Una oración muy particular
En una breve conversación que mantuve con el Papa, unas horas antes del momento del rezo junto a los presidentes Shimon Peres y Mahmoud Abbas , me confesó: "Mire, todo esto lo supera a usted, a mí y a todos; es Dios mismo que se está manifestando".
Éste fue el sentir de Francisco previo al encuentro espiritual en el Vaticano, gestado en Tierra Santa.
Lograr ese acercamiento no había sido fácil. Si bien hubo saludos, los unos estrecharon las manos de los otros con expresiones de paz, pero en las oraciones aparecían las pasiones discordantes. Fue resaltada la santidad de Jerusalén por parte de las tres religiones que la sienten especialmente suya. Los tres credos evocaron a Dios, a fin de erradicar toda injusticia en la Tierra Santa y, seguramente, cada uno interpretaba el sentido de la injusticia en forma diferente.
No hubo una búsqueda de simpatía especial, más bien un sentimiento de compromiso para responder a una convocatoria tan demandante que no podía ser rechazada.
Conversé con distintos miembros de las delegaciones acerca de su parecer respecto de lo que había sucedido en el encuentro. Todos me dieron una respuesta positiva. Sin embargo, la mejor respuesta me la dio una de las secretarias del presidente Peres, que me había ayudado en la organización de la parte en la que me había tocado aportar para hacer realidad el encuentro. Me dijo que era distinto a todo lo que había imaginado, pero que consideraba el encuentro muy positivo. Entonces yo hice referencia a algunas cosas ásperas que habían sucedido. Y ella razonó que si el encuentro había sido bueno, era justamente por esas asperezas, porque cada uno había dicho su verdad.
Para entender el sentido profundo de este acto debe tenerse en cuenta las muchas y grandes dificultades que tuvieron que superarse para su realización. Lo esencial del evento se encuentra más allá de lo que los ojos vieron y los oídos escucharon. Hubo que trabajar denodadamente para concretar esta oración.
El encuentro para rezar que se ha logrado hacer realidad debe analizarse como un ejercicio espiritual que comienza con el encogimiento de cada uno para que tenga cabida el otro. Para los creyentes que fundan su credo en la Biblia hebraica, éste es el primer paso para llegar a un acercamiento a Dios, quien creó un solo ser humano en el génesis de la existencia, para enseñarnos acerca del sentimiento de hermandad que debe aunar a todos los individuos.
Para los que se hallan en la búsqueda de lo religioso, pero fundan su credo para encarar la existencia en aquellos valores que hacen a la visión humanista, el acto tuvo la virtud de alcanzar un encuentro en el que todos, pese a sus diferencias, declararon que el bien supremo es la paz.
Hubo visiones que discordaban en múltiples aspectos, pero el denominador común que abjuraba de la guerra fue aclamado enfáticamente por todos. Se echaron bases para la construcción de una realidad que logre erradicar toda expresión fundamentalista de su seno.
Cuando finalizaba el acto, al saludar al presidente Peres, que se relacionó afectuosamente con el papa Francisco desde el primer momento en que se conocieron, le manifesté mi alegría porque su sueño de hacer realidad ese momento al fin se había concretado. Había estado junto a él desde el inicio de la elaboración del proyecto. De sus ojos de más de 90 años se podía percibir un destello especial. Sus labios expresaban una sonrisa de satisfacción.
Al saludar al Papa, al amigo, a quien vi luchando con todas sus fuerzas por la realización de este encuentro, le dije que con la bendición de Dios a nuestros futuros esfuerzos, este momento tendrá su continuidad y trascendencia. No pude seguir hablando, ni él proferir palabra. Nos aunamos en un fuerte abrazo.
Muy cálido fue el saludo con Abass, quien ofrendó mucho de sí para alcanzar este momento.
Detrás quedaba plantado un olivo, que algún día seguramente verá una realidad distinta, fruto de aquellos que no resignaron su fe ni su esperanza.
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