Uriburu. Venecia, medio siglo después
Fue elegido por Christine Macel, directora de la 57a Biennale, para integrar con otros 120 artistas la muestra de los Arsenales que se inaugurará en los próximos días


Christine Macel no había nacido cuando Nicolás García Uriburu coloreó de verde las aguas del Gran Canal el 19 de junio de 1968, en paralelo con la edición oficial de la Bienal de Venecia, mientras el mayo francés era todavía una mecha encendida. Fue una acción audaz, premonitoria y genial. Casi le cuesta la cárcel, pero le abrió para siempre la puerta grande de la historia del arte.
El joven Nicolás, que no había cumplido los 30, escribió ese día una página inolvidable del land art. Lo acompañaban Blanca Álvarez de Toledo, su mujer entonces, y el ya célebre crítico Pierre Restany como testigo silencioso.
La idea había llegado meses antes en la forma de un interrogante decisivo. ¿Por qué no intervenir en el espacio natural? “Pintar el mundo sobre el mundo mismo”, resume Restany en el libro necesario y testimonial que escribió sobre Uriburu.
Los meses que siguieron a esa revelación fueron de búsqueda. Estaba claro: el agua era el soporte más móvil. Faltaba encontrar el colorante, que no debía ser tóxico de ninguna manera. Ya se había afirmado en la cabeza del artista su preocupación por la naturaleza y su compromiso ecológico. La investigación lo llevó directamente a la fluoresceína, sodio fluorescente usado para el fondo de ojos en la medicina y en la NASA para detectar rápidamente las cápsulas espaciales cuando caen al mar.
Hacia Venecia viajaron el artista, su mujer y Raquel Forner. Es probable que en esa aventura hayan empeñado todos sus ahorros. Pero la decisión estaba tomada. Una vez en Milán, compraron la sustancia colorante en el laboratorio Carlo Erba y siguieron hacia Venecia, donde le confiaron a Restany el plan de coloración, previsto para la mañana del 19 de junio.
Tras idas y venidas, el gondolero Memo se convirtió en un aliado circunstancial al facilitarle los horarios diarios de las mareas y la extensión y profundidad del Gran Canal. Todo listo. Con un balde de uso doméstico, Uriburu arrojó al agua treinta litros de fluoresceína, mientras Blanca registraba en fotos la histórica acción.
A la hora señalada, la pleamar aceleró la coloración en los tres kilómetros del Gran Canal. De pronto, los canales de la Serenísima se tiñeron de verde fosforescente. Se concretaba una acción histórica. Era la intuición mágica de un artista genial.
Lo primero fue la voz de alerta frente al inesperado fenómeno. Declaraciones a los carabinieri, riesgo de cárcel, mientras turistas y locales viajaban en el vaporetto sobre un surco verde brillante. “E stato un invito alla speranza (Ha sido una invitación a la esperanza)”, escribieron los diarios italianos. La belleza del gesto fundacional ganó la batalla y Venecia rindió homenaje al artista argentino.
Como lo rendirá el próximo 9 de mayo cuando Macel, directora de la Bienal, y Paolo Baratta, presidente de la Fundación, inauguren la muestra de los Arsenales en presencia de la familia de Uriburu, de críticos y curadores y, por supuesto, de la troupe de artistas que animará esta edición llamada Viva Arte Viva.
“El arte debe ser vivido como una experiencia, una idea dinámica, una participación fuera de las galerías, en las ciudades, en las calles, en la arquitectura , en la moda”, escribe Uriburu. Nada más afín a esta mostra en la que se verán sus coloraciones de Venecia, del Río de la Plata, del East River, en Nueva York, y del Sena, en París. Imágenes intervenidas procedentes de la colección del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba) y una foto-pastel del Puente del Rialto, de la Colección Amalia Lacroze de Fortabat.
Viajaron a Venecia también el manifiesto ecológico del artista, escrito de puño y letra, el retrato de la segunda coloración, el manifiesto ecológico en siete imágenes y el testimonio de Uriburu a propósito de la coloraciones del East River, del Sena y del Río de la Plata, documentos procedentes de la Colección Azul García Uriburu.
Viva Arte Viva, ha proclamado Macel, es una bienal diseñada con los artistas, por los artistas y para los artistas porque “el papel, la voz y la responsabilidad de los artistas son más cruciales que nunca en el marco de los debates contemporáneos”.

El mensaje y la acción
Restany, acodado en el puente del Rialto, registró el operativo coloración para la revista Domus mientras los diarios europeos consagraban este gesto fuera de libreto que había opacado a la bienal misma. Con lujo de detalles está todo narrado por el crítico francés (1930-2003), fascinado por los pasos del artista pionero del land art antes de que Christo vistiera los puentes.
Poco después, Uriburu fue invitado por Joseph Beuys, “prócer” germano del arte conceptual y del land art, y juntos tiñeron de verde las aguas del Rin de manera simbólica. También plantaron miles de árboles en una edición de la Documenta de Kassel. Años más tarde, Uriburu, coherente con su mensaje y su acción, sería promotor y líder de la plantación de cientos de ejemplares de palo borracho sobre la Avenida 9 de Julio.
Salvar el planeta, cuidar el agua, lo más preciado que tenemos, era el mensaje detrás de la acción. Un credo respetado para siempre y el eje de una obra que habla ese lenguaje: los ríos como las venas abiertas de América del Sur; el mapa invertido; los animales en extinción y el ombú, rey solitario y compañía umbrosa en la pampa inmensa.
La 57a Bienal de Venecia será también un merecido homenaje. El año próximo –que no hay Bienal– se cumplen los 50 años de la coloración del Gran Canal. Oportunidad única para celebrar un acto profético, premonitorio. El destino, en la vida de las personas, escribe sus mensajes por caminos misteriosos. Poco antes de morir, un año atrás, Uriburu recibió la invitación de Macel para ser parte de la muestra de los Arsenales.
Un puente hacia otra generación
La Bienal de Venecia se compone de dos grandes propuestas curatoriales. Por un lado los envíos nacionales, que ocupan los pabellones correspondientes, donde la Argentina está representada este año por Claudia Fontes. El eje de poder está marcado allí por la avenida Harald Szeemann, en cuya cima están Gran Bretaña, Alemania y Francia.
Por otro lado está la mostra montada por la directora general Christine Macel (París, 1969), con 120 artistas de todo el mundo, en el Padiglione de los Giardini y en los Arsenales. Entre sus invitados se cuentan los argentinos Nicolás García Uriburu, Liliana Porter, Sebastián Díaz Morales y Martín Cordiano.
Siempre en el centro de la escena internacional, Porter inauguró días atrás una muestra en el País Vasco. Desde algún lugar cercano a los Pirineos contó a LA NACION que la obra que llevará a Venecia está asociada con la instalación El hombre con el hacha, exhibida en 2013 en el Malba, que le mereció unánimes elogios de la crítica. Es una reflexión, con su personalísima narrativa visual, del tiempo y su sentido.
Martin Cordiano (1975) estudió en Londres. Su obra vincula la relación del creador con el contexto del que se nutre en construcciones que exploran la dinámica de la vida cotidiana y la rigidez de las estructuras. Integró la muestra My Buenos Aires en la Maison Rouge.
Sebastián Díaz Morales (Comodoro Rivadavia, 1975) elige como soporte el video y, a través de la recomposición de las partes, resignifica la realidad. Se trata de un estrategia para “contar una historia que deconstruye la normas de la narrativa”.