Una sociedad distraída descuenta el resultado electoral
Las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) les quitan emoción a las elecciones generales. Son producto de una modificación reciente en el sistema electoral. Originalmente fueron diseñadas con la intención de democratizar la elección de candidatos y mejorar la oferta de los partidos. Creadas en 2009 e implementadas en 2011 y 2013, el fruto de las PASO es discutible por cuanto no se advierte que hayan contribuido a incrementar la calidad del sistema político. Debe reconocerse, sin embargo, que constituyen una regla ordenadora del proceso electoral a la que se han atenido todos los participantes.
Más allá de sus efectos políticos, la reforma electoral tiene consecuencias sociológicas. Modifica, hasta cierto punto, las percepciones y las actitudes de los votantes, acostumbrados a una convocatoria única para elegir candidatos a cargos ejecutivos o legislativos. A partir de las PASO, el votante medio, desinteresado en la política y poco informado, es convocado inicialmente para dirimir candidaturas internas, que en la mayoría de los casos están resueltas de antemano. A los dos meses y medio debe volver al cuarto oscuro para descartar o ratificar a los candidatos que había votado previamente.
Los sondeos mostraron, tanto en 2011 como ahora, que a pocos días de las primarias el nivel de desinterés popular era muy amplio. Un mes antes de su realización, la mitad de los argentinos estaba desinteresado en ellas. Y el 75% afirmó que no prestó atención al cierre de las listas. En ese contexto, se concurrió a votar y se eligieron candidatos. Después de participar en las PASO, y ante un nuevo requerimiento, muchos votantes se preguntan ahora por qué deben ir otra vez al cuarto oscuro si ya lo hicieron en agosto.
¿Cómo se comportará la sociedad dentro de tres semanas en ese contexto de opacidad y desinterés? Según los resultados que arrojan las encuestas puede afirmarse, en primer lugar, que la mayoría repetirá su voto. El elector medio no advierte por qué debería cambiarlo, no habiendo ocurrido nada que a sus ojos lo justifique. Es puro sentido común. En segundo lugar, los pocos que modifiquen su conducta emigrarán hacia los ganadores de las PASO, arrastrados por la repercusión mediática del éxito, antes que por las virtudes de los candidatos. El efecto esperable es obvio y lo adelantan los sondeos: los que ganaron ampliarán un poco su ventaja, los que perdieron quedarán aún peor parados. Las elecciones de 2011 ya mostraron esta tendencia cuando Cristina Kirchner aumentó 4 puntos su caudal de votos entre las primarias y la elección general.
Es interesante reparar en las consecuencias de estas conductas. Por un lado, al descontarse los resultados, se vacía el interés y la atención en la elección más importante, que es la que decidirá los cargos públicos que ocuparán los candidatos. Por otro lado, el desinterés releva a la sociedad de un examen más pormenorizado de los postulantes. La verdad se supo en agosto, ya conocemos a los vencedores y a los vencidos. Se terminaron el crescendo y la incógnita, habrá pocos debates o se repetirán los que ya se vieron, la publicidad electoral se repetirá con pocas variaciones. Para el votante medio, las elecciones ya fueron. No advierte, o no le interesa, que en estas legislativas se están incubando las candidaturas presidenciales para 2015. Con su voto contribuye al fin de ciclo, desentendiéndose de quiénes conducirán el país en la nueva etapa. No sabemos si habrá que pagar un costo por esta liviandad.
Todo ha sucedido con suma velocidad e improvisación. Tal vez, con la premura y la desprolijidad de los sistemas políticos que carecen de partidos en países con débiles instituciones. Hasta hace apenas tres meses se desconocía si iba a participar en las elecciones el que finalmente resultará ganador y ya se proyecta como candidato presidencial. Poco se sabe de él, más allá de su dedicación a tiempo completo, su indisimulable arrojo y su promocionada gestión municipal. Después de la dramática decisión de poner en juego su carrera política, no hizo más que repetir los gestos y decir las palabras que aconseja el marketing. Siendo el catalizador del desencanto parece suficiente.
La sociedad, distraída, prevé el resultado electoral y delega sus preocupaciones en el líder emergente y virtual. Antes de que se vote, ya empezó la nueva etapa argentina. El tablero del poder se reacomoda. El establishment se ilusiona con un reverdecimiento de los negocios. La Presidenta parece humanizarse y prepara su modelo de salida del poder. El peronismo entroniza al nuevo jefe. La economía inflacionaria aceita los bolsillos y provoca un efecto alucinador.
No sabemos si en este escenario alguien está pensando en los requisitos de una transición ordenada. Si alguno puede desacelerar y considerar las inconsistencias de la economía y las tensiones de la sociedad. Acaso todos descuentan el futuro político, pero pocos se preocupan por los problemas y los desafíos que traerá.
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