Una sociedad desconcertada ante los juegos del poder
La tensión política acentúa la distancia del Gobierno con las urgencias ciudadanas
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La ciudadanía asiste con una mezcla de desconcierto, incertidumbre y resignación a las intrigas salvajes del poder. Si ya se percibía una profunda desconexión entre el Gobierno y la sociedad, la crisis política que acaba de estallar escenifica y acentúa esa distancia. Algo de esto se percibía ayer en las conversaciones de entrecasa, en las mesas de café y en la temperatura de las redes. “No sé bien qué está pasando, pero seguro que a nosotros no nos conviene”. Así lo resumía, con la simpleza y la intuición del ingenio popular, el mozo de un bar que seguía las noticias de reojo.
Hay una sensación que empieza a ser dominante: el poder solo se mira a sí mismo, sin importar cuáles sean las consecuencias. Hay un sector dispuesto a tirar del mantel, aunque se rompan los platos y vuele todo por el aire. La responsabilidad y la madurez que exhibió la ciudadanía en el domingo electoral podrían interpretarse como la contracara de un accionar temerario en el seno del Gobierno.
La sociedad parece digerir sus frustraciones e impotencias (que no son menores, por cierto) con mayor mesura y prudencia que la que exhibe el oficialismo para procesar su derrota.
La brutalidad con la que el kirchnerismo está tramitando sus diferencias parece alejarlo cada vez más de las demandas ciudadanas. El estallido de internismo tiene más que ver con una puja de poder que con un debate sobre el presente y el futuro del país. La política sigue enredada en su propio juego de endogamia, mientras la sociedad sufre el rigor de una economía que se deteriora, una inseguridad que no da respiro y un futuro cada vez más incierto.
Al ciudadano de a pie se le pueden escapar los detalles de la rosca y las internas políticas, pero no le falla el olfato: nadie ve detrás de las renuncias ministeriales un gesto de desprendimiento; mucho menos, de principismo ni grandeza. Se las percibe como maniobras palaciegas y meros juegos de poder, en los que no se contemplan las urgencias de la sociedad, sino los intereses y las mezquindades de las facciones gobernantes.
Al ciudadano de a pie se le pueden escapar los detalles de la rosca y las internas políticas, pero no le falla el olfato: nadie ve detrás de las renuncias ministeriales un gesto de desprendimiento
Por supuesto que la “vida real” de millones de ciudadanos depende, en buena medida, de los acomodamientos y reacomodamientos en los estamentos del poder, sobre todo en un país que ha estatizado la vida cotidiana y en el que hay que pedir permiso hasta para ahorrar cien dólares. La sociedad lo sabe, como también sabe que ningún cambio de ministros le resolverá la vida. Sabe, además, que escuchar a los funcionarios no la ayudará a aclarar ni a entender dónde estamos parados: “No hay ninguna crisis política”, dijo Aníbal Fernández, convertido en el vocero estelar de la jornada más dramática que haya atravesado el Gobierno. ¿Cómo quieren que la gente no cambie de canal? El poder solo se habla a sí mismo, en una jerga cada vez más parecida a la del stand-up que solo sirve para alimentar el microclima efervescente de Twitter.
Bastaba recorrer ayer las calles de Buenos Aires para advertir que la sociedad sintoniza otra frecuencia. Los huracanes del internismo político no movieron el pulso ciudadano. Enfrascada en el trajín cotidiano, la gente lidia como puede con sus propias angustias e incertidumbres. Hay inquietud y preocupación, por supuesto, porque un desenlace dramático de esta crisis podría agravar la fragilidad de un país que se tambalea todo el tiempo al filo de la cornisa. Pero también hay un sedimento de desilusión y desencanto que hace que nadie se conmueva demasiado frente a las turbulencias de un gobierno que luce cada vez más desconectado del latido ciudadano.
¿Esta es la forma de escuchar al electorado? ¿Con estas audacias y tensiones palaciegas se interpreta el mensaje de las urnas? ¿Esta es la reacción mesurada y responsable de un gobierno que acata las reglas del juego democrático? Todo parece indicar que el kirchnerismo está más preocupado por dirimir su internismo salvaje que por sintonizar con las demandas y las expectativas de la sociedad. Ya ni siquiera disimula: lo que tiene es un proyecto de poder, no un proyecto de país. Con ese objetivo, atropella a ciegas, aunque eso implique tensionar al máximo el clima institucional y provocar convulsiones de imprevisible desenlace.
Millones de padres, mientras tanto, están angustiados por las secuelas que ha dejado en sus hijos el cierre de las escuelas durante más de un año; otros enfrentan la angustia de ver a los suyos emigrar. Esas son las cosas que le ocurren a una sociedad que, además, atraviesa el duelo infinito de la pandemia; hace malabares con sueldos devaluados; tiene miedo a perder el empleo; vive aterrorizada ante los robos y los crímenes, y ve cómo se escurren sus sueños y proyectos en un país achicado e inestable. Frente a tanta desazón, el poder juega con fuego. La sociedad confirma, al verlo, las razones de su propio desencanto.