Una voz audaz que llega desde la periferia literaria. Eleanor Catton
APUESTA. A los 28 años, la escritora neozelandesa -que visita el país gracias al Filba- ganó el premio Man Booker con Las luminarias, a la vez un homenaje a la novela victoriana y un experimento formal
En 1993, cuando tenía ocho años, Eleanor Catton se escapaba al garage de la casa de su familia en Christchurch, Nueva Zelanda, para escribir sobre la vieja computadora IBM que compartía con sus padres y dos hermanos mayores. Era una niña reservada y no quería mostrar sus escritos a nadie. Los escondía en subcarpetas con títulos inocuos como "Deberes". Un día en particular, en la mitad del invierno, estaba trabajando en un cuento sobre un niño abandonado en los campos neozelandeses que tenía que sobrevivir por su cuenta. En algún momento, Eleanor se levantó para prepararse algo caliente para beber. Ocupada en esa tarea, escuchó la risa de su hermano desde el garage: estaba rescribiendo el cuento de su hermana. Cuando él se fue y ella volvió –como en un sketch de Laurel y Hardy, dice ahora Catton misma– fue a prender la luz para ver mejor el texto reescrito, pero sin querer terminó apagando la computadora y perdiendo así las ediciones, probablemente sarcásticas, de su hermano mayor. Este hecho, sin embargo, fue fundacional en su vida como escritora. Fue la primera vez que vio su propia escritura a través de los ojos de otra persona y pudo darse cuenta, también, de que lo que ella escribía podía provocar una reacción en otros.
Unos veinte años más tarde (el 15 de octubre de 2013, para ser precisos), Catton se convirtió en la persona más joven en ganar el premio Man Booker con su segunda novela, Las luminarias. Tenía 28 años. El libro –cuyos derechos acaba de adquirir la BBC para transformarlo en serie de televisión–, con más de 800 páginas, es el más extenso de los que han recibido el prestigioso premio desde su primera edición en 1969. Catton fue la segunda persona oriunda de Nueva Zelanda en ganar el Booker, después de Keri Hume, que lo recibió en 1985 con su novela The Bone People (traducida como El pueblo hueso). Y, como en el caso de Hume en su momento, Catton volvió a poner Nueva Zelanda en el mapa de las letras contemporáneas. La escritora, de visita en Buenos Aires para participar del Filba, intervendrá hoy, a las 18.30, en el panel "La reinvención de un clásico" (www.filba.org.ar).
Relato en dos niveles
La acción de Las luminarias –editada en español por Siruela– transcurre en el año 1866 en la costa oeste de la isla sur de Nueva Zelanda, en el pueblo de Hokitika y sus alrededores, durante la fiebre del oro que convocó a miles de personas de todo el mundo en busca de una fortuna instantánea. Es una novela profundamente extraña por ser sencilla y compleja a la vez; por ser tradicional –hasta el punto de ser cuasi victoriana– y a la vez ser un experimento formal digno de las más complejas novelas posmodernas. Quizá, porque pone en juego una de las convicciones más fuertes de Catton sobre la literatura: "Siento que algo muy terrible ha pasado en la historia literaria: el disfrute y la educación se han separado uno del otro. Están los libros que leemos por obligación y los que leemos por placer. No tendría que ser así. Para mí, una parte de aprender a leer consiste en leer intentando saber cómo funciona un libro, pero sin dejar de lado el placer de su lectura. Es como jugar. Puede ser un proceso muy creativo si se aprende a leer de esa manera", explica.
La novela funciona así. En un primer nivel, Las luminarias es un relato casi detectivesco. Una noche tormentosa y oscura, un joven viajero llamado Walter Moody, recién arribado de un viaje casi fatal, entra en el bar de un hotel. El clima es inhóspito. Ha interrumpido un cónclave entre 12 personas, que poco a poco aceptan a Moody en la discusión. Están intentando desentrañar un triple misterio en el cual todos están involucrados: la extraña muerte de un buscador de oro solitario, alcohólico y aparentemente indigente, pero con una fortuna escondida en su humilde choza; el intento de suicidio de la prostituta más querida del pueblo, y la desaparición de un hombre muy joven y muy rico. En el primer capítulo de la novela, que ocupa la mitad del libro, cada uno de los personajes –un dueño de hotel, un farmacéutico, un banquero– cuenta lo que sabe. Como en la película de Kurosawa, Rashomon, los relatos se contradicen, por más que tengan un grano de verdad. Y con cada relato, cada persona se empantana más y más en una red de crímenes y mentiras.
El otro nivel de Las luminarias, por encima de la trama, es el principio organizativo de la narración. Catton, a través de una extensa lectura de las obras de Carl Jung, se hizo adepta a la astrología. El Zodíaco determina la arquitectura y el movimiento de su novela. A cada personaje de este cónclave inicial le corresponde uno de los doce signos astrológicos; los complementan siete personajes más, que están asociados con los cuerpos del sistema solar: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, el sol y la luna. Cada capítulo comienza con una carta natal del personaje central en cuestión.
No es necesario saberlo para disfrutar la novela, pero los movimientos de los planetas le impusieron a Catton una serie de reglas rigurosas para componerla. Un lector puede leerla en su primer nivel y sacarle muchísimo provecho. Como han señalado muchos reseñadores, es un libro que podría compartir lugar en un estante con las grandes obras del escritor victoriano Wilkie Collins, como La piedra lunar o La dama de blanco. Un lector más intrépido, con un interés en lo esotérico, podrá profundizar en el aspecto zodiacal con plena confianza: Catton es una estudiante dedicada y seria del tema. De hecho, parte de sus investigaciones iniciales consistió en pasar cuatro semanas recreando el cielo nocturno sobre Nueva Zelanda en el tiempo en cual transcurre la acción de la novela. Para eso usó un programa de la revista astronómica Sky and Telescope, que permite ver con precisión científica la posición de las estrellas, el sol y la luna en cualquier fecha que uno desee, en el pasado o en el futuro.
Según cuenta, nada de esto fue hecho en el espíritu de hacer una novela que sea un truco. Al contrario, la novela nació, en parte, de la frustración de Catton por leer ese tipo de libros fríos y cerebrales que ponen las destrezas formales literarias por encima del placer de relatar una buena historia.
Pero mejor preguntarle a ella. Estamos con Catton misma en el lobby de un hotel en pleno barrio de Palermo. Acaba de cumplir 30 años. Comparte su fecha de cumpleaños, el 24 de septiembre, con F. Scott Fitzgerald. Otros autores invitados al Filba, como el enfant terrible de la alt-lit, Tao Lin, pasan inadvertidos por los turistas y hombres de negocios.
Sobre la complejidad de su novela, Catton cuenta: "Lo que yo quería dar al lector, lo que quería crear en su experiencia, era una sensación de confianza en las fuerzas que están obrando en el libro para que en cada punto sintiera –por más que no entendiera o que no le importara la astrología– que había más en el libro de lo que podía meramente ver. Mi objetivo principal fue crear esa sensación. Creo que la relación entre los dos niveles básicos de la novela es uno de los ejes temáticos sobre los cuales juega el libro. La relación entre el destino y el mundo. Quiero decir, ¿estos personajes están tomando decisiones por su libre albedrío, o son cautivos de un destino predeterminado?".
Catton pareciera tomar la oportunidad de la entrevista para seguir pensando sobre ideas vinculadas al arte de la novela. Es profesora de escritura creativa en el Manukau Institute of Technology e hizo su maestría –y comenzó a escribir Las luminarias– en el legendario Iowa Writers Workshop. En el amable caos del lobby del hotel, sigue explicando: "Me parecía que con mucha frecuencia los escritores se enorgullecen demasiado de sí mismos, especialmente cuando están trabajando en una novela experimental. En esos casos, el formato termina no siendo algo dedicado a la experiencia del lector, sino a mostrar qué tan habilidoso es el autor mismo. La experimentación tiene que estar al servicio de algo en lo cual se cree y que está intentando solucionar algo".
Para ella, hay un énfasis exagerado en tomar la descripción como una habilidad en la literatura. "Creo que la narración y la descripción son habilidades completamente diferentes. Cuando describís algo, el tiempo se para. Si yo digo: ‘el florero tenía unas gotas de rocío en su costado’, ¿cómo ayuda eso al cuento? ¿Cómo lo mueve para adelante? Necesitamos volver al cuento para saber. Cuando enseño escritura, me enfoco en la narración y en cómo mantener la curiosidad e interés del lector. Cómo plantar cosas en sus memorias y hacer que se las olviden. Siempre te amarán por eso."
Catton no fue la favorita para ganar el Man Booker. Entre otros, estaba compitiendo con figuras ya eminentes en las letras de lengua inglesa, como Colm Tóibin y Jim Crace, y con nuevas figuras bien ponderadas como Jhumpa Lahiri y NoViolet Bulawayo. Al recibir el premio, Catton admitió que Las luminarias era "la pesadilla de un editor". De hecho, le llevó cinco años de trabajo y no estaba segura, hasta las últimas páginas, si iba a funcionar o no. Lo entregó dos años más tarde de lo estipulado con su editor y con muchas más páginas de lo acordado. Pero al ganar, nadie acusó el jurado de cometer un error.
Catton acaba de cumplir 30 años. Sólo ha publicado dos novelas. Da la sensación de que recién está empezando, aunque con lo que ha hecho muchos escritores estarían satisfechos de guardar los lápices y los teclados, las pantallas y los cuadernos y descansar, victoriosos. Poder escribir un libro original, con peso y la apariencia de ser necesario, es casi un milagro. Catton lo logró.