Una pionera que hizo historia
Si hubiera estado por aquí estos últimos días, seguramente Rebeca Guber se hubiera emocionado al ver cómo exalumnos de carreras científicas corrían a rescatar del arcón de los recuerdos un pequeño volumen que se transformó en clásico: Elementos de cálculo diferencial e integral, conocido por todos ellos como "el Sadosky-Guber", editado por Librería y Editorial Alsinas, publicado en 1956 y del que se imprimieron decenas de ediciones. Se hubiera emocionado, pero no pudo hacerlo porque acaba de fallecer, a los 94, después de una vida que ya hace mucho había pasado a integrar la historia fundacional de la ciencia local.
Rebe, como todos la conocieron, dejó una huella indeleble en días en los que hacer ciencia y ser mujer parecían dos términos excluyentes. El matemático Pablo Jacovkis la caracterizó con precisión en una biografía que escribió para el V Simposio de Historia de la Informática en América Latina y el Caribe, que se celebró hace dos años en Río de Janeiro: fue "la figura femenina de mayor protagonismo en la primera época de la computación en la Argentina (?) tuvo participación activa e influyente hasta hace muy pocos años en la política científica y tecnológica del país", y "abarcó temas relacionados con ciencia, tecnología y educación que van más allá del área exclusiva de la informática". Y todo lo hizo en épocas en las que la función ejecutiva y de gestión era un coto masculino exclusivo.
Según cuenta Jacovkis, Rebe Chereb (Guber era su apellido de casada) había nacido en Avellaneda, en una familia de inmigrantes rusos que sobrellevaba las penurias de la pobreza. A tal punto, que nació sobre una mesa del conventillo en el que vivían sus padres. Pero como también era habitual en ese contexto, los Chereb no escatimaron esfuerzos para que pudiera estudiar y así se graduó como matemática en la Universidad Nacional de La Plata, con una tesis dirigida por Luis Santaló. Allí inició una carrera no exenta de dificultades académicas y políticas. Quería dedicarse a la docencia y la investigación, pero no pudo ocupar ningún cargo durante varios años por no ser afín al partido gobernante. Fue durante esa época cuando preparó el libro que guiaría a tantas generaciones de estudiantes. Pero en 1960, tres años después de que Rolando García lo creara, se convirtió en secretaría técnica del Instituto de Cálculo y en el alma mater de ese centro que encabezaría la matemática aplicada en el país.
Quienes trabajaron con ella recuerdan su fuerte carácter, su energía inagotable y su notable capacidad de gestión, ya que dirigía un equipo de 70 personas. Tras la "noche de los bastones largos", como cientos de profesores, presentó su renuncia y pasó a la actividad privada (junto con Sadosky, creó una consultora que, entre otras cosas, estudió la factibilidad técnico-económica de la avenida 9 de Julio y desarrolló el modelo matemático de la cuenca del Plata). En 1976 se exilió en Venezuela, donde se dedicó a tareas académicas.
A su regreso, en 1983, fue subsecretaria de la Secretaría de Ciencia y Tecnología en dos oportunidades y con dos orientaciones distintas (con Sadosky y con Juan Carlos Del Bello) y también desde allí promovió iniciativas pioneras. Una de ellas fue la creación del Instituto Tecnológico de Chascomús, hoy fusionado con el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la Universidad Nacional de San Martín, sin duda, uno de los más importantes del país. También fue el motor que permitió crear la Escuela Latinoamericana de Informática (Eslai), pensada como una suerte de Instituto Balseiro de la computación, que funcionó en una casona del Parque Pereyra Iraola, pero que lamentablemente duró solo cuatro años. Incluso la actual Fundación Sadosky existe gracias a su inspiración, como destaca Liana Lew, una de las primeras "computadoras científicas" del país, que compartió con ella casi la mitad de su vida, y la recuerda con cariño y admiración.
Hoy, un aula de su amado Instituto de Cálculo lleva su nombre.ß