Una usina de historias
Sobre El absoluto, de Daniel Guebel
Hubo un tiempo en que ciertos libros de Daniel Guebel –desde Derrumbe (2007) hasta El hijo del sol (Genios destrozados tomo II) (2014)– no hicieron sino girar en torno a una obra mayor de la cual los lectores sabían apenas un par de cosas: que era extensa y que se titulaba El absoluto. Aquellos libros eran, según su autor, desprendimientos de esa obra. Así, tocados por su fructífero influjo, aparecían periódicamente novelas y colecciones de relatos que, en un mismo movimiento, escamoteaban y engrandecían esa novela de la que eran astillas. A tal punto que cabía preguntarse si El absoluto sería, no una novela obstinada en su carácter de inédita, sino un modo de designar una usina inmaterial generadora de historias.
Afortunadamente Guebel entregó a imprenta El absoluto y las especulaciones llegaron a su fin. La extensa novela se puede describir, en lo que respecta a su esquema argumental, de manera sucinta: centrándose en la figura del compositor ruso Alexander Scriabin, Guebel crea una genealogía de genios (los Scriabin-Deliuskin) a cada uno de los cuales le dedica uno de los seis “libros” que componen El absoluto. Dicho esto, el resultado, que nada tiene de esquemático, es del orden de lo extraordinario. Por un lado, es una novela henchida de peripecias –“con peligro de estallar la encuadernación”, diría Macedonio Fernández–, y por el otro, una complejísima urdimbre en la que conviven, bajo la forma de la reflexión, la creación artística, la política, el pitagorismo, la teosofía y la cosmogonía, todo ello a merced de las modulaciones del amor y el fracaso. Aunque peripecia y reflexión tienden, gracias a la manera en que Guebel combina una y otra, a sostenerse mutuamente, lo que produce un efecto de encantamiento.
La narradora de los cinco primeros libros es la sobrina de Alexander Scriabin, quien ya al principio, antes de adentrase en la biografía de su tatarabuelo Frantisek Deliuskin, apunta: “En nuestra familia de locos pagamos el precio de la demencia para ascender a los cielos del genio”. Poco interesado en continuar con el negocio de su padre –venderles esqueletos de mamut a museos de Europa–, Frantisek Deliuskin se dedica a la música, o mejor dicho, a darles clases a las esposas de los hacendados del lugar (un poblado de la Rusia del siglo XVIII). “Las clases de Frantisek fueron un éxito; sobre todo de alcoba”. Para el artista hay allí un descubrimiento: la unión entre el coito y la ejecución musical, el cuerpo femenino como instrumento y “su sistema de posibilidades combinatorias”.
En el segundo libro, es el turno de Andrei, hijo de Frantisek. Responsable anónimo de las anotaciones a los Ejercicios espirituales de Loyola, que caerá en manos de Lenin, e integrante de las filas de Napoleón. Improbabilidades al margen, lo interesante es cómo Guebel utiliza los datos históricos: como combustible para la imaginación. De esa manera, explora intersticios o rellena vacíos, amplifica o soslaya, según las necesidades de la narración. Es decir, los vuelve literatura. Asimismo, Andrei es autor de Anatomía Instrumental de la Praxis Política, libro que su hijo Esaú intenta llevar a la práctica con suerte dispar. Es encarcelado, de modo que la dicha es, no para su proyecto revolucionario, sino para el lector, y ésta se encuentra en la esgrima verbal que Esaú mantiene con su carcelero.
Esaú, por su parte, es padre de dos hijos mellizos: Alexander y Sebastián. Un hecho fortuito los separa de pequeños y, desde entonces, se mantendrán conectados por vía telepática. Imbuido de nociones teosóficas, y basculando entre la genialidad y la megalomanía, Alexander concibe una obra, Mysterium, con la que cree que podrá cambiar el curso del Universo. Tras un derrame cerebral, Sebastián viaja en compañía de su hija –Alejandra, la narradora– por las provincias argentinas, en cuyos teatros de mala muerte interpreta la “música del futuro”.
El sexto libro, el último de la novela, es contado en primera persona por el hijo de la narradora de los libros precedentes. En pleno siglo XX y desde el conurbano bonaerense, el chico se entrega a idear una máquina del tiempo que le permita reencontrarse con su abuela.
Novela hecha de tradición y ruptura, de desborde y condensación, El absoluto es, en su afán totalizador, literatura del futuro que modifica el presente.
EL ABSOLUTO
Por Daniel Guebel
Random House
560 páginas
$ 349