Una voz desde el África menos contada.José Eduardo Agualusa
Raíces. Escritor y periodista angoleño, autor de Teoría general del olvido, describe la lectura de Borges como "una revelación" e impulsa la difusión de la literatura africana en lengua portuguesa
Rápido y sin googlear: ¿cómo es el diseño de la bandera de Angola? ¿Cuáles son sus países limítrofes? ¿Cuál fue la principal característica sociopolítica de sus últimos cuarenta años? ¿Cuál es el nombre de su capital y qué características urbanísticas tiene? Y para concluir: ¿cuáles son sus escritores o escritoras contemporáneos más destacados?
Éstas son preguntas que surgirán seguramente al leer la brillante novela del angoleño José Eduardo Agualusa, Teoría general del olvido, recién traducida del portugués por Claudia Solans para la editorial Edhasa (y originalmente publicada en Lisboa en 2012). La breve y contundente novela –que fue nominada para un Man Booker International– cuenta la vida de una mujer llamada Ludovica Fernandes Mano, que se encierra en un departamento en Luanda, la capital de Angola, durante todos los años de la guerra civil, que duró entre 1975 y 2002 (aunque fue precedida por combates guerrilleros previos que duraron décadas).
Agualusa es un destacado periodista tanto en su Angola natal como en Brasil, donde vivió, y también un prolífico escritor con una docena de títulos publicados, entre novelas, cuentos, libros de poesía, teatro e infantiles, muchos de los cuales han sido premiados. Sobre la historia de Ludovica ha declarado: “Esta novela es sobre el colonialismo y el fin del colonialismo. Esta señora que se queda en Angola es como una huérfana del Imperio portugués. Para mí el libro trata sobre la xenofobia y el miedo al otro y cómo eso genera locura”.
El escritor es consciente de la poca visibilidad de su país en el escenario de la literatura del continente africano. Al recibir el Independent Foreign Fiction Prize –en Inglaterra en 2007– dijo: “Los escritores africanos que escriben en inglés ya son muy reconocidos. Piensen en Coetzee, Soyinka, Nadine Gordimer o Chinua Achebe. Menos conocida es el África que habla y escribe en portugués”.
En esa misma ocasión trazó un linaje entre Angola y América Latina: “Gabriel García Márquez dijo, cuando llego a la ciudad de Luanda en 1977, que él se veía a sí mismo como un africano. El lugar de África adonde él había llegado es una mezcla, una África criolla, no tan diferente del lugar donde él nació y se crió. Evidentemente, hay muchas Áfricas, alguna de ellas remotas e impenetrables. Leyendo a García Márquez y Borges me di cuenta de que también soy latinoamericano. Y leyendo a Jorge Amado, cuando era adolescente, me di cuenta de que también soy brasileño”.
La ciudad de Luanda, ubicada en la costa del océano Atlántico, que se espía en la novela, justo antes de la guerra, es cosmopolita y sensual, aunque las tensiones sociales y políticas están a flor de piel. Ludovica llega a Luanda desde Lisboa, acompañando a su hermana que se acaba de casar con un angoleño, ingeniero de minas. Recién llegados, irrumpe la guerra. Odete, la hermana de Ludovica, le ruega a su nuevo marido, Orlando, volver a Portugal:
Los terroristas, querido, los terroristas… “¿Terroristas? No vuelvas a usar esa palabra en mi casa”. Orlando nunca gritaba. Susurraba en un tono áspero, el filo de la voz apoyándose como una navaja en la garganta de los interlocutores: “esos terroristas combatieron por la libertad de mi país. Soy angoleño. No me iré”.
Pero al fin se van, dejando a la frágil e introvertida Ludovica sola en el elegante departamento con un pastor alemán albino que se llama Fantasma. (Uno de los misterios de la novela es si Ludovica fue abandonada a propósito o no.) Para sobrevivir tienen (Ludovica y el perro) provisiones que se agotan pronto y después, en el balcón, pequeñas plantaciones de bananos y granados.
Inmediatamente Ludovica advierte que su hermana no va a volver y se atrinchera. Literalmente. Construye un muro y sella la puerta de entrada con cemento y ladrillos que encontró en el gran balcón (dejados allí por una obra que estaba en curso). Su retiro es más por temor al vacío que a la guerra. Ya era agorafóbica desde chica pero con su mudanza ese rasgo se acentuó. Como le dice su hermana al llegar a Angola: “El cielo de África es mucho más grande que el nuestro… Nos aplasta”. Ludovica termina siendo un especie de cruce entre Bartleby y Robinson Crusoe. Abandona y resiste a la vez. Sobrevive décadas con casi nada. Y va escribiendo, primero en cuadernos y después –cuando se terminan– sobre las paredes. El narrador omnisciente de la novela dice haber reconstruido los hechos del relato sobre la base de estos escritos.
Un universo borgeano
A primera lectura, la novela de Agualusa parece tener leves influencias del realismo mágico y también algo de borgeano. La protagonista es el centro de una constelación de personajes que se encuentran y reencuentran de maneras insólitas e impredecibles. Sin ánimo de develar la trama, la narración incluye a un mono que se llama Che Guevarra, una paloma mensajera que se traga unos diamantes de inmenso valor, un pueblo en la jungla que literalmente desaparece y un edificio de departamentos de lujo venido a menos que se convierte en una especie de pequeño pueblo vertical donde los habitantes crían gallinas en los balcones y donde vive un hipopótamo (¡que sabe bailar!) en el patio del pulmón del edificio.
Durante su paso por Buenos Aires, en ocasión del Filba, tuvimos la oportunidad de sentarnos cara a cara en un café de Palermo con este autor. Nacido en 1960 en Huambo –antes llamada Nueva Lisboa– en el interior de Angola, de padres portugueses, Agualusa tiene una mirada que combina una cordial accesibilidad y una sana sospecha hacia el otro. Es muy amable y está dispuesto a compartir datos privados de su vida, pero sólo si se le hace la pregunta precisa. Afortunadamente, descubrimos esto por una leve interferencia en la comunicación. Su castellano es, en realidad, más portugués que castellano. Justamente en ese mínimo espacio de opacidad tuvimos que insistir en algunas preguntas obvias y de esa manera pudimos conocer algunas intimidades y pequeños secretos de Agualusa.
Por ejemplo, de niño, junto con su hermana, en los años 60 y a principios de los 70, Agualusa pasaba sus veranos acompañando a su padre en su trabajo. Era profesor de seguridad del trabajo para los empleados de los ferrocarriles llevados a Angola, como a la Argentina, por los ingleses. Había un vagón aparte para las clases de capacitación, con aula, cocina y comedor. Era el último vagón. ¿Por qué? Cuenta Agualusa: “En esos tiempos el convoy era muy, muy largo. Porque entre otras cosas, había guerra y el convoy era atacado; la última formación era más segura. Y cuando viajábamos con papá el convoy era frecuentemente atacado por guerrillas”. En el aura benévola de la niñez, él vivía todo eso como una aventura.
Su vida de escritor comenzó en la Universidad de Lisboa, donde asistió para estudiar agronomía. Con unos amigos africanos de habla portuguesa fundó una revista literaria llamada El Camino Lejos, título de una canción de Cabo Verde. “Pero como éramos muy pocos –cuenta–, escribíamos con seudónimos diferentes, para parecer muchos. Y escribíamos con varios estilos diferentes, lo cual terminó siendo un buen ejercicio para mí.” Nunca ejerci?? su profesión de agrónomo, sino que comenzó a trabajar como periodista cultural primero en Portugal y después como reportero de guerra en Angola para un diario portugués. ¿Era peligroso escribir en Angola? Contesta: “Sí, un poco. Pero el poder angoleño no se preocupaba por los libros, porque no leía. El poder no lee. La literatura no te podía meter en problemas. Pero la prensa sí”.
Un secreto más, interesante para sus lectores en la Argentina. Su novela de 2004, El vendedor de pasados es, a primera vista, una hermosa fantasía. Narrada por un geco, cuenta la vida (observada por el reptil) de un personaje que se dedica a falsificar documentos para nuevos ricos que quieren simular un pasado aristocrático. No es explícito, pero Agualusa dejó ciertas pistas para que el lector avispado se percate del gran truco de la novela. “El geco es Borges. No se dice en la novela, pero si prestas atención a la biografía del geco, te das cuenta de que es la biografía de Borges. Ha renacido en Angola en esta nueva forma.”
Agualusa señala que cuando leyó a Borges por primera vez las posibilidades de la literatura se le abrieron de golpe. “Borges formó mi identidad como escritor. Lo leí por primera vez cuando comenzaba la universidad y fue una revelación, un shock. Lo que me impresionó fue, en primer lugar, la calidad de la escritura. En segundo lugar el hecho de que tenía historias para contar. Y finalmente Borges se preocupa mucho del tema de la memoria y cómo la memoria se relaciona con la identidad. Eso se convirtió en un modelo para mí.”
Se puede pensar que cuando un autor elogia a otro –sus cualidades, sus logros, sus fortalezas– está hablando también de sus propios valores literarios. Agualusa, por lo menos en lo que se ha traducido hasta ahora al castellano, busca combinar estos elementos que él ha elogiado en Borges. Una escritura destacada, una narración fascinante y una meditación sobre el ser y la memoria.
Por lo que se lee en Teoría general del olvido, Agualusa se perfila como un novelista que puede contar nuestro mundo de una manera que nunca hubiéramos imaginado sin él.
Biografía
Eduardo Agualusa nació en 1960 en Huambo, en el interior de Angola, de padres portugueses. Escritor y periodista, vivió en Brasil y en Portugal. En 2007 fue el primer africano en recibir el Independent Foreign Fiction Prize por su novela El vendedor de pasados. Es autor de Teoría general del olvido (Edhasa), nominada para el Man Booker International