Una silla vacía que espera
ROMA, 13 de febrero de 2013. La imagen, por supuesto, sólo adquiere sentido con un poco de ayuda. De lo contrario no muestra más que una silla blanca vacía. O quizás una silla blanca vacía a la espera de ser ocupada, porque en un confuso primer plano se adivina cierta agitación, un ajetreado ir y venir de expectativas. Sin embargo, la blanca silla papal vacía en la Basílica de San Pedro un Miércoles de Ceniza, dos días después del anuncio de Joseph Ratzinger de su renuncia al pontificado es, además de lo obvio a los ojos, la síntesis perfecta de un hecho histórico.
¿Qué convierte en histórica una decisión tan íntima como lo es una renuncia? Quizá sea el hecho de que en ninguna otra figura de relevancia mundial es tan íntima como lo es en el Papa la identificación entre persona e institución. La institución de la fe católica y de lo que ésta considera divino, en este caso. Pero si miramos bien la silla vacía, con sus dimensiones humanas, sus apoyabrazos para comodidad de quien la usa y su tapizado en apariencia confortable, vemos que está hecha a la medida de una persona. Una persona absolutamente terrenal que ahora asumió las limitaciones de su humanidad y pidió disculpas por no poder, por no tener ya la fuerza física necesaria, continuar con su tarea. La simplicidad del acto de renuncia es tal que en realidad llama la atención que ningún otro papa antes que Benedicto XVI haya hecho lo mismo en los últimos cinco siglos largos.
Pero la imagen, también con un poco de ayuda, parece insinuar algo más, acaso una metáfora de las divisiones que denunció el propio Ratzinger: porque si hoy el foco está puesto en la silla vacía, la atención se irá desplazando en los próximos días. Es posible imaginar entonces la imagen invertida, con el foco concentrado en el primer plano, en la agitación que rodea al sillón y el ajetreo de negociaciones, devaneos y acuerdos hasta la elección del nuevo papa. Y es posible imaginar también que la silla que es símbolo de un poder que no es terrenal desaparece por un momento en un difuso segundo plano, apenas una silla vacía que espera.
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