Una odisea toda nuestra
Hace diez años, el siglo XX acababa de terminar, y con él una Argentina se extinguía. Era el final de una película trágica y asfixiante, que en su epílogo nos demostraba cuán cruento podía ser el saldo deudor tras años del peor neoliberalismo.
Eran tiempos en los que la política sólo beneficiaba a los capitales financieros en detrimento de la Argentina productiva. Una época en la que claudicar no era una decisión propia sino una imposición planificada y llevada a la práctica coordinadamente. Y todo en virtud de que los destinos de nuestro país habían sido diseñados bajo los designios de alquimistas tecnócratas capaces de sumergir naciones enteras bajo un alud de ajustes y desocupación.
Por aquellos años, la importación a mansalva había destruido nuestra capacidad productiva a límites insospechados. Resultaba frustrante ver góndolas repletas de alimentos enlatados provenientes de destinos como -paradójicamente- Grecia. Duraznos griegos y choclos rusos o franceses eran la irritante materialización del sueño perfecto que Martínez de Hoz bosquejó en los años 70.
Importábamos el valor agregado de aquello que nuestro propio país producía y no nos era permitido ni meter ensalada jardinera en una lata.
Cuando diciembre de 2001 se aprestaba a dar sus últimos pasos, advertimos que, en realidad, los enlatados habíamos sido nosotros. Finalmente, percibimos que la convertibilidad estaba cumpliendo su objetivo: confinarnos al más profundo sentimiento de impotencia y desasosiego; disciplinarnos en pos del bienestar ajeno. Y entonces, el 19 y 20 de diciembre se convirtieron en el trágico final de un film financiado y producido por la Argentina, pero dirigido por el FMI, con la asistencia de una entelequia llamada "los mercados".
Los meses y años posteriores al estallido nos sirvieron para desmontar el modelo que nos había doblegado. Pudimos cambiar la Argentina, de producida a productora. De dirigida a directora. Porque empezamos a rediseñar las condiciones para que las industrias del país generen valor y trabajo argentinos. Hoy nuestro futuro tiene más que ver con este pasado reciente donde reconstruir significa ir por más, poner todas nuestras fuerzas en la Argentina del desarrollo. Diez años después, estamos pensando los próximos veinte con esperanza y entusiasmo.
En 2001: odisea del espacio , Stanley Kubrick legó a la historia del cine su HAL 9000, una macroconciencia cibernética mitómana capaz de destruir cualquier vida humana en pos de sus propios objetivos. Como el protagonista de aquella película, luego de atravesar miles de calvarios, los argentinos pudimos desoír las promesas de nuestra propia HAL 9000 -el engaño de la convertibilidad- y desactivarla antes de que mutara en su siguiente y fulminante formato: la dolarización, la banca offshore y la privatización del Banco Nación.
Hoy, somos artífices de un destino propio, en un mundo donde nuevos HAL 9000 recitan pertinaces las mismas recetas pérfidas. Si algo hemos aprendido del siglo XX es que la odisea del siglo XXI será toda nuestra.
© La Nacion
El autor es presidente de la Unión Industrial Argentina
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