Una oposición que se opone a sí misma
Uno ya no espera nada de este kirchnerismo agotado y acorralado. Sin caja, es su peor versión. Por eso, el gran problema hoy es ver que la oposición, con una velocidad elocuente, se dedica a dar pena en vivo y en directo.
Este martes la Legislatura de la provincia de Buenos Aires modificó la ley que limitaba las reelecciones indefinidas, sancionada en 2016. Casi 100 intendentes podrán volver a ser candidatos en 2023 pese a contar con dos períodos consecutivos al frente de sus municipios. Florecerán mil Insfranes.
Sergio Massa, el hombre con más movimiento de cadera que Shakira, consiguió que su gente votara en contra. Pero Juntos por el Cambio, no.
Solo 11 de los 41 diputados de Juntos por el Cambio votaron en contra de los cambios a la ley. Es decir, que sólo un 25% atendió a la voz de su propio electorado.
Usted los escuchó en la campaña. Ellos saben que no es esto lo que dijeron. Pero no les importa. Rapidito, como un motochorro arrebata un celular de la mano de un distraído, votan exprés contra lo que dijeron que harían.
Hay una parte de la dirigencia que no comprende que ha cambiado la lógica de la comunicación política y que la ciudadanía, en tiempo real, sigue sus actos y pide respuestas.
Luego de la votación, el diputado Daniel Lipovetzky tuiteó: “Mi posición sobre las reelecciones indefinidas es de público conocimiento, estoy totalmente en contra. Es por eso que me ABSTUVE de votar el proyecto de Ley”.
Es majestuoso porque el diputado se tomó el trabajo de poner en mayúscula justamente la palabra que mejor describe la pusilanimidad en relación a sus votantes. El electorado no eligió una oposición para que se abstenga, sino para que se pronuncie y sea protagonista frente a las inconsistencias estructurales del oficialismo.
Lo que se produjo el martes fue el éxito de un método sólido y enquistado en la casta política, que vive escindida de las necesidades de la ciudadanía. Se trata de la profundización de la grieta escandalosa que existe entre la avaricia de la dirigencia y la pobreza de la gente. Esa distancia clama al cielo.
La mayoría de los electores le dio su confianza a la oposición en las últimas elecciones. En una semana, se fueron a Disney, no consiguieron bajar la presión tributaria y votaron para reelegirse como casta.
La letra chica del contrato electoral se escribe con sangre. La ponen siempre los votantes.
En siete días tiraron por tierra las promesas de campaña que habían hecho. Polvo se hicieron los bloques de palabras que nombraban un cambio rotundo. El embalaje decía una cosa, adentro había otra.
Por unanimidad, la mesa nacional de Juntos por el Cambio rechazó la propuesta de Patricia Bullrich para sancionar a los diputados Gabriela Brouwer de Koning y Álvaro González que habían viajado permitiendo la victoria del oficialismo en la votación de la semana pasada. 14 votos a 1. Recuérdelo, si usted es diputado y no está en una votación clave, no pasa nada. Nada.
El mensaje para el electorado es claro: “una vez introducidos sus votos en la urna, su voluntad no nos importa”.
Con una velocidad elogiable han ultrajado el mandato popular que era ir contra la carga impositiva brutal y la eternización en el poder.
Parte del electorado opositor se arrepiente al ver estos desmadres y empieza a considerar que otras propuestas pueden darle mayor previsibilidad frente a tanto zigzagueo.
Los votantes empiezan a ver a los antisistema como alternativa cuando el sistema les muestra, una y otra vez, que no hay ninguna chance de perforar sus lógicas espurias de casta.
Tienen que tener cuidado los dirigentes de Juntos por el Cambio, la mayoría de los argentinos les entregó, una vez más, lo más sagrado: su confianza.
Y la confianza es la cosa más frágil del mundo. Cuando alguien la rompe, ya no se puede volver a pegar.
Filósofo y PhD. Coach Ejecutivo y especialista en storytelling