Una purga en la Alemania nazi
Hace algunas semanas, durante esos días en los que la programación de la televisión parece invadida por los especiales de terror anticipando Halloween, me topé con una película bastante particular. Parte de una serie de varias, supe después, la premisa es tan simple como perversa: en una sociedad distópica, un día al año tiene lugar la llamada “purga”. Una suerte de piedra libre para que, con aprobación oficial, el odio se apodere de las calles durante 24 horas de violencia absoluta. Nunca me gustaron demasiado las películas de terror. Cambié de canal. Sin embargo, cuando me senté a reflexionar sobre la Noche de los Cristales Rotos para escribir estas líneas, las escenas de la película regresaron a mi mente.
Permítanme hacer un poco de historia para explicar por qué. El 7 de noviembre de 1938, un joven judío polaco-alemán, desesperado por la deportación de su familia, irrumpió en la embajada alemana en París, donde disparó al tercer secretario. Dos días después, el 9 de noviembre de 1938, el funcionario murió. Este acontecimiento fue el pretexto para un encendido discurso del ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels, en el que afirmó que “los judíos deberían sentir la ira del pueblo”. Esa misma noche, vestidos de civiles, escuadrones nazis locales salieron a las calles en toda Alemania para marcar y destruir locales de propiedad judía. Durante las siguientes 24 horas, 200 sinagogas fueron prendidas fuego y 7000 negocios judíos fueron destruidos. Se calcula que 91 ciudadanos judíos fueron asesinados, y otros 30.000 detenidos y transportados a campos de concentración.
Lo que en ambos casos -película y realidad- parece ser un acto espontáneo de violenta locura, es en realidad producto de un largo proceso de adoctrinamiento y alienación frente a un otro. La muerte y la destrucción no son aleatorias, no ocurren “porque sí”. La Noche de los Cristales Rotos, en este sentido, no fue solamente el aviso de lo que se venía, sino el siguiente paso natural a aquello que la precedió. El eslabón perversamente perfecto que permitió el pase de la teoría a la práctica, del discurso a la acción. Fue Joseph Goebbels el encargado de poner el punto final a aquella jornada. “El enojo justificado y comprensible del pueblo alemán ante el cobarde asesinato de un diplomático alemán en París por parte de los judíos se ha expresado extensivamente anoche. Las acciones de represalia se han extendido a lo largo de numerosas ciudades. Ahora pedimos que estas acciones cesen”, afirmó. “Daremos una respuesta final a los judíos a través de las leyes y la normativa”. El poder nuevamente en manos del Estado. Con el diario del lunes, es imposible que un escalofrío no recorra el cuerpo al releer sus declaraciones. “Respuesta final”. “Leyes y normativa”. Frialdad burocrática que vaticinó el asesinato de seis millones de judíos durante la Shoá.
En la actualidad, no somos ajenos al odio, un sentimiento poderoso que mueve multitudes y enceguece. Fue un motor fundamental del ascenso de Hitler al poder en la Alemania nazi. Desde sus días en prisión, donde escribió Mi Lucha, hasta la llamada “Solución Final”, el odio fue política de estado.
El filósofo francés Michel Foucault explica que el poder se logra cuando un discurso o ideología se normaliza y se acepta dentro de una sociedad. La debilidad o falta de resistencia a los discursos de Hitler permitió que pudiese llevar estos hechos adelante, al punto que solamente recordamos a quienes resistieron o ayudaron a salvar personas durante la guerra. No fue su poder el que normalizó la ideología de odio, fue la indiferencia, el silencio ante el odio, el señalamiento y la persecución los que cimentaron su poder, y al antisemitismo como uno de los pilares del movimiento.
Entonces, frente a las diversas manifestaciones de odio e intolerancia que aún existen en el mundo, ¿qué hacemos para que esta clase de hechos no se repitan? Educar, para construir sociedades sin lugar para el prejuicio. Repudiar, cuando el prejuicio todavía parece estar ganando la partida. Y recordar, para que hechos como el de aquél 9 de noviembre no queden solamente en las páginas de un libro o en la trama de una película de terror.
Director Ejecutivo del Congreso Judío Latinoamericano