Una oferta electoral fraccionada compromete el futuro del cambio
Hay que asegurar la continuidad de la transformación en sucesivos comicios y los vaivenes de la política y del humor de los argentinos generan demasiados riesgos como para descartar una fuerza que una voluntades
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En este espacio hemos afirmado, a mitad de año: “El cambio necesita superar la paradoja del bloqueo”. Aludíamos al problema planteado por el economista clásico conocido como el marqués de Condorcet. En síntesis, el pensador francés sostiene que la lógica argumental transitiva del individuo frente a opciones no necesariamente se traslada al grupo, y que este era un obstáculo que podía generar inestabilidad en el sistema de votación de las democracias cuando se trata de cambiar el statu quo y el rumbo. Aun cuando las preferencias de los votantes sigan la lógica transitiva, en el conjunto pueden tornarse intransitivas y traducirse en representaciones paralizantes de los acuerdos para instrumentar lo votado. Señalamos que, en la elección presidencial de 2023, en las PASO y en la primera vuelta, el electorado se había dividido en tres tercios. En la segunda vuelta de la elección nacional, sin embargo, el voto mayoritario (56%) había consagrado presidente a Javier Milei, sumando una masa crítica que combinaba hartazgo con deseo de cambio. En ese conjunto mayoritario promovido por el balotaje se sumaron los votos de lo que entonces calificamos de “cambio drástico” y “cambio posible”. El cambio drástico concentró el voto duro de La Libertad Avanza, el cambio posible aglutinó las preferencias del voto de Juntos por el Cambio y de terceras fuerzas minoritarias. El tercer espacio agrupó los votos del “no cambio”.
Cuando la confluencia entre el Gobierno y la oposición dialoguista permitió la aprobación en la Cámara alta de la Ley Bases, insistimos en el recuerdo de la paradoja de Condorcet, subrayando que los acuerdos habían permitido superar el bloqueo de los tres tercios que podía haber sucumbido al carácter intransitivo que a menudo afecta la lógica grupal. El cambio drástico en bloque con el cambio posible impuso una mayoría crítica que evitó la derrota y el triunfo de quienes no querían el cambio. Propusimos entonces un conjunto de ideas para amalgamar esa masa crítica que se había impuesto (“En el territorio de lo posible, juntos por un cambio liberal y desarrollista”, LN 10-07-24).
El Gobierno termina el año con amplio predominio de buenas noticias. La inflación en baja, equilibrio en las cuentas públicas, superávit en las cuentas externas, una economía que consolida su recuperación y un índice de pobreza que empieza a bajar. No más intermediarios de la pobreza ni piquetes del pobrismo distributivo. Desregulaciones y aperturas que promueven más competencia. Y un liderazgo que se proyectó a un mundo impactado por la novedad de que un outsider de la política, sin estructura partidaria, prometiendo “motosierra” contra “la casta” y profesando ideas libertarias que abrevan en la escuela austríaca de economía, les ganó a todos, y aun con minorías en ambas cámaras legislativas ejerce el poder sin inhibiciones y con vetos incluidos. Los realineamientos internacionales en un mundo donde la geopolítica vuelve a ser relevante también lo han favorecido. Como para no creérsela. Por eso muchos de sus estrategas políticos lo alientan a que se las crea y que, por sobradas razones, monopolice el espacio del cambio. Imagino que le susurran que el cambio tiene un líder indiscutido y que las elecciones legislativas serán plebiscitarias de su gestión. Por lo tanto, no hacen falta acuerdos electorales. Hay que avanzar con el cambio drástico sin asociados. Las encuestas de fin de año le dan al Presidente la masa crítica de apoyo que se expresó en el voto de la segunda vuelta de la elección presidencial. Primera conclusión: los adherentes al cambio ya están con el Presidente y lo van a convalidar votando por LLA. Es un futuro conjetural posible, pero cuidado con la idiosincrasia determinista que predomina en muchos análisis y que viene fallando con sucesivos pronósticos errados. El futuro está abierto.
Los tres tercios del electorado que pueden bloquear el cambio y que, por ahora, desaparecieron de la superficie sobreviven en profundidad. Conviene aclarar que la distinción entre “cambio drástico” y “cambio posible” no mide intensidad de cambio, sino prioridades. Todo el conjunto asume un cambio profundo (en lo económico, en lo político, en lo social y en lo ético). Para algunos ese cambio debe privilegiar el ritmo y la urgencia, y para otros las formas y las instituciones que cimienten su continente político (el cambio debe avanzar con reformas que viabilicen la constitución económica liberal, y en concomitancia erradicar la tentación hegemónica que durante décadas ha jaqueado la vigencia de la constitución política y su esencia republicana). A nivel individual la lógica del cambio mantiene su carácter transitivo. Con pocas excepciones, quienes prefieren el cambio drástico al cambio posible también prefieren el cambio posible frente al no cambio. A su vez, quienes prefieren el cambio posible al cambio drástico, también prefieren el cambio drástico frente al no cambio. Pero de nuevo la advertencia de Condorcet. Cuidado con las preferencias grupales si en profundidad las corrientes políticas preservan los tres tercios, porque puede desaparecer la transitividad. En tal caso, el cambio drástico a nivel grupal puede ser preferido al cambio posible, pero el cambio posible ya no es preferido al no cambio. Y lo mismo le sucede al cambio posible con el drástico. ¿Quién gana en este escenario? El statu quo, el no cambio, el gatopardismo recurrente de los ciclos políticos argentinos. Si se cancela la lógica transitiva, siempre dos tercios van a bloquear las iniciativas del tercio restante. Resultado: parálisis presente y vuelta a la decadencia crónica.
El Presidente ha dicho que para consolidar el cambio hacen falta 20 años de gobiernos no populistas. De acuerdo: son cinco mandatos presidenciales. ¿Quién gobernará la Argentina en 2044? ¿No es una afrenta a Dios o una necedad humana proyectar futuros personalizados para esa fecha? Con 20 años y cinco mandatos por delante, no hay otra posibilidad concreta que institucionalizar el cambio en la alternancia republicana del poder. Pero esa actitud requiere descontar el futuro con tasas bajas para que el futuro tenga valor en el presente, y además hay que estar dispuesto a priorizar el cambio en la próxima generación más que una cosecha de votos propios en la próxima elección. Es la lógica que distingue al estadista del político oportunista.
Si la masa crítica del cambio va con una oferta electoral dividida, el cambio arriesga el resultado en el principal distrito electoral, la provincia de Buenos Aires. Por intuición, y asumiendo que los fenómenos electorales son únicos e irrepetibles y que por lo tanto no tienen distribución de probabilidad asociada, imaginemos que en las elecciones legislativas nacionales del próximo año el 50% de la suma de votos que obtuvieron Néstor Grindetti y Carolina Píparo se reparten en un 35% para LLA y un 15% para la otra fracción del cambio (otro “futurible” conjetural). Con ese reparto es posible que el no cambio vuelve a imponerse, aunque sea como primera minoría, y complique la lectura electoral del día después (con “mercados” e inversores imaginando que en 2027 puede haber reversión del cambio, es decir, triunfo del no cambio). Contrario sensu, un triunfo categórico del cambio en la provincia de Buenos Aires asfalta la ruta para consolidar el cambio en la próxima elección presidencial.
Segunda conclusión: hay que asegurar la continuidad del cambio en sucesivos turnos electorales y los vaivenes de la política y del humor de los argentinos generan demasiados riesgos como para que la dirigencia comprometida con el cambio, a partir del propio Presidente, descarte la oportunidad de institucionalizar el cambio en una fuerza que amalgame las aspiraciones del cambio drástico y las del cambio posible. La oportunidad del cambio profundo que necesita la Argentina.
Doctor en Economía y en Derecho