Una profesión para sentirse orgulloso
Cada 29 de agosto la abogacía celebra su día en conmemoración del nacimiento de Juan Bautista Alberdi. Y está bien que así sea, porque se trata del padre intelectual de la Carta Magna argentina y es un buen ejemplo para comenzar.
Sin aquel prócer y sin la Constitución, no habría lugar para una profesión que, al cabo, depende de la forma de organizarse que se da la comunidad para administrar sus conflictos.
Los argentinos hemos elegido la democracia constitucional como la forma de organizarnos y, en ella, la abogacía cumple un rol clave.
Es que la abogacía goza de varias concesiones, a saber: sólo sus miembros pueden hablar ante los jueces en representación de los ciudadanos, sólo ellos pueden ser jueces, sólo ellos se regulan a través de sus propios colegios profesionales y se autodisciplinan. Además, los abogados son mayoría en los consejos de la magistratura, organismos que nombran y sancionan a los jueces. Las razones para tales privilegios son, al menos, dos.
Por un lado, frente a un conflicto que no pudo ser solucionado de otra forma, y ante la necesidad de argumentar ante los tribunales, la idea del sistema consiste en que los magistrados cuenten con los mejores argumentos para dar con la mejor decisión posible. Y como la gente en líneas generales no tiene ni interés ni tiempo para buscar esos argumentos, asoma el riesgo de que el pleito no lo gane quien tiene razón, sino quien argumenta mejor. Es por eso que la abogacía debe proveer a todos, sin distinción, igualadores retóricos y no permitir que nadie se defienda solo.
Asimismo, la mera presentación de los intereses de las personas no constituye un argumento en los tribunales. El Poder Judicial necesita que los intereses de las personas, por ejemplo sus deseos de lograr una mejor retribución salarial o poder ver a sus hijos más veces por semana en un pleito de familia, se transformen al lenguaje del Derecho, es decir, hacer valer su derecho a cobrar más o ver a sus hijos con mayor asiduidad. Esa traducción es muchas veces compleja, y por ello la abogacía la asume en monopolio.
Por otro lado, sabemos que la Argentina ha decidido resolver sus conflictos a través de un sistema muy complejo: la democracia constitucional. Ella demanda que los conflictos se administren respetando la voluntad popular, los derechos constitucionales y los acuerdos dados en el tiempo. Estos tres dioses son celosos y muchas veces se pelean por nuestro favor. Articular este sistema y mejorarlo es el mandato que la democracia le exige a la abogacía.
Esto supone mejorar la formación, la ética profesional y la investigación jurídica, aspectos que a su vez suponen mejores docentes, abogados, jueces e investigadores dedicados profesionalmente a sus respectivas especialidades.
Algunos abogados cada 29 de agosto también recordamos a Carlos Nino, quien falleció ese día de 1993. Nino fue clave para la reforma constitucional del 94 y, como Alberdi, nos proveyó de un marco institucional e intelectual para hacer de nuestra profesión algo de lo que podríamos estar, si cumplimos con nuestros deberes, finalmente orgullosos.
Doctor en Derecho