“Unidad y gestión” para compensar el desgaste y los problemas económicos
Elecciones: en el marco de un potencial desastre, una suerte de suicidio político, se generó una reacción pragmática, efectiva e implacable propia del peronismo que derivó en el cambio en la fórmula presidencial de UP
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Hasta la definición de las candidaturas, el peronismo parecía encaminarse hacia uno de los peores, si no el peor, resultados en la historia electoral de ese movimiento en cuanto a comicios presidenciales se refiere. El breve dedazo de CFK que consagró a Wado de Pedro al frente de la fórmula de Unión por la Patria ratificó ese horizonte más que desfavorable: ni aun permitiendo la participación de Daniel Scioli en las PASO el oficialismo podía aspirar a retener aunque fuera una porción mínima del votante moderado. En Juntos por el Cambio se frotaban las manos ante un escenario en el que, si se acotaba el impacto negativo de las trifulcas que caracterizan a quienes se enfrentarán el 13 de agosto y esa misma noche se mostrara a la sociedad una fuerza unificada detrás del ganador, fuese Patricia Bullrich u Horacio Rodríguez Larreta, podían lograr un triunfo muy claro en primera vuelta. Esto implicaría la posibilidad de quorum propio en la Cámara de Diputados y de llegar al inédito umbral de 35 senadores para una fuerza no justicialista. Más aún, en ese contexto tampoco era descabellado ganar la provincia de Buenos Aires. En el marco de ese potencial desastre, una suerte de suicidio político, se generó una reacción pragmática, efectiva e implacable propia del peronismo que derivó en el cambio en la fórmula presidencial de UP.
Recién se están terminando de organizar las respectivas campañas, definiendo los ejes comunicacionales y acomodando los heridos, “viudas” y “huérfanos” que siempre dejan los cierres de listas. Es prematuro especular sobre cómo queda definida ya no la grilla de potenciales candidatos (es decir, la oferta electoral), sino las preferencias de los ciudadanos (la demanda de la sociedad argentina). Existe un número muy significativo de votantes que de manera pausada e incremental irán informándose respecto de las ideas, las propuestas y los atributos personales que caracterizan a quienes pretenden representar la voluntad popular. Por supuesto que un segmento está muy informado, involucrado en el debate público y atento a la peculiar y en general patética agenda política. También hay un grupo no tan politizado, pero con opiniones o juicios de valor más o menos firmes respecto de las opciones que más lo atraen. La mayoría de ellos tienen relativa estabilidad en términos de sus preferencias, más allá de los candidatos y del contexto. Sin embargo, aparece un conjunto no menor del electorado que definirá su voto los últimos días o las últimas horas antes de la elección. Incluso hay gente que moldea su preferencia camino al lugar de votación y hasta en el cuarto oscuro. Esto quiere decir que si la elección es muy pareja, como ocurrió en Córdoba, el porcentaje que separa a las fórmulas más votadas puede ser explicado por la decisión de ciudadanos que logró dirimir un dictamen en el momento final.
¿Cuánto mejoró en efecto el panorama desde la perspectiva del oficialismo? ¿Hasta qué punto la fórmula Sergio Massa-Agustín Rossi otorga al peronismo una competitividad significativa de cara a las elecciones? “Hay días en que creo que la suerte está echada, pero veo los constantes errores no forzados de la oposición y pienso que la podemos pelear”, afirmó un referente social que conserva su oficina en la Casa Rosada. “Regresé al país luego de tres semanas trabajando afuera y veo al peronismo ordenándose detrás del candidato… ¿Pueden ganar?”, pregunta un importante ejecutivo del sector cerealero. “Unidad y gestión”, pregonan cerca del ministro de Economía, que esta semana incorporó a su equipo de asesores a Santiago Montoya, que mantiene un diálogo franco con las otras campañas y que trabaja desde hace tiempo en temas de defensa nacional. También se sumó Julián Domínguez, con una experiencia muy exitosa armonizando intereses del capital y del trabajo en el sector automotor (a lo que suma excelentes vínculos con el Vaticano). Esto sugiere que la experiencia tal vez se convierta en otro de los ejes en torno a los cuales se articule la propuesta de este remozado oficialismo.
¿Alcanza para compensar el enorme desgaste y la pésima imagen que acumula el Gobierno? ¿Acaso el propio Massa, que venía pagando en carne propia la aceleración inflacionaria que vivimos hasta abril, revirtiendo la leve recuperación experimentada entre agosto y diciembre del año pasado, logró recomponer su relación con la opinión pública en general y con el votante independiente en particular? Solo el tiempo develará estos interrogantes. El voluntarismo, el arrojo, la capacidad de trabajo, la ambición y esa inagotable capacidad para sacar “conejos de la galera” pueden ser condiciones necesarias aunque no suficientes para que Massa encare con chances este último tramo de cara a las elecciones del 22 de octubre. ¿Qué debe ocurrir –o mejor dicho, no ocurrir– para que fuerce una segunda vuelta? ¿Valorará un porcentaje amplio del electorado que su gestión debe ser evaluada no tanto por los logros –aunque la inflación se esté desacelerando como consecuencia de la caída del consumo–, sino por lo que evitó (una corrección desordenada y hasta caótica de los enormes desequilibrios que se acentuaron durante su estadía al frente del Palacio de Hacienda)?
La historia nunca arroja conclusiones determinantes en términos de “leyes”, pero nos permite identificar un conjunto de regularidades que distinguen a una sociedad o caracterizan el funcionamiento de un sistema político. Dos de ellas resultan atenuantes de peso para las esperanzas del oficialismo. En la Argentina nadie ganó una elección luego de haber perdido alguna previa. El nuestro es un sistema que, al menos para comicios presidenciales, no tolera la derrota. No ocurre lo mismo a nivel provincial o municipal (de lo contrario, Macri no habría tenido revancha en 2007 luego de haber sido derrotado en 2003, con Rodríguez Larreta como compañero de fórmula). Eduardo Duhalde llegó a la presidencia por decisión de la asamblea legislativa. Por otro lado, nunca un exministro de Economía alcanzó una ubicación mejor que el tercer puesto compitiendo por el sillón de Rivadavia, tal como sucedió con Álvaro Alsogaray (1989), Domingo Cavallo (1999), Ricardo López Murphy (2003) y Roberto Lavagna (2007 y 2019). Hay que remontarse mucho tiempo atrás para encontrar el caso del salteño Victorino de la Plaza, que luego de ser ministro de Hacienda en dos períodos (1876-1880 y 1883-1885) alcanzó la presidencia en 1914, cuando asumió como consecuencia de la enfermedad y el posterior fallecimiento del titular del Poder Ejecutivo, Roque Sáenz Peña. Ahí Massa tiene algún motivo para ilusionarse: al igual que él, De la Plaza no era economista, sino abogado.
UP podría argumentar que un peronismo unido es capaz de revertir esos caprichos de la historia. Otro misterio que solo se resolverá con el paso de los próximos meses. Antes se deberán atravesar pruebas mucho más ácidas y determinantes, como el acuerdo con el FMI. Esta dicotomía entre desorden económico y relativo y parcial “orden” político, señalada por Juan Manuel Abal Medina, vuelve a la Argentina un caso único en la región y un contraste con países como México, Colombia, Ecuador, Perú y Chile, donde la economía parece desacoplada de una política cada día más incierta y volátil. Y nos aleja aún más de Uruguay y Paraguay, las naciones más exitosas en términos de estabilidad política y crecimiento económico de este vecindario.