Una visión ecosistémica de la economía
La capacidad de imitar y aprender de la naturaleza y sus procesos, sumada a la de poder desentrañar los principios fisicoquímicos que la rigen, le dio al hombre una ventaja comparativa indudable sobre las demás especies.
Desde la incipiente industria lítica o el manejo del fuego hasta las actuales tecnologías para captar la energía solar o eólica, la observación e imitación del entorno estuvo siempre presente en nuestra evolución.
Somos una extraña especie que suele jactarse de dominar aquello que, en rigor, sólo supo imitar. Y cuando no fueron imitaciones las realizadas, fueron derivaciones, pues nada en nuestro acontecer está más allá de las determinaciones que impone el entorno.
A lo largo del tiempo, el devenir del hombre en la Tierra aconteció mayormente en una relación armónica con el medio. O bien debido a concepciones mágico-espirituales o bien por limitaciones técnicas o demográficas, el hombre progresó en armonía con la naturaleza. Hoy no caben dudas de que la civilización industrial - y la cosmovisión que le fue propia- destruyó esa armonía.
La concepción de la naturaleza como mero recurso, desprovista de valor, aunada a una tecnificación a escala planetaria y al consumismo como filosofía de vida, condujo a un desastre generalizado: ecosistemas enteros destruidos, contaminación del agua, aire y tierra, modificaciones de las variables climáticas globales.
El sistema actual se encamina al abismo porque nuestro mundo material pretende funcionar sobre la base de recursos físicos que no tenemos. Y porque muchos de los que tenemos son mal utilizados y convertidos en residuos que no podemos ocultar ni utilizar. Sólo enterrar o quemar.
Producimos y consumimos millones de botellas plásticas que mantendremos en nuestras manos por escasos minutos, pero que permanecerán en un relleno sanitario por cientos o miles de años. Preferimos seguir quemando combustibles fósiles contaminantes para obtener energía, aun a sabiendas de sus efectos catastróficos para el sistema planetario en su conjunto.
Ensoberbecidos en un cientificismo dominado por la lógica de maximización de ganancias, hemos olvidado la antigua sabiduría de observar e imitar a la naturaleza. Si dirigiéramos nuevamente la mirada a ella, podríamos volver a entender y emular la dinámica que le es propia y que multiplica la riqueza en sus procesos, haciendo sólo uso de los recursos a su alcance, con el sol como principal fuente de energía. Y esto sin generar desecho alguno. En la naturaleza, los subproductos de un proceso son siempre parte de una cascada de nutrientes que sirven de sustento a otros procesos. El resultado es la infinita diversidad que hace extraordinario a nuestro planeta.
Si logramos remedar el modo en que funcionan los ecosistemas, podremos plantear comunidades humanas sustentables capaces de generar riqueza y trabajo local, superando modelos económicos industriales plagados de consecuencias negativas. Hoy no alcanza con reducir esas consecuencias. Estamos obligados, física y éticamente, a hacer el mayor bien posible. Para eso, debemos encontrar los modos de convertir los desechos de nuestras actividades en recursos útiles para otras. Y hacerlo mediante la utilización de lo localmente disponible, siempre más económico y cuantioso. Así es como funciona la naturaleza. Así es como deben funcionar las sociedades humanas.
La producción de café -cuyo residuo puede quemarse para producir energía, en una visión tradicional de reducción de costos y "circularidad económica"- bien puede convertirse en insumo para nuevos procesos multiplicadores de valor, mediante la utilización de su pulpa fermentada y secada para ser utilizada como sustrato para el cultivo de hongos, por ejemplo. Esto podría aplicarse a casi todas las actividades humanas: producción energética, agrícola, pesquera, emprendimientos mineros. Sólo se requiere cambiar de lógica.
El Informe Blue Economy al Club de Roma, que será presentado el mes próximo en diferentes conferencias en el país, corrobora que pensar y actuar de este modo es posible. La Fundación ZERI - impulsora de la Economía Azul- ha realizado, en las últimas dos décadas, más de 200 proyectos, para los que se movilizaron más de 4000 millones de dólares en inversiones, generando tres millones de puestos de trabajo.
Una visión ecosistémica de la economía y los negocios multiplica los beneficios económicos, ambientales y sociales. No se trata de negar los desarrollos científicos o tecnológicos. Muy por el contrario, se trata de valerse de ellos modificando la lógica y los objetivos que los rigen, para pensar y ejecutar cada actividad, cada industria, cada proceso, tal como los ejecutaría la naturaleza.
La Argentina está hoy en un punto de inflexión. Es la ocasión de inventariar todas sus oportunidades y enfocarse en lo que es sostenible, con una visión a largo plazo.
Las decisiones que se tomen para volver al desarrollo pueden basarse en la naturaleza, su diversidad de vida y su sabiduría, para promover un desarrollo económico y social que aporte a la felicidad de los habitantes permitiendo a la naturaleza continuar su camino de riqueza evolutiva.
Pauli es autor del libro La Economía Azul; Del Castillo, poliítólogo, coordina el Movimiento Agua y Juventud
Gonzalo del Castillo y Gunter Pauli