Unas elecciones atípicas en Uruguay
Así fueron siempre las campañas electorales uruguayas: balcones cubiertos de banderas partidarias, actos multitudinarios en todos los barrios, vehículos con altoparlantes difundiendo los jingles de cada candidato, militantes recorriendo la ciudad para hacer sus pintadas, esquinas estratégicas desbordadas por adherentes compitiendo (pero en armonía) por repartir sus listas.
El ritual se repitió cada cinco años, desde que el país volvió a la democracia en 1985. Sin embargo, este año el estilo de hacer campaña cambió a niveles llamativos.
El domingo 26 de octubre, el mismo día en que Brasil realiza su segunda vuelta electoral, los uruguayos votarán presidente y renovarán el Parlamento. Si ninguno logra la mayoría absoluta, habrá una segunda vuelta sólo para elegir presidente el último domingo de noviembre.
Las encuestadoras son cautelosas. Es que a sus métodos académicos contraponían, como un intuitivo modo de asegurarse que venían bien, los datos que daba la calle: el clima, la efervescencia, la emotividad. Ese pálpito poco científico pero nunca del todo errado ayudaba a corroborar sus mediciones. Hoy, ante la reserva de un ciudadano que no es indiferente pero sí silencioso, esa corroboración no es posible. Hubo un cambio en la actitud cívica de la gente y algunos candidatos se adelantaron a esa nueva realidad. Otros debieron ajustarse sobre la marcha. Periodistas y analistas siguen interpretando los hechos según viejos parámetros y no siempre entienden lo que sucede.
El Frente Amplio seguirá siendo el grupo más votado. Pero su caudal podría reducirse y no lograr la mayoría parlamentaria que tuvo en los dos períodos sucesivos que gobernó. Si obtiene más del 45% de los votos, suben sus chances de ganar la segunda vuelta. Si queda por debajo, podría perder.
El casi seguro rival del ex presidente Tabaré Vázquez será el joven diputado del Partido Nacional o Blanco, Luis Lacalle Pou (hijo del ex presidente Luis Alberto Lacalle). Con 41 años, sorprendió al ganar la interna partidaria del 1º de junio ante el senador Jorge Larrañaga. No para todos, empero, fue una sorpresa: Lacalle Pou llevaba años haciendo un silencioso trabajo para consolidar una base que le permitió quedarse con la candidatura y el liderazgo de su partido.
Sus propuestas difieren de las de Vázquez, pero no de modo radical. Mantiene lo que sirve, corrige lo que no funcionó, mejora lo que faltó por hacer. Como dice él, no pretende ninguna refundación.
A diferencia de algunos vecinos, en Uruguay compiten cuatro partidos bien definidos. No hay alianzas circunstanciales para el momento. Incluso el Frente Amplio, nacido en 1971 como una coalición de grupos de izquierda, tiene una estructura estable con reglas de juego complejas, que todos acatan.
En las elecciones de 2009, Pedro Bordaberry (hijo de quien dio el golpe de Estado de 1973) emergió dispuesto a rescatar a un abatido Partido Colorado que en 2004 apenas logró el 10% de los votos. Sustituyó a la vieja guardia que encabezaban figuras señeras como los ex presidentes Julio Sanguinetti y Jorge Batlle, y en 2009 subió la votación al 17%. Ahora va por más.
El Frente Amplio apela al continuismo con la candidatura de Tabaré Vázquez, un oncólogo de 75 años que diez años atrás fue elegido presidente con mayoría absoluta. Era la primera vez que el Frente llegaba al gobierno. Éste podría ser el tercer período consecutivo de la izquierda y sucedería al muy popular José Mujica.
Como todo gobierno, el Frente tuvo luces y sombras. Le tocó una notable bonanza económica y, a diferencia de la Argentina, ni Vázquez ni Mujica tomaron medidas que la convirtieron en una crisis artificialmente creada. Sin embargo, no logró contener una creciente criminalidad y pese a que mientras estaba en el llano creó la imagen de que sólo el Frente podía hacer la gran transformación educativa, sorprendió al país al mostrar que no tenía la menor idea hacia dónde ir. La promesa no sólo no se cumplió, sino que hubo retrocesos grandes.
Fueron resonantes sus tres reformas "socio-morales": la legalización del aborto, la aceptación del matrimonio gay y una liberalización muy regulada del consumo de marihuana. Deja irresuelto, pero no por culpa suya ni de la oposición, el problema con la Argentina. Se necesitan dos para bailar un tango y, en este caso, las partes no siguen el ritmo a la misma vez.
Hubo irregularidades serias, al anteponer "lo político sobre lo jurídico". Algunas son investigadas por la Justicia y si bien no siempre terminan caratuladas como ilícitos, muestran una gran desprolijidad. Estas cosas pasaban con otros gobiernos, pero el Frente Amplio instaló la imagen de que era un partido distinto, puro e impoluto.
Hay gente satisfecha con su gestión, otra que se opone, y una parte del país sabe que no son mejores ni peores que los demás. Por lo tanto, la decisión ya no responde a un idealismo utópico, sino a una sensata y pragmática pregunta. ¿Vale la pena darle una tercera oportunidad a este grupo? Se instala, pues, la saludable posibilidad de una alternancia en el gobierno.
Durante el siglo XX y hasta el golpe de Estado de 1973, las elecciones las ganó siempre el Partido Colorado, excepto en dos oportunidades en que el gobierno fue blanco. Desde el retorno democrático, la alternancia fue mayor. Gobernó primero el Partido Colorado, luego el Partido Nacional, luego en dos períodos el Partido Colorado y ahora, también por dos períodos, el Frente Amplio.
Eso no quiere decir que este domingo Lacalle Pou hará una elección extraordinaria, aunque todo indica que será buena. Alguna gente repartirá sus votos entre él, el Partido Colorado y el Partido Independiente, para consolidar bancadas parlamentarias de su preferencia y luego impulsar una coalición que lleve a Lacalle Pou a la presidencia en la segunda vuelta. Las encuestas dicen que esa segunda vuelta es "de final abierto".
Lo cierto es que, terminado el recuento de votos en la noche del domingo, empezará una segunda etapa de un mes entero que será muy diferente a lo visto hasta ahora.
El autor, periodista y docente, es columnista de la revista Búsqueda