De derechas, izquierdas y pusilánimes
El marketing del desprestigio ha hecho que casi ningún opositor a las políticas marxistas se atreva a encuadrarse a la diestra del espectro político
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Tal vez muchos candidatos políticos, en América Latina y en una parte de Europa, deberían comprar un cuaderno de cien hojas, tapa dura, como los que usábamos en la escuela, y escribir de comienzo a fin: “¡Y qué!”. Frase cortísima pero sumamente importante, una verdadera vacuna contra la pusilanimidad y la “corrección política” y un sano ejercicio de fortalecimiento de la voluntad.
La izquierda, esa gigantesca y multimillonaria maquinaria de marketing en beneficio de sí misma, se ocupó de desprestigiar tanto a la derecha que casi ningún opositor a las políticas marxistas se atreve a encuadrase a la diestra del espectro político. Para ese fin, la izquierda no necesitó emplear demasiadas calumnias; sólo algunas. Lo que más resultado le dio, en realidad, fue acusar reiteradamente a sus rivales de pertenecer a la derecha, sin decir más. Tantas veces los acusó con esa simple expresión, que la mayoría de ellos comenzaron a negar la orientación de su pensamiento.
“No soy de derecha”, contestan simplemente algunos. “La clasificación en izquierdas y derechas es anticuada”, responden otros. “Estoy en la centro-derecha”, se atreven unos pocos más.
Puede ser que la clasificación en izquierdas y derechas sea anticuada; pero en la medida en la que exista una izquierda, y nadie duda de su realidad, la versión opuesta debe recibir algún nombre y tiene cierta lógica semántica que se llame “derecha”.
Un autor indudablemente encuadrado en la derecha francesa, Jean Madiran, ha sostenido que la derecha es una invención de la izquierda para generar a un enemigo contra el cual combatir y dividir así a la sociedad en una confrontación dialéctica. No nos convence esta tesis sobre la inexistencia de la derecha. De hecho, el mismo escritor se refiere reiteradamente en su obra a “la derecha” como una realidad que opera de tal o cual manera. En lo que sí podemos coincidir es en que la izquierda se define a sí misma y define a la derecha.
No se trata, entonces, de que la derecha no exista, sino de que la gente suele imaginarla de acuerdo con el relato de la izquierda. ¿Y cuál es ese relato?
En primer lugar, una pintura de la derecha como un grupo egoísta, desenfrenadamente ambicioso y avaro, que no reconoce otra regla que la del mercado. Todo eso lo resume en el término “capitalista” o “pro-capitalista”.
La izquierda tendría, por el contrario, el monopolio de la solidaridad; no por el esfuerzo personal de sus adherentes –y aquí viene la contradicción que nadie le enrostra– sino por la intervención del Estado en la confiscación del patrimonio de los demás. ¡Extraña solidaridad la que se ejerce con el bolsillo de los otros y no de sí mismo!
En contraste con ese apotegma, podemos ver a numerosos directores o gerentes de corporaciones, así como a empleados y emprendedores individuales, partidarios del libre mercado, cooperando activamente con dinero propio en causas de bien público. Esto sucede en todas partes del mundo y, especialmente, en los países capitalistas. Difícilmente encontramos a un socialista, expresado esto en forma genérica para cualquiera de sus versiones, colaborando con los pobres a costa de su billetera. Lo había expresado Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales, cuando escribió que los hombres que persiguen honestamente el beneficio individual han hecho grandes cosas por el bien común y, en cambio, pocas veces quienes dicen luchar por el pueblo han producido importantes avances en favor de la comunidad.
Si esa parte del relato sobre la derecha tiene una contradicción con la realidad, lo que sigue adolece de una contradicción lógica; es decir, de una contradicción en sí misma.
La derecha son los liberales-capitalistas; pero la ultraderecha son los nazis y los fascistas. Esto no es coherente, porque si el parámetro para la clasificación es la mayor o menor adhesión a la intervención del Estado, el fascismo y el nacionalsocialismo fueron intervencionistas y no precisamente partidarios del libre mercado. Si la izquierda fuera consistente en su clasificación, la ultraderecha debería estar formada por los libertarios, siguiendo el criterio con el que la izquierda encuadra en la derecha a los liberales.
Luego, existen varias características aisladas que, con mayor o menor coherencia, separan a la derecha de la izquierda. Una de ellas, supuestamente, es el antisemitismo o, para expresarlo con mayor precisión, el antijudaísmo. Y es verdad que, especialmente en el siglo XX, no pocas posiciones de derecha estuvieron irracionalmente unidas al antijudaísmo. Pero también es cierto, como lo señala el escritor Marcelo Birmajer –en cuyo último libro, La remera del Che, se burla de los revolucionarios–, que la izquierda marxista revolucionaria, y especialmente la trotskista en la Argentina, son antijudías. “Cuando desde la izquierda revolucionaria o marxista radical se reclama la destrucción del Estado de Israel, lo que se está reivindicando es el ideal nazi de exterminar al pueblo judío”, suele señalar el autor.
Otro patrón que separa a la izquierda de la derecha es la rigurosidad del sistema penal. La izquierda propicia teorías minimalistas, que tienden a suprimir la pena o volverla insignificante, mientras la derecha es partidaria del orden, que no se sostiene sin sanciones adecuadas a su alteración. Esa concepción de la izquierda no es coherente con las severísimas penas que se aplican en Cuba o en Nicaragua, por ejemplo, y que se ejecutaron en la Unión Soviética. Tampoco es coherente con las sanciones que la propia izquierda reclama aquí cuando el imputado es un miembro de las fuerzas de seguridad o un ciudadano civil que se defiende. Es que toda la izquierda es una gran incoherencia; el problema es que se la tome en serio.
La política migratoria es otra de las caretas con las que la izquierda restriega su supuesta solidaridad en la cara de la derecha. Y es verdad que las derechas son más restrictivas respecto de la inmigración; pero como Santo Tomás lo enseña, existe un “orden de la caridad”, según el cual estamos obligados a amar en mayor medida a quienes por algún motivo están más ligados a nosotros. Nadie adopta cinco hijos si no puede dar salud y alimento a tres que son propios. A la izquierda con medicina prepaga eso no le importa mucho. Y no vamos a negar que existen también otras motivaciones en la derecha, como el temor a la “suplantación cultural” a consecuencia de la migración de los países islámicos, especialmente en Francia, Gran Bretaña o Alemania. Pero eso es verdad y Europa está muriendo a consecuencia de desatender esa realidad, como lo viene denunciando el escritor español Arturo Pérez-Reverte.
¿Pero qué es entonces la derecha y qué es la izquierda, si es que existen? No existieron siempre como tales y la denominación procede de la Revolución Francesa. Pero una semilla de una y otra la encontramos en el comienzo de la Historia, con el relato bíblico de Caín y Abel. Una es la filosofía del esfuerzo individual, el reconocimiento a Dios y el amor a la familia. La otra es la envidia y el resentimiento, la reacción violenta ante el reconocimiento ajeno, el engaño al hermano, la ingratitud y la negación de los lazos familiares.
Caín y Abel no eran políticos, pero eran humanos.