Una vuelta de tuerca a la novela familiar
"No se puede huir de la familia ni como escritor ni como ser humano." Frase estremecedora, sobre todo en una ciudad psicoanalítica como Buenos Aires. La dijo Paolo Giordano, el joven y talentoso autor de La soledad de los números primos y El cuerpo humano, durante la entrevista que le hizo Verónica Chiaravalli, en el stand de La Nacion en la Feria del Libro, para presentar Como de la familia, la tercera novela del escritor italiano.
"No me interesa mostrar los aspectos destructivos de la familia -comentó Giordano-. Mi primera novela, La soledad de los números primos,se ocupaba de dos niños, después jóvenes adultos, de distintas familias, marcados dramáticamente por episodios que habían terminado por aislarlos. Fue escrita con la visión y la rabia de un hijo. En la segunda, El cuerpo humano, que se desarrolla en Afganistán entre soldados italianos, la familia de sangre estaba reemplazada por otra familia, la del ejército, la de los camaradas de armas. Ahora el tiempo ha pasado y yo ya no soy hijo, soy padre y eso te hace ver las cosas de un modo muy distinto."
La tercera novela de Giordano cuenta cómo las familias pueden ampliarse para incluir a personas con las que no existen lazos de sangre, hasta que la muerte da una vuelta de tuerca a las cosas. Es la historia de una joven pareja, con un hijo, Emanuele, que toman a una señora, la señora A. (así se la llama hasta que, al final, se sabe su nombre) de sesenta años, para que ayude en todo tipo de tareas domésticas, sobre todo en el cuidado del pequeño Emanuele.
La novela tiene muchos elementos autobiográficos y Giordano lo dice en su libro y lo repitió en el diálogo con Chiaravalli. "La señora A. se hizo cargo de mi casa y de mi familia en un sentido muy amplio. Ella sabía cosas muy íntimas de mí, y yo no sabía casi nada de ella. Eso me resultaba algo incómodo. Tenía un carácter fuerte. Era más bien rígida como lo son las personas que han crecido en épocas difíciles. Podía resolver situaciones difíciles, que me resultaban muy complejas, de un modo muy rápido y efectivo, y además cocinaba maravillosamente bien: algo decisivo. La llamábamos Babette, como la Babette del cuento de Karen Blixen. Nos solucionaba todo. Pero, de pronto, los médicos descubrieron que la señora A. tenía un tumor y ése fue un hecho muy importante en mi vida. Por primera vez, la muerte y el cáncer entraron en mi casa. A partir de ese momento la relación entre la señora A. y nosotros se invirtió. Ella necesitaba ser protegida."
Giordano dijo algo muy interesante: "La señora A. funcionaba en el hogar del libro y en el mío como un espejo del amor de la pareja". Chiaravalli le preguntó: "¿El amor siempre necesita un espejo, un testigo?". Él le respondió: "Todo lo que hacemos necesita un testigo. Cuando la gente dice ?Hice esto para mí', no le creo. En los matrimonios, siempre se necesita a alguien, un tercero, que les haga entender que están haciendo lo correcto, o que los ponga en su lugar. La señora A., además de todo su trabajo, cumplía esa misión en mi casa".
El funeral de la señora A fue, por supuesto, otro momento importante. "Ella era viuda, pero tenía parientes, que fueron a las exequias. Nosotros habíamos actuado durante la enfermedad de la señora A. como si fuéramos su familia, pero en las circunstancias del funeral, formalmente, no lo éramos; por lo tanto, los que sí estaban emparentados con ella ocuparon el lugar preponderante que les correspondía. Por eso escribí la novela: quise que quedara un registro de la relación que nos había unido."
Giordano es de formación científica (matemático y físico). Desconfía de la simpleza, pero no deja de reconocer que, a veces, es más efectiva. "Mi mujer y yo, a menudo, ante situaciones complejas, nos quedábamos paralizados. La señora A. nos ayudaba a salir de esos bloqueos porque tenía convicciones firmes, apelaba a lugares comunes, pero sensatos, aunque podía equivocarse. Después, la enfermedad nos mostró el lado peligroso de esa simplicidad. Ante la sombra de la muerte, sus convicciones se derrumbaron y quedó indefensa. Me sentí desilusionado. Ella no se comportaba como yo esperaba.Ésa fue otra enseñanza: la desilusión me reveló el temor de que, llegado el caso, no se esté a la altura de lo que exige el final."