algunos modelos que rigen en el continente. Tal vez pueda encontrársele semejanza con Dilma Rousseff, pero no la hay tanta, como no la hay con la presidenta chilena, Michelle Bachelet. El propio Frente Amplio rechaza, con vergonzante complejo, cualquier parecido con el modelo chileno.
Si bien los dos gobiernos, y en especial el de Mujica, fueron complacientes con el chavismo, las diferencias son innegables. Tampoco puede decirse que haya semejanzas con el kirchnerismo, pese a ser un modelo que lo seduce a Mujica. Pero al no superar la valla impuesta por las tirantes relaciones entre ambos países, sus veladas simpatías son mal vistas por la población.
Ninguno de los precandidatos tiene posturas extremas. Quizá Constanza Moreira, que desafía a Vázquez en la interna frentista, exprese las posiciones más ideologizadas. Pero eso la deja en un nicho reducido. Y si bien Vázquez oscila a un lado y a otro, sabe que los votos que lo regresarán al gobierno vendrán del centro.
Ni Pedro Bordaberry por el Partido Colorado, ni los blancos Jorge Larrañaga o Luis Lacalle Pou (hijo del ex presidente Luis Alberto Lacalle) plantean refundaciones nacionales. Su discurso es más bien reactivo, dirigido a cuestionar algunas concreciones del gobierno frentista. Pero no mucho más que eso. Y difícilmente lo logren al afrontar las leyes de despenalización del aborto o la legalización de la marihuana. Respecto del matrimonio legal entre homosexuales, siempre hubo un consenso más amplio.
Son además reactivos en cuestiones que alarman a la población, como la seguridad y la educación. En ambos temas, las respuestas del gobierno han sido francamente malas y los dos precandidatos frentistas los abordan con decepcionante indiferencia.
Lacalle Pou se fue acercando, según las encuestas, a su contendiente Larrañaga y eso aumenta la expectativa que su figura genera. Éste es su primer intento para ser presidente (no ocurre lo mismo con Vázquez, Larrañaga y Bordaberry) y tiene 40 años. Además, los asume. Es decir, actúa y habla como un claro representante de su generación y no posa de mayor. Esa juventud, que pudo jugarle en contra, pasó a ser su punto fuerte, más cuando el actual presidente terminará su gestión con casi 80 años y su probable sucesor según las encuestas (Tabaré Vázquez) tendrá 75 años en caso de asumir el gobierno el 1° de marzo de 2015. Pese a ser hijo de quien fue presidente entre 1990 y 1995, la propuesta, la retórica y el estilo de Lacalle Pou reflejan un cambio de conducta y gestualidad respecto de lo que ya hay. Eso lo favorece, pero la pregunta es si los uruguayos están prontos para aceptar tanta innovación o si prefieren hacerlo esperar un poco. Algo parecido le sucedió en la pasada elección a Pedro Bordaberry, también hijo de un presidente (el que dio el golpe de Estado en 1973), cuando logró una adhesión que le permitió sacar al Partido Colorado de su postración, aunque no más de eso. Tiene más años que Lacalle Pou, pero con tantas figuras mayores en el entorno, es visto también como un político joven.
Sobre este menú de candidatos, los uruguayos deberán decantar los "finalistas" para la elección de octubre. Ganen o pierdan, protagonizarán la política del próximo lustro, que en América latina será muy diferente a estos 15 años, en los que predominó un populismo ineficiente, autoritario y muchas veces dictatorial. Si bien Uruguay se caracteriza por jugar un rol de bajo perfil dentro del continente, lo que se juega en su largo proceso electoral que comienza en estos días lo ubicará con claridad ante una región en pleno cambio.
El autor, uruguayo, es columnista de la revista