Una oportunidad inédita que no podemos dejar escapar
La inflación, la incertidumbre sobre la economía, la inseguridad, los bajos salarios y la corrupción son las principales preocupaciones que aquejan desde hace tiempo a los argentinos. La agenda de la mayor parte de la política y en especial del Gobierno está desacoplada de esas prioridades de la sociedad. La modificación del régimen de las PASO y del número de integrantes de la Corte Suprema son los últimos capítulos de una secuencia de dislates que no encuentra piso. Son consecuencias del severo apagón intelectual que sufre la Argentina, que se da para colmo en un contexto internacional positivamente inédito. Los costos de carecer de una visión clara y de una estrategia lógica son muy significativos. En particular, el costo de oportunidad de no hacer lo que hay que hacer (es decir, lo que dejamos de ganar por la pasmosa mediocridad de nuestra clase política) resulta inconmensurable.
El martes pasado la Secretaría de Comercio dedicó varias horas para tratar la escasez de figuritas del Mundial de Qatar. Programan muchas otras reuniones sobre temas más relevantes, es cierto, pero sorprende que se inviertan tiempo y recursos en una cuestión tan trivial. En simultáneo, la investigación sobre “la banda de los copitos”, que devela el sempiterno pus que caracteriza las cloacas de la política y sus borrosas fronteras con los servicios de (des)inteligencia, remite a esas pandillas de marginales que deambulaban por Buenos Aires en los comienzos de los años 70 y que tan bien retrató Jorge Asís en Los reventados (lo que contradice en todo caso la idea de que estos “loquitos” son fruto del bochornoso devenir nacional en las últimas décadas). Como señaló Diana Maffia, Roberto Arlt habría encontrado en tanta sordidez inspiración para su soberbia pluma.
Mientras tanto, cuando el foco político y diplomático del mundo estaba en los funerales de Estado por la muerte de Isabel II en Londres, Alberto Fernández y su insólita comitiva paseaban por Nueva York casi sin agenda. El Presidente dedicó su discurso ante la devaluada Asamblea General de Naciones Unidas a cuestiones de orden doméstico (el atentado a CFK y su relación con los supuestos discursos de odio alimentados por la oposición y los medios) y a condenar algo que no existe (el “bloqueo” a Cuba y Venezuela, que son en realidad fuertes sanciones económicas a regímenes que violan masiva y constantemente los derechos humanos). Para alimentar la inagotable cantera de memes en las redes sociales, Fernández no tuvo mejor idea que perder tiempo probando guitarras eléctricas.
Los episodios precedentes parecen inconexos, pero en conjunto constituyen un brutal caleidoscopio que agiganta la disociación del conocimiento, la reflexión crítica y el pensamiento estratégico con la política en general y el gobierno en particular: una marca de agua de la Argentina contemporánea. Esto promueve deslizamientos conceptuales y hasta su total banalización, como ocurre con la cuestión de los “discursos de odio”, las denuncias de violencia política y el manoseo de recursos fundamentales de un sistema democrático como el diálogo franco y genuino entre líderes políticos. El kirchnerismo, que siempre abogó por la importancia de la memoria, se muestra incapaz de poner las cosas en contexto: un país que vivió hechos aberrantes de violencia y persecuciones (la Semana Trágica, la Ley de Residencia, la “Sección Especial”, la masacre de José León Suárez, la Noche de los Bastones Largos, Trelew, Ezeiza, la Triple A, el terrorismo del ERP y Montoneros, la represión ilegal del Proceso, La Tablada, y un largo etcétera), debería abordar con madurez y sentido común los actuales desenfrenos discursivos, sobre todo (pero no únicamente) en las redes sociales.
En simultáneo y en contraposición, una serie de circunstancias exógenas otorga a la Argentina una oportunidad histórica e inédita. La escalada del conflicto con Ucrania consagra una etapa más prolongada de inseguridad alimentaria y energética para Europa y el resto del planeta. Se trata de dos campos en los que la Argentina tiene la capacidad, el potencial y la experiencia para incrementar su producción y consolidarse entre los líderes exportadores globales. A eso debe sumársele la minería –con particular foco en el litio y las tierras raras–, la economía del conocimiento, el turismo y la pesca. En el corto plazo la inestabilidad macroeconómica, la pésima reputación crediticia y la falta de reglas de juego claras (la emboscada del dólar soja profundizó la consolidada percepción de improvisación, internas palaciegas, inoperancia y cortoplacismo imperantes en el gobierno nacional) desalientan la inversión y condenan al país a esta decepcionante mezcla de irrelevancia e ignominia. Pero justamente eso debería constituir uno de los primeros objetivos de un trabajo serio y profesional. ¿Cómo revertir lo antes posible esta situación? ¿Puede hacerse desde ahora o habrá que esperar a diciembre de 2023?
En paralelo, se despliega otro fenómeno que puede ser incluso más importante que el anterior, debido a que no implica potenciar aquello que ya tenemos sino generar algo nuevo y revolucionario: la relocalización de empresas transnacionales que buscan reubicar grandes plantas industriales o al menos diversificar sus cadenas de abastecimiento. Se trata del denominado onshoring, nearshoring o friendshoring, que implica mudar más cerca y a países aliados una enorme cantidad de inversión, trabajo y oportunidades, con efectos multiplicadores en materia de servicios, energía, logística y comunicaciones. En esta reconfiguración del escenario geopolítico global pierden relevancia los efectos inerciales del Plan Marshall y la decisión de los Estados Unidos a partir del gobierno de Richard Nixon de aliarse con China para combatir a la Unión Soviética, que impulsaron una globalización con foco en Asia (Japón, Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong, Singapur y China), lo que transformó a esta región en las últimas décadas en uno de los principales motores del crecimiento global, con India, Tailandia, Malasia, Vietnam y hasta Indonesia sumándose a esta ola de desarrollo de los países del Pacífico oriental.
Pero hoy China es el principal adversario de los Estados Unidos. La pandemia aportó una cuota de problemas logísticos, interrumpiendo complejas cadenas de suministros a escala planetaria. Este replanteo de prioridades en que la seguridad, la cercanía y la diversificación reemplazan la búsqueda de trabajadores baratos, legislaciones laborales flexibles (o inexistentes) y estándares ambientales poco rigurosos implica un reseteo fundamental para que buena parte de nuestra región experimente un proceso de industrialización moderno, dinámico e integrado al capitalismo global. Ahí podría y debería destacarse la Argentina, por su dotación de capital humano (el stock más que el flujo de nuevos trabajadores) y la ausencia de conflictos étnicos, territoriales y sociales con potencial de espiralización (con la puntual excepción de la cuestión mapuche). Luego de casi tres décadas del Tratado de Libre Comercio, México podría señalar el camino: buena parte de América Latina cumple los requisitos que exige este escenario.
No podemos continuar perdiendo el tiempo en nimiedades. Es hora de elaborar en conjunto y con las mentes más brillantes y experimentadas un plan estratégico ambicioso, realista y sensato para revertir esta persistente y depresiva decadencia secular, incluyendo el asfixiante apagón intelectual. Estamos en condiciones de generar un shock de riqueza más impresionante que la fabulosa transformación que la Argentina vivió entre 1862 y 1930. Basta de procrastinar con obstáculos menores, obsesiones personales y egoísmos sectoriales. Es hora de grandes decisiones. Ojalá estemos a la altura de las circunstancias.