Una oda para Dante
En la primera de una serie de columnas por los 700 años de la muerte del poeta italiano, el homenaje que, hace un siglo, le rindió Paul Claudel
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Cuando el homenaje pretende superar la sumisión al respeto se ve obligado a resignar las seguridades de la celebración oficial, esa variedad voluntariosa de la sepultura. El año pasado, por ejemplo, se cumplieron 250 años del nacimiento de Beethoven, y si uno quisiera buscar qué cosa de su poética musical pretendía subrayarse en aniversarios anteriores vería que, sin ir más lejos, la revista Martín Fierro publicó el 28 de marzo de 1927 el artículo sin firma “Beethoven y nosotros” (la ocasión era el centenario de la muerte). Allí se declaraba: “No hay peor enemigo de Beethoven que el que se sirve de su nombre para negar a Stravinski. Hace cien años, ese mismo devoto negaba a Beethoven en nombre de Rossini”. Nos importa poco que el anónimo autor estimara que sería el primer y el último centenario de Beethoven (lo daba por muerto artísticamente); lo que interesa es que, con torpeza y sin mayores explicaciones, tratara, en un movimiento de reflejos vanguardistas como el martinfierrismo, de reivindicar la novedad de Beethoven. En 2021, se recuerdan los 700 años de la muerte de Dante Alighieri y una estrategia para esta columna, la primera de una serie de varias dedicada a él, bien podría ser empezar por el centenario anterior, el de 1921.
Ese año, el poeta Paul Claudel pronunció una conferencia al que le puso de nombre “Introduction à un poème sur Dante”. Señala allí que la genialidad poética de Dante podría resumirse en “una cierta gracia de la atención”. La atención quiere decir aquí la consideración minuciosa del detalle; el detalle de lo observado y el de la escritura de la observación, porque en él el “genio poético supremo” (son palabras suyas) no admite divorcio de la artesanía con la materialidad de la palabra.
Claudel, muy inteligente, llega mucho más lejos: “La meta de la poesía no es, como dice Baudelaire hundirse ‘en el fondo de lo Infinito para encontrar lo nuevo’ sino en el fondo de lo definido para encontrar lo inagotable. Es esta poesía la de Dante”. De paso, es muy curioso cómo el recuerdo de un poeta retoca los versos de otro para que digan lo que él quiere decir. Claudel pone en boca de Baudelaire lo infinito (l’Infini) pero en la cita que menciona (el último verso del poema “Le voyage”), Baudelaire no habla del infinito sino de lo desconocido (l’Inconnu). El desliz (la corrección involuntaria) se justifica: Claudel da a entender que Dante encuentra en lo limitado, en las cosas del mundo (la “santa realidad”, según la llama) aquello que no es de este mundo ni es el mundo.
Por otra parte, es cierto también que no elude las objeciones teológicas, como pasa en la observación de que para Dante el Infierno es nada más que un infierno de los sentidos y no la privación de Dios. La objeción es discutible, por lo mismo que lo hacía antes grande a Dante, que era la profundización de lo literal hasta que deja de ser literal: hay que ver en lo que se ve lo que no se ve. El propio Dante nos había enseñado eso en el Convivio. A propósito, Borges había dicho que era ésta “una página de Paul Claudel indigna de Paul Claudel”.
Decíamos: “Introduction à un poème sur Dante”. El “poema sobre Dante” al que alude la conferencia es la Oda jubilar para el sexto centenario de la muerte de Dante, que Claudel escribió por encargo ese mismo año 1921. Victoria Ocampo (de cuya relación con Dante vamos a ocuparnos más adelante, en otra columna) lo tradujo muchos años después y lo publicó en la editorial Sur. No es el poema de Claudel que recordamos de inmediato, pero es de todos modos uno de los suyos de más concentrada belleza.
Dice en el principio: “Este mundo tal cual es, es difícil convencernos de que es completo y suficiente”. Es el exordio de la verdad que el poema demostrará con las armas de la poesía. Escribe Claudel: “Ninguna cosa está de más para rendir gloria a Dios.// El Infierno mismo que te han permitido mirar como el resto es una alabanza”.
El poeta Dante le habla al otro, que es él. ¿Quién tutea a quién y qué responde el tuteado? Es como una sombra que hablara sola. “Las cosas que Dios, sin embargo, ha hecho, es difícil tomarlas con desprecio.// Es difícil para César soltar el mundo y es aun más difícil para un poeta.// Esta escritura del mundo, largarla antes de haberla tomado toda,// porque el mundo empezó sin ti, pero sabes que sin ti no podía estar terminado”.
Dante devolvió al poeta la condición primigenia, etimológica, de hacedor. Pero no un hacedor de vanidad prometeica; uno que vino a servir. Se dice Dante a sí mismo en la oda de Claudel: “Reúne misteriosamente, poeta, esas cosas que gimen por estar separadas”.