Una política que conjuga Estado y mercado
La contumaz ineptitud del Estado argentino para satisfacer a la sociedad, corroborada por un contundente pronunciamiento electoral, no debería opacar sino enaltecer aquellas excepcionales políticas de Estado que confirman la regla de aquel extravío. Una de estas cumple 40 años, con la discreción de lo trascendente, pues alude nada menos que a la seguridad: la vida o muerte de los Estados, materia vital para los mercados, pues estos flaquean sin Estados seguros.
Eso remite a una página gloriosa aunque ignorada de la historia diplomática argentina: la visión estratégica del presidente Alfonsín para conjugar los notables avances en la producción y exportación de tecnologías “sensibles” o duales previos a 1983, con un revigorizado compromiso con la paz, el desarme y la seguridad mundial. Para 1984, la incipiente democracia había heredado del gobierno militar sustanciales desarrollos nucleares y espaciales, que aunque eran de índole pacífica, su secreta gestión tutelada por las FF.AA. generaba graves suspicacias en Brasil y el mundo, perturbando la seguridad regional y global.
Amalgamando sus convicciones pacíficas con la de la tecnología como clave del desarrollo, el gobierno se persuadió de que la democracia, la reputación y la seguridad del país exigían una política distinta, sometida a un control civil y democrático y articulada con la política exterior, pues, aunque se trata de asuntos diplomáticos por excelencia, la Cancillería intervenía en ellos de modo tangencial. Así se creó la Dirección de Asuntos Nucleares y Desarme (Digan), con el desafío de continuar aquella pujante política exportadora, pero atendiendo el contexto internacional, potenciándola con el fortalecimiento del rol de la Argentina como líder en la promoción de la paz, conforme a su mejor tradición. Esa original oficina, integrada por diplomáticos formados ad hoc, se convirtió en una de las dependencias de mayor prestigio técnico actual de nuestra Cancillería, responsable de una de las escasas políticas de Estado de la Argentina, con ingentes réditos políticos y comerciales.
Aquella novedosa estrategia incluyó el acercamiento al Brasil como pieza clave, con el cual se emprendió una audaz y ardua labor diplomática de fomento de la confianza mutua, que obró como condición sine qua non para la creación de un Mercosur inimaginable en tal clima de desconfianza, cumpliendo la ambiciosa misión político-comercial de consolidar la reputación de una Argentina que contribuía mediante un proceso sin parangón a la seguridad regional y mundial, como así también de abrir el vasto mercado del Brasil, al tiempo que fortalecía su imagen como proveedor internacional confiable y responsable de tecnología nuclear.
Desde entonces y tal como actúan las potencias líderes, esta política consagró una exitosa asociación entre Estado y mercado, produciendo tecnologías con vasto spin off sobre el sector privado, exportando entre otros productos y destinos, reactores nucleares a Perú, Argelia, Australia, Países Bajos y Brasil, consolidando a la par su prestigio en los foros relativos a la seguridad, la no proliferación de armas de destrucción masiva, el desarme y la paz, epitomizado en la reelección como director del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) –máximo organismo en la materia– del embajador argentino Rafael Grossi, surgido del grupo de jóvenes diplomáticos fundadores de esta política, que tuve el honor de integrar.
Esta política constituye un modelo emblemático de la posibilidad de conjugar virtuosamente Estado y mercado en la consecución de los intereses políticos y económicos de nuestro país.
Diplomático de carrera y autor de Una épica de la paz. La política de seguridad externa de Alfonsín