Una oportunidad llamada Francisco
Resulta un desafío desentrañar los significados presentes y futuros de la asunción de un papa latinoamericano, un hecho histórico inigualable e irrepetible. ¿Cómo nos interpela esta buena noticia en el contexto de una América latina pujante y en búsqueda de una integración cada vez más estrecha y robusta? Por supuesto que positivamente, y es en ese sentido que nuestras acciones tienen que estar dirigidas a aprovechar al máximo un tiempo que nos puede llevar, como país y como región, a posiciones cada vez más favorables para nuestros pueblos.
El propio Francisco ha asumido un compromiso de fortalecimiento para eso que desde hace ya mucho tiempo se ha denominado "patria grande": una América del Sur fuertemente unida a partir de objetivos comunes y la capacidad de gestionar un presente plagado de oportunidades impensables en el mapa geopolítico de apenas hace una década. Podría decirse que a la voluntad pública y privada que ya hemos confirmado a lo largo de mucho tiempo, y con mayor énfasis durante el año pasado -así fue claramente plasmado en la última Conferencia Industrial-, se suma ahora la convicción de la fe, ese insumo más que necesario para conducirnos a través del tiempo con la mira puesta en objetivos superadores. Ese faro de largo alcance que nos permite mantener el rumbo en las noches de desasosiego donde la desorientación puede echar por la borda lo ganado con trabajo y sacrificio.
En mayo de 2011, Jorge Bergoglio ya le daba pistas a quienes lo ungirían como Francisco de cuáles deben ser a su criterio los ejes rectores de un mundo cuyo objetivo central sea erradicar la pobreza. Podía leerse en su libro Nosotros como ciudadanos, nosotros como pueblo : "Llegar a construir un proyecto común supone en la vida de un pueblo el manejo y la resolución de tres tensiones bipolares que si uno las utiliza de manera madura ayudan a resolver el desafío de ser ciudadano, la pertenencia lógica a una sociedad y la dependencia histórico-mítica a un pueblo. Ellas son: plenitud y límite. Idea y realidad. Global y local".
Sobre la última tensión querría detenerme, la que contrapondría global y local. Como nunca antes estamos empujados a hacer realidad el destino común que tenemos como países vecinos de América del Sur. Pero no es concibiendo a lo global y lo local como términos excluyentes que vamos a poder adentrarnos en aguas calmas, sino pensándolas como convergentes. Es sobre la base de identidades nacionales sólidas y solidarias que podremos construir una integración productiva y regional potente que nos permita dar forma a una globalización más acorde a nuestros intereses. Sabemos que no podemos cambiar la globalización, pero lo que sí está a la alcance de nuestra mano es elegir qué tipo globalización queremos tener. Evitar las contraposiciones excluyentes e inconducentes es el primer paso para lograr nuestro objetivo.
Algo muy importante para tener en cuenta en función de la hoja de ruta que empezamos a trazar colectivamente en la última década es que muchos han puesto su granito de arena para poder seguir pensando en futuros aún mejores. El propio Francisco viene trabajando en una clara superación del concepto de aquel desarrollo que solamente era entendido desde una perspectiva material, una ampliación del término en extensión e intensidad: concretar el desarrollo de todo el hombre y todos los hombres. Porque el desarrollo no es una cuestión que tiene que ver exclusivamente con lo económico; el desarrollo es una cosmovisión que se aplica a diferentes aspectos de la vida humana. Estamos hablando de la cultura, la política, la educación, la espiritualidad y todas aquellas cuestiones que enriquecen nuestra existencia. Y no debe soslayarse la cuestión territorial, puesto que el mismo debe comprender la ocupación dentro de cada país de todo el territorio nacional.
El compromiso complementario y coincidente con el papado de Francisco debe guiarnos a la construcción de una ciudadanía que conserve sus peculiaridades, con sus ideas personales pero en función de la cohesión social. Los que trabajamos por un proyecto de desarrollo, sabemos que no hay nada más importante que la unidad del amplio espectro conformado por el campo nacional. En virtud de ello es que se podrán cimentar los procesos de integración regional y productiva que el siglo XXI necesita. Como lo ha dicho Francisco hace algunos años, estamos siendo interpelados para fundar una ciudadanía cimentada en la projimidad. El compromiso por nuestro desarrollo como país y como región está en trabajar en lo pequeño, en lo próximo, siempre manteniendo una perspectiva global que tenga en cuenta lo provincial, lo nacional y lo regional.
No cabe duda, el desarrollo es la respuesta definitiva a muchos de los problemas y desafíos que el mundo no ha podido resolver. Como bien dijo Pablo VI en la Carta Encíclica Populorum progressio , que cobra hoy una revitalizada relevancia, el desarrollo es el nuevo nombre de la paz.
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