Una triste derrota
Por Pepe EliaschevPara lanacion.com
Volvemos al enigma original: ¿por qué son como son? ¿Por qué hacen lo que hacen? Como ejemplares de laboratorio sometidos a una experiencia científica, las criaturas del kirchnerismo y su comandanta inexorable e inmutable producen sus suicidios pese a que es clamorosa la evidencia de que sus arrebatos solo darán ese resultado. Será desde ahora difícil repetir el porcentaje que Mauricio Macri acaba de amasar en la Capital Federal. No habrá muchas situaciones parecidas en el futuro, porque ¿cuándo un ganador podrá alcanzar los dos tercios de los votos?
La contundencia de la derrota del Gobierno impresiona. Quedará como uno de los ejemplos de necedad sistémica más notables de la historia electoral argentina. El kirchnerismo pulverizó a Agustín Rossi hace una semana. Hoy se llevó puesto a Daniel Filmus. Como trituradora implacable, Cristina Kirchner avanza resuelta en su convicción pétrea, decididamente jugada a que la insistencia en su dogmatismo algún día le procurará resultados más alentadores.
No se precisa internarse en divagaciones sociológicas apara entender esta verdad. Quienes asistimos al colapso deliberado del centro porteño resuelto por la Presidenta el martes 26 de julio para que algunos millares de bonaerenses traídos en colectivos de los municipios suburbanos presenciaran, como patética y silenciosa platea, la "inauguración" del mural luminoso de Evita en la Nueve de Julio, no necesitábamos que nos explicaran nada. ¿Cuántas personas agotadas tras una jornada de trabajo quedaron abulonadas en calles y avenidas, mientras la señora Fernández de Kirchner peroraba sobre la condición de ícono de la señora de Perón? ¿Era necesario tanto esmero para acentuar la irritación y la bronca del pueblo capitalino? Incomprensible torpeza o pulsión autodestructiva, no importa; resalta la noción dogmática de que las vanguardias terminan "esclareciendo" a las muchedumbres tontas, ignorantes y superficiales.
Los kirchneristas lo sabían. Por algo admitieron los de Carta Abierta, después de la paliza del 10 de julio, que la ciudad estaba perdida. Tras aquel resultado sin salida para ellos, se internaron en una secuencia asombrosa de disparates, pero hay un hilo conductor que los explica. Los desatinos son la letra chica; en verdad, lo que se viene ratificando en estas elecciones distritales es que el Gobierno y sus partidarios aman el error. El error no es error para ellos. Si en Vietnam se luchaba en el siglo XX contra los Estados Unidos con la estrategia de la guerra popular prolongada, mucho menos heroicos, los kirchneristas parecieran creer hoy que persistir en su manera cerril y necia de manejarse, terminará dándoles buenos resultados.
Descoloca a quienes no manejan los entresijos de cómo se gobierna a la Argentina en esta época, la compacta convicción oficial según la cual el maltrato finalmente disciplina y seduce. El 20 de junio llevaron millares de personas al Monumento a la Bandera en Rosario para abrumar de insultos y malos tratos al gobierno de Santa Fe, de quien eran teóricamente huéspedes. El 26 de julio hicieron lo mismo en la ciudad de Buenos Aires con un evitismo recargado que no fue sino pura antigüedad y belicosa acción de desprecio por la gente que vive, trabaja y paga impuestos en la Capital. Mismos procedimientos, misma soberbia intelectual, mismo despotismo de maneras y de conceptos. No podían derivarse de estas reiteraciones, conclusiones diferentes.
Quien escribe estas líneas lo dijo hace ya tres semanas por TV en Le doy mi palabra la nomenclatura y el discurso del Gobierno revelan un gorilismo de paladar negro. Los pueblos, imaginan ellos, son imbéciles.