Una precisa novela en vuelo
Las computadoras portátiles, las tabletas y los teléfonos inteligentes suelen traer incorporada la función "modo avión", en la cual los dispositivos siguen funcionando pero toda emisión y recepción inalámbrica de datos queda bloqueada para evitar interferencias con los equipos de navegación de la aeronave. Aunque no tengan un interruptor de encendido y apagado comparable, los pasajeros de clase turista de vuelos comerciales, especialmente en las travesías largas, también entran en una suerte de "modo avión" humano. Salvo aquellos que duermen profundamente de forma natural o inducida por fármacos, el resto suele quedar condenado a un estado de trance y suspensión que oscila entre la vigilia y el letargo, con el cuerpo irremediablemente incómodo, aprisionado, pasando de la indolencia zombie a la sensibilidad más extrema.
El protagonista y narrador de la nueva novela del argentino Eduardo Muslip es un hombre que, bajo el signo del modo avión, hilvana un monólogo interior que va de la observación de los pasajeros y las actividades en la cabina, todas rutinarias porque el vuelo acontece sin sobresaltos, a la exploración introspectiva, la evocación de situaciones y personajes de su infancia y adolescencia.
Avión empieza en la puerta de embarque del aeropuerto de Los Ángeles, de donde el narrador regresa luego de pasar unas vacaciones junto con su hermana, que vive en los Estados Unidos desde hace años. Esos días compartidos con la hermana podrían explicar por qué ciertas secuencias del pasado familiar están tan frescas, a flor de piel en su conciencia; seguramente el reencuentro fraterno removió y atizó recuerdos y anécdotas. Puede parecer un detalle de la construcción del artefacto literario, pero rinde cuenta del grado de calibración precisa y delicada que alcanza la narrativa de Muslip.
Más que por el contenido de esos recuerdos o reflexiones a diez mil metros de altura, más que por las observaciones sobre el resto de los pasajeros, Avión hipnotiza al lector gracias a una voz que piensa al tiempo que recuerda, que siente y desea al tiempo que disecciona racionalmente hasta lo más mínimo, que avanza a partir de la contingencia, con levedad, despreocupada, elucubrando fragmentos de una vida a partir de un detalle o gesto observado algunas butacas más allá, detalle o gesto que a su vez remite a los de tal o cual vecino del edificio en que la familia vivía cuando el narrador era chico.
Tenemos, entonces, un narrador más bien distanciado del entorno, más bien ensimismado, que se ve forzado a compartir un no-lugar como el avión durante horas interminables con desconocidos, con los que no habla pero a los que observa de cerca, con una cercanía y familiaridad que excita su imaginación y memoria en todos los sentidos posibles.
"Yo me acostumbré más al rol del espectador, o narrador, un testigo más o menos visible, que enciende una luz para hacerse visible sólo en parte, o que juega a recibir esa luz pero después la apaga. Soy un narrador testigo, un testigo muy participativo," se lee promediando Avión y en la misma pincelada en la que el personaje se retrata a sí mismo, también pareciera filtrarse la fisonomía literaria del propio autor de libros de relatos como Phoenix y Plaza Irlanda, entre otros.
Aunque la relación con alguno de los pasajeros pueda ir más allá de la mera especulación mental, el velo del relato, tejido con la gracia de un pasatiempo, cubre todo bajo el mismo manto de irrealidad y se desvanece como una pompa de jabón (nada por aquí, nada por allá) cuando el avión aterriza y los dispositivos electrónicos y los cuerpos humanos abandonan finalmente el "modo avión".
Avión
Por Eduardo Muslip
Blatt & Ríos
137 páginas
$ 170