Una primera batalla perdida para Milei
“Con impunidad la única libertad es la de los corruptos” afirmó, a través de un comunicado, la dirigencia de la CC-ARI y pidió a La Libertad Avanza que “que calibren la motosierra, que está talando los ingresos a la clase media y los jubilados, mientras le aseguran el botín a la casta que dejó en ruinas el país”.
Así apuntaban desde la oposición a la designación de Daniel Scioli en el gabinete de Javier Milei, a cargo de la Secretaría de Turismo, Ambiente y Deportes. También lo hicieron otros, entre ellos el diputado Nicolás Massot, que replicó al presidente Milei: “¿Nos ataca antes o después de firmar el nombramiento de Scioli?” y agregó: “Nos acusa a nosotros de kirchneristas y él le da me gusta a la publicación sobre la designación de Daniel Scioli, un emblema del kirchnerismo que fue compañero de fórmula de Carlos Zannini. Debería hacerse ver”, lanzó Massot con crudeza.
Ayer a la tarde en el mismo gobierno, que mide cada gesto y anuncio de acuerdo con la reacción que lee en las redes sociales, reconocían que incorporar al exmotonauta al gabinete generó un rechazo pronunciado en la mayoría de sus votantes originales y más fieles seguidores, los que creyeron que eso de ir “contra la casta” era cierto y que formaba parte del acuerdo social intocable con ellos. No fue así, es algo que no comenzó con la designación de Scioli, ya estaban Rodolfo Barra en la Procuración del Tesoro, el mismo Guillermo Francos y la continuidad de Marco Lavagna en el Indec, Flavia Royón en Minería, Lisandro Catalán en la Secretaría de Interior o el mismo Leonardo Madcur, que pasó de jefe de Gabinete del Ministerio de Economía de Sergio Massa a ser representante ante el FMI, entre otros cargos gerenciales de PAMI, Anses, Aerolíneas que siguen en manos de camporistas o del PJ del interior del país. Milei nunca rompió puentes con el kirchnerismo, al que parece temer, al punto que jamás se mete con el lado más débil y más doloroso para su jefa y sus fieles: la corrupción K.
El presidente Milei creyó que el 56% obtenido en el balotaje le daba la facultad exclusiva de manejar un supuesto “castómetro”: solo él podía definir quién es y quién no “casta”. Grave error. Daniel Scioli es la máxima representación de esa mal llamada “casta” que ahora se vuelve en contra de quien creció denunciándola y termina cayendo rendido a sus pies. Scioli fue funcionario de Carlos Menem, Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde, vicepresidente de Néstor Kirchner, gobernador de la provincia de Buenos Aires dos veces y candidato a presidente del kirchnerismo en 2015, acompañado por Carlos Zannini en la fórmula. Scioli es la peor cara de la “casta”, porque ni siquiera su duración en los primeros planos en la política se debe a su convocatoria o capacidad de gestión, sino a su facilidad de incorporar un camaleónico comportamiento que lo hace caer siempre como la pieza del Tetris que la línea necesita para completarse en el momento justo. Esa es su mayor fortaleza y no es de las más preciadas ni de las más reconocidas en el mundo de la política. Aunque sí le es bastante útil.
La designación de Scioli también hace ruido en Juntos. Tanto se habló contra su gestión como gobernador bonaerense, se lo acusó de destruir la salud pública, la educación, de incrementar la inseguridad y el narcotráfico, de hechos de corrupción de varios colaboradores denunciados, de ocultar muertos en la trágica inundación de La Plata en 2013 y fomentar el clientelismo con fondos públicos, como modo único de hacer política y hoy la fórmula presidencial de Juntos por el Cambio comparte el gabinete con quien hasta hace poco representaba todo lo que no se debía hacer en gestión política. Teléfono para ellos también. No se puede seguir mirando al frente cuando la curva es tan pronunciada.
Todo esto sucedió en una semana donde el proyecto de ley ómnibus, la hoja de ruta que según Milei era imprescindible obtener para poner en marcha su gobierno, se iba desmantelando ante la oposición de bloques opositores como el PJ, pero también de los más dialoguistas y, sobre todo, de los gobernadores. “De aquel proyecto de ley ómnibus con suerte sancionaremos una ley combi” se resignaba un diputado libertario que se quejaba por lo bajo por los modos y los negociadores que puso Milei a hablar en nombre del gobierno con la oposición. En estos días quedaron muy debilitados su ministro del Interior, Guillermo Francos, el presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem, y los asesores estrellas que hablaban en nombre de Milei, Federico Sturzenegger y Santiago Caputo, que trataron a diputados de larga trayectoria política y muy conocedores de cómo funciona el Parlamento como aprendices de la escuela de Harry Potter. Faltó respeto institucional y sobró soberbia. Con otros modos y otros interlocutores quizás la ley hubiese sido mejorada y no trozada, sin los puntos esenciales que el gobierno pretendía: reforma jubilatoria, suba de retenciones y eliminación de privilegios proteccionistas. Salvo el tema de los jubilados, que la insensibilidad de la política siempre los vio como un número más, lo otro pudo tratarse de otra manera con soluciones alternativas. Pero si el propio presidente trata a todos los legisladores de coimeros sin dar nombres y sin denunciar ante la justicia a ninguno, lo que sería su obligación moral e institucional, no se les puede exigir a éstos que pongan la otra mejilla en nombre de la gobernabilidad y que el propio oficialismo desconozca, o quizás prefiera evitar, los caminos para garantizarla. Milei fue el que menos hizo para conseguir la “delegación de facultades extraordinarias” que, dicho sea de paso, ningún presidente constitucional debería adquirir. De todos modos, el DNU 70/23 también corre el riesgo de desangrarse en la justicia a través de amparos y fallos que declaren su nulidad por inconstitucional. El gobierno lo sabe y solo el Parlamento pudo darle ese poder que pretendía. Equivocó el camino.
En una semana trascendental para el gobierno de Javier Milei, que termina con Daniel Scioli incorporándose a su gabinete y con una ley que terminó desgajada al punto que sólo sirve para demostrar que la derrota no fue tan grande ante la representación política tradicional que supuestamente tanto miedo le tenía, hoy, el león que dijo que vino a terminar con la casta terminó su primera batalla rendido a sus pies.
No sería la última, y si es capaz de manejar el enojo que lo nubla de toda claridad, el Presidente se dará cuenta que de todo se aprende y que no se puede gobernar dando señales con sus interacciones en Twitter, obligarnos a leer su malestar o beneplácito a través de likes o reposteos en una red social es no poder medir la responsabilidad institucional que la historia y la mayoría de la sociedad le confirió. Y esto recién comienza.