Una pequeña revolución en las urnas
Si los números que hasta ahora ofrece con bastante claridad el escrutinio final resultan verdaderos -y no hay motivos para dudarlo-, podrá decirse que se ha consumado una pequeña revolución en las urnas, más allá del significado de una elección de medio término, de por sí gravitante en la transformación o la consolidación legislativa.
La campaña mostró hasta el último día su escasa creatividad, apoyada cada una de las partes en argumentaciones repetitivas y, naturalmente, contrapuestas. Sin embargo, hay que reconocer que el esfuerzo de los candidatos del Gobierno, que utilizaron con cierta eficacia la comunicación por redes sociales y sacaron provecho de los timbreos y reuniones en los barrios, y que terminaron siendo más respetuosos frente a los deseos del votante que la incontinente agresión ejercida contra sus rivales, sin poder evitarlo, por la principal figura opositora, la ex presidenta Cristina Kirchner.
No se trata sólo de las cifras de esta elección, o, mejor dicho, estas cifras son la consecuencia de cambios sociales y políticos ocurridos en nuestra sociedad y de los cuales no nos dimos cuenta con suficiente anticipación. Veamos algunos puntos claves de estos comicios que acaban de finalizar, casi en simultáneo con la nueva fase del escandaloso caso Maldonado (el hallazgo de su cadáver), cuya penosa manipulación de ninguna manera puede confundirse con los hechos de mayor influencia y relieve que se han venido produciendo.
En primer lugar, en nuestro sistema político ha dejado de existir el partido hegemónico, papel que por largos años desempeñó el peronismo. (No nos importa aquí si hablamos de Partido Peronista o Justicialista o, más ambiciosamente, de Movimiento Peronista.) A lo que nos referimos es a una estructura política dominante que suele ganar las elecciones o, cuando las pierde una vez, se recupera con paso seguro a la vuelta siguiente. En las democracias capitalistas podría decirse, además, que el partido hegemónico es "el que reparte las cartas", es decir, ejerce cierto arbitraje y negocia con las corporaciones más poderosas, como las empresas y los sindicatos. Es evidente que el peronismo, fragmentado, sin liderazgos únicos y competentes, con cuatro o cinco derrotas electorales seguidas en su haber, no puede ocupar estas funciones. Necesita tiempo para reorganizarse; difícilmente le alcance el medio período presidencial que culminará a fines de 2019.
Queda Cambiemos, la coalición que gobierna el país desde 2015, y que acaba de triunfar en las elecciones de medio término que estamos analizando. Es la primera vez que una auténtica coalición gobierna la Argentina (no puede tomarse en cuenta la desdichada experiencia de la Alianza en 1999-2001), y lo hace con la posibilidad de quedarse en el poder por vía electoral por lo menos hasta 2023, no como partido hegemónico de raíz populista, sino como expresión liberal/republicana, articulada en consensos parlamentarios y acuerdos políticos que la Argentina pueda asumir, con vistas al futuro.
La pequeña revolución en las urnas acaba de producirse, y es importante que tengamos la inteligencia, el coraje, la obstinación y la falta de prejuicios para gestionarla. Nos espera una implacable lucha contra la corrupción y el narcotráfico, nos esperan grandes obras de infraestructura en la pampa húmeda y el norte olvidado, nos esperan los yacimientos de Vaca Muerta, nos espera un abrazo a la educación pública de excelencia. No podemos tener un lugar en el mundo si no perdemos el miedo a nosotros mismos.