Una nueva y distinta Guerra Fría ya está instalada
Una nueva Guerra Fría ya está instalada entre nosotros. Para certificarlo, lo que se debería entender es que las Guerras Frías son las guerras que se libran entre los dos grandes hegemones mundiales. Antes, EEUU (apoyada por la OTAN) contra la fenecida Unión Soviética (con el soporte del Pacto de Varsovia). Ahora, entre EEUU (y sus aliados) versus la República Popular China (y sus apoyos).
Las Guerras Frías se dilucidan por medio de “guerras tibias o a veces un poco calientes” que son una suerte de “guerras proxy” entre aliados de uno u otro de los dos hegemones en cualquier lugar del planeta, diferente de sus capitales. En esas “guerras proxy”, los que son afectados en forma directa (sea de manera tibia o caliente) son los contendientes “menores”, mientras que los dos líderes mundiales de cada uno de esos espacios contendientes son afectados de manera más indirecta.
Las estimaciones de muertes atribuidas a las contiendas de la Primera Guerra Fría varían, pero algunos expertos sugieren que podrían haber sido entre 15 y 20 millones de personas. Esto incluye conflictos directos, como la Guerra de Corea y la Guerra de Vietnam, así como las consecuencias de las políticas y acciones en todo el planeta durante ese período.
En la actualidad, tenemos por un lado, el eje conformado por China, Rusia y los imprevisibles pero no por ello menos peligrosos, Irán y Corea del Norte.
A ese eje lo confronta, cada vez más claramente, EEUU, Canadá, Europa (con matices), Israel, la nueva alianza AUKUS (Australia, Reino Unido y EEUU), Japón, Corea del Sur y Filipinas, inter alia.
Otros actores importantes del escenario internacional como India, Turquía y Arabia Saudita, miran con atención lo que ocurre en la “Gran Liga”, tienen su influencia, pero tratan, en la medida de lo posible, de mantenerse como neutrales, al menos a la luz de la opinión publica, para mejor preservar sus propios intereses.
Hay también otros actores internacionales menos importantes que juegan, cada vez más perceptiblemente, para uno u otro lado, principalmente en el ahora llamado Sur Global. Entre ellos se encuentran los países latinoamericanos, donde cada vez más explícitamente Rusia y China, pero también y mucho más peligroso aún, la República Islámica de Irán, hacen el intento de influenciar las políticas domésticas en algunos de ellos (Venezuela, Nicaragua, Bolivia, etc.), y muchas veces de manera muy exitosa para sus intereses.
En los años 30 del siglo anterior, las ambiciones territoriales del eje conformado por Alemania, Italia y Japón, fueron el preludio para la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad, el eje autoritario ya mencionado (China, Rusia, Irán y Corea del Norte) busca desmantelar el orden internacional liberal (y democrático) que surgió, primero en 1945, al fin de la Segunda Gran Guerra, y luego a partir de 1991, con la caída de la URSS.
Ahora como entonces, varios conflictos en todo el mundo podrían salirse de control hasta desencadenar una nueva guerra mundial, si las alianzas militares se activaran automáticamente en respuesta a acciones hostiles por parte de los adversarios. Mientras tanto, ocurre una precuela en forma de Guerra Fría (la Segunda en este caso).
Además de los actores involucrados, otra diferencia de la actual Guerra Fría respecto de la Primera, está contenida en las formas y objetivos de ella. Con la evolución de las comunicaciones, los grandes hegemones intentan desestabilizar países por medio de nuevos métodos, principalmente por medios cibernéticas y de manejo cada vez más entrometido por medio de la manipulación de las redes sociales. A la vez, esas intromisiones tienen como objetivo, por el lado de China y Rusia, principalmente, socavar las instituciones democráticas liberales tratando de “atraer a su redil” a distintos gobiernos occidentales y convertirlos en autocracias o autarquías, cuando no directamente en tiranías dictatoriales que sean afines a sus objetivos hegemónicos.
El interés decreciente que se percibe en ciertos sectores de los EEUU respecto del conflicto en Ucrania (a pesar que con mucho esfuerzo se haya aprobado finalmente el muy demorado paquete de ayuda militar, económica y humanitaria, de casi 61 mil millones de dólares) y el cada vez más notorio involucramiento estadounidense en los conflictos latentes del Indo Pacífico y el Mar de la China, parecen presagiar que en el próximo período presidencial del país del Norte (incluso si continuara la Administración Biden) de Ucrania se tendría que hacer cargo mas profundamente Europa que lo que hará EEUU.
En el reequilibrio estratégico de EEUU, la prioridad número uno es China y no Rusia (eso obviamente incluye a Ucrania). Tampoco, a pesar de tener su importancia, Israel está en la primera línea del radar geopolítico americano en estos momentos (con Trump o sin Trump).
Ese nuevo reequilibrio norteamericano deja a Europa en una situación de un vacío de seguridad muy importante, teniendo en cuenta las ambiciosas tropelías territoriales de Vladimir Putin, que muy posiblemente no se detengan solamente en Ucrania, pero también por el letargo de décadas de dejar los asuntos militares bajo el paraguas de los EEUU. Alemania, siempre reticente o remolona para enfrentar a Rusia, ha debido rendirse ante las evidencias de que, si no toma medidas muy profundas en el terreno militar y armamentístico, podría tener graves problemas en el corto o a los sumo en el mediano plazo.
Así, los temores de una guerra inminente se ha apoderado de la mayoría de las capitales europeas, aunque con matices. No es lo mismo lo que ocurre en España o Italia, que se ven lejos geográficamente de Moscú, con lo que acontece en los países del Este (a excepción de la Hungría de Orban y en menor medida con la Eslovaquia del Primer Ministro Fico - que por estas horas lucha por su vida luego de un gravísimo atentado que se acaba de perpetrar en las afueras de Bratislava) y mucho menos con los países bálticos que eran parte de la Unión Soviética. Ni que hablar de aquellas otras ex repúblicas soviéticas, como por ejemplo Moldavia y Georgia, que no cuentan con la protección de ser parte ni de la UE ni de la OTAN, y por ende podrían ser los primeros en la fila de las ambiciones agresivas de Putin.
Georgia, que desde hace algunos meses tiene un gobierno menos inclinado a Europa y más “prorruso”, acaba de aprobar una ley que determina que las ONG y medios independientes que reciban más del 20% de su financiación de donantes extranjeros deberán registrarse como organizaciones “que defienden los intereses de una potencia foránea”. Esta nueva ley se la ha denominado “ley rusa” porque es un calco de la que instaurara la Federación Rusa en el año 2012. Al igual que esta “ley rusa” de 2012, también estarían sometidos a la supervisión del Ministerio de Justicia georgiano y obligados a compartir información confidencial y presentar una declaración financiera anual. La promulgación de esta ley trajo feroces disputas en el Parlamento georgiano y grandes movilizaciones de la sociedad civil y de la oposición, ya que consideran que el Kremlin ha utilizado esa norma para acallar las voces que desafían al poder ruso y temen que ocurra lo mismo en Georgia.
Por su parte, también Armenia ha dado un giro hacia Europa y Occidente, luego de constatar que Rusia no hizo lo suficiente para defenderla, como hiciera anteriormente, en la eterna disputa con Azerbaiyán por Nagorno-Karabaj.
Europa sufre la falta de una autonomía estratégica, luego de décadas de verse protegida militarmente por los EEUU y la OTAN. Así, la realidad de sus ejércitos es la de ejércitos muy pequeños (quizás con las únicas excepciones de Francia y el Reino Unido, dados sus poderíos nucleares) con experiencia de combate muy limitada, con una industria de defensa rezagada y hasta incluso obsoleta, por lo menos en términos de tener que enfrentarse a una potencia militar como Rusia (además nuclear). Por lo tanto, si bien la gran mayoría de las naciones europeas ya han comenzado una rápida reconstrucción de sus capacidades militares para llevarlas a una modernización y potencial suficientes como para poder enfrentar a la Federación Rusa si esta decide atacarlas, eso tomaría una buena cantidad de años y con sustanciales aumentos de presupuestos destinados a tales fines.
Esas disputas son otras entre varias de las razones por las cuales podría considerarse que “la Segunda Guerra Fría” ya está entre nosotros. Ucrania ha sido el primer eslabón, pero varios otros países están “hirviéndose a fuego lento” y en todas las regiones.
En los primeros años de la llegada de Putin al poder en 1999, la Federación pareció adherir firmemente a los postulados occidentales llevando incluso a que fuera invitada, por ejemplo, a formar parte del Grupo de los Siete (G7) países más desarrollados, convirtiendo esa agrupación en un G7+1 (virtual G8). Sin embargo, es a partir de 2008, cuando Rusia invade a Georgia quitándole dos de sus provincias (Abjasia y Osetia del Norte) para declararlas eufemísticamente como “repúblicas independientes”, cuando comienza a percibirse más claramente la determinación de Putin de revertir el resultado del fin de la “Primera Guerra Fría” con la caída y disolución de la Unión Soviética.
Allí comienzan a mostrarse las verdaderas e intrínsecas intenciones del nuevo Zar del Kremlin, habiendo mutado luego hasta convertirse en obsesión por restablecer el poder imperial ruso, consustanciado como está con las prédicas de su mentor religioso y hasta geoestratégico, el patriarca Kirill. De allí que Putin (y Kirill) comienzan primero con sus diatribas anti occidentales, para pasar luego al terreno de los hechos consumados, todo ello bajo el paradigma de una supuesta “superioridad moral” eslava y oriental que estarían muy por encima de los valores y creencias del Occidente “liberal, pornográfico y anti familia” (según sus particulares puntos de vista que, paradójicamente, coinciden con varias de las posturas islámicas, en particular las lideradas por el régimen teocrático de Irán).
Si bien Rusia no es hoy tan poderosa como lo fuera en el siglo pasado, Europa tiene claras razones para estar preocupada por los designios de Putin. La ya mencionada guerra de agresión en Georgia en 2008, la anexión de Crimea y dos provincias ucranianas del Donbas en 2014, y a posteriori la segunda guerra de agresión a Ucrania en 2022 (esta vez a la totalidad de su territorio e intentando que deje de existir como entidad jurídica independiente) demuestran que sus ambiciones territoriales e imperiales no terminan en Ucrania y que Europa bien podría ser finalmente su verdadero y gran objetivo.
Así lo ha manifestado explícitamente Putin, cuando en algunos de sus discursos ha señalado que imaginaba una Rusia influyente que abarcara desde el sur del Mediterráneo europeo hasta los límites con China en los flancos del Oriente asiático, rememorando los sueños imperiales de Catalina la Grande. Así, varios países europeos han sido asediados en los últimos años mediante la severa, extendida y excesiva vigilancia militar rusa (varias veces invadiendo los espacios aéreos) tal como aconteciera en Suecia, Finlandia, los países bálticos, Polonia, Rumania, y hasta incluso el Reino Unido.
Por todo ello, es fundamental que la Federación Rusa no logre sus objetivos militares en Ucrania y que los mismos, en el peor de los casos, solo se circunscriban a las ocupaciones de casi el 20%del territorio ucraniano ya tomado en la actualidad. Por lo tanto, Ucrania es clave para Europa y me atrevo a firmar que para el mundo libre todo.
Si las ayudas occidentales a Ucrania le permiten posicionarse a ésta de mejor manera en el futuro cercano, no solamente los sufridos ucranianos, sino también Polonia, Rumania y los países bálticos, todos ellos miembros de la UE y de la OTAN, podrían ver disminuidos los peligros y asechanzas rusas. Con mayor razón aun, dadas las mayores distancias de Moscú, el resto de los países europeos podrían ver alejarse dichos peligros y, unido a sus renovados esfuerzos militares, podrían estar mejor preparados para eventuales desafíos del peligroso vecino del Este.
No obstante ello, el Kremlin bajo Putin y otros jerarcas incluso más halcones que el nuevo Zar, no permanecería inactivo y continuaría sus intentos desestabilizadores en Georgia, en Moldavia, en Armenia, a la vez que intentando ampliar su influencia en los Balcanes, así como también sentar condiciones más severas y profundas a ex países soviéticos del Asia Menor como Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán, e incluso al más poderoso de ellos, Kazajistán. En la mayoría de ellos, una herramienta fundamental para Moscú lo constituiría la organización regional que los ha unido luego de la disolución de la Unión Soviética: la Comunidad de Estados Independientes - CEI.
Al mismo tiempo y por medios no convencionales (cibernéticos, sobre todo) el Kremlin seguramente seguirá intentando influir en las políticas domésticas de varios otros países de Europa (o incluso en EEUU) por medio de fuerzas políticas de extrema derecha que miran con indisimulada simpatía al tirano líder del Este.
Afortunadamente, Rusia no está en condiciones de librar una batalla “face to face” con la OTAN por medio de una carrera armamentística convencional, al igual que lo que ocurriera en los años 80 y culminara con la caída de la URSS. Es por eso que, ante esa real posibilidad, Rusia apela a las amenazas nucleares, sabiendo que esas extorsiones tienen un efecto “disuasivo” en la OTAN y en el Occidente todo. Pero ante la constatable política de hechos consumados a la cual ha hecho uso y abuso el Kremlin en los últimos dos años, Europa está reaccionando al mostrar que ya no se va a dejar seguir chantajeando por dichas amenazas.
No obstante ello, Occidente tampoco debe equivocarse y no debe cometer la cantidad de “errores no forzados” desde inicios del presente siglo, como por ejemplo las guerras llevadas a cabo en Medio Oriente por los EEUU, basadas principalmente en restituir el “orgullo americano herido”. Muy presumiblemente no vuelva a ocurrir, en particular porque Washington ha “calibrado finamente la mira” y por ello ha determinado que su primer y principal objetivo de la hora y del futuro a corto, mediano y largo plazo, es frenar el agresivo relacionamiento de China con el resto de la comunidad internacional en tiempos de Xi Jinping.
En la reunión de semanas atrás, entre el líder chino y el Secretario de Estado de EEUU, Anthony Blinken, Xi pidió que China y EEUU fueran “socios y no rivales”. Blinken nada respondió al amable ofrecimiento, pero las ultimas medidas tomadas por Washington respecto a exportaciones sensibles a Beijing o el intento de comprar compulsivamente en EEUU la plataforma de streaming de origen chino, Tik Tok, con la advertencia de un posible cierre de la empresa si la misma no se concreta durante el término de un año, son indicios que muestran que EEUU tiene bien presente no cometer los errores de Gran Bretaña antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial, mediante el pacto entre Chamberlain y Hitler en 1938. Afortunadamente, nadie en Washington (y ahora parece que tampoco en Europa) pretende ingenuamente emular a Chamberlain y por lo tanto es muy posible que el pedido de “sociedad” de XI caiga en “sacos rotos” en la Administración estadounidense, si esa “sociedad” no se desarrolla en términos diáfanos, cristalinos y de verdaderas buenas intenciones.
Las ambiciones de Xi de reconfigurar el planeta a su gusto y placer son innegables. Xi busca disolver las redes de alianzas de EEUU y dejar de lado la influencia de los valores occidentales en las instituciones internacionales (Putin intenta lo mismo y cada vez mas indisimuladamente). En su nuevo intento de reconfiguración mundial del orden multipolar, las instituciones globales y las leyes y normas deberían ser apuntaladas por los enfoques chinos sobre la seguridad común y el desarrollo económico, pero más basadas en los valores chinos de los derechos políticos que emanen del Estado y en especiales consideraciones hacia las tecnologías chinas. De conseguirlo, China ya no debería pelear por su liderazgo mundial, porque de esa manera, su centralidad estaría prácticamente garantizada.
Europa en general, y Francia en particular, también comienzan a estar advertidas de esas ambiciones chinas - también rusas - y son conscientes que han perdido (y pueden perder aun más) esa preponderancia que la ha mantenido como uno de los actores internacionales más relevantes e indudable referente mundial en los últimos siglos.
Francia es el más activo sobre el particular. Su Presidente, Emanuel Macron, ha llegado a declarar que si Ucrania estuviera en situación de perder la guerra en manos rusas, Francia podría llegar a enviar soldados franceses al frente ucraniano para que eso no acontezca, porque de ocurrir, el próximo objetivo del Kremlin sería Europa, y eso no puede ocurrir de ninguna manera. También alerta, cada vez más sonoramente, que Europa no puede ser invadida indiscriminadamente por productos chinos subsidiados de manera flagrante por el Estado chino, en particular en el sector de los autos eléctricos.
En lo que respecta al envío de fuerzas armadas francesas al frente ucraniano, la respuesta de sus aliados europeos (e incluso de los EEUU) fue prácticamente de espanto y horror ante tal propuesta, por temor a desatar una escalada que pueda desatar una guerra entre Rusia y la OTAN, y que la misma pueda llegar a desarrollarse con utilización de bombas nucleares tácticas.
Putin, siempre afín al chantaje nuclear, enseguida hizo referencia - una vez más - a que podría apelar a esas instancias y estaba pensando en utilizar el territorio de su aliado “satélite”, Bielorrusia, para el emplazamiento de dichas armas. Durante mis años como Embajador en Ucrania, y también después, he sido muy crítico de las posiciones de las autoridades francesas sobre el conflicto desatado en 2014 en Crimea y Donbass y su pobre actuación en los acuerdos de Minsk I y II. Por eso, no puedo menos que dar la bienvenida a esta nueva posición del Presidente Macron, porque está total y absolutamente claro y percibido que una victoria de Rusia en Ucrania solo sería la catapulta para que sus ambiciones imperiales se desaten hacia los confines de la Europa Occidental, no ya tan solo la Oriental.
Los líderes internacionales temen el inicio de una nueva Guerra Fría, también muchos consultores y analistas políticos. Sin embargo, considero que la “Segunda Guerra Fría” ya se está desarrollando entre nosotros. Ahora, solo es cuestión de administrarla sabia e inteligentemente para que las normas y los valores del Derecho Internacional, las democracias liberales bajo asedio, el sistema de cooperación multilateral (con significado distinto al concepto de multipolaridad que es utilizado por el eje sino ruso) y el respeto irrestricto a la Carta de las Naciones Unidas, no se conviertan en letra muerta por los esfuerzos de estos relevantes actores internacionales que buscan llegar a la hegemonía a cualquier costo y pisoteando los derechos de los demás. En la sabiduría, inteligencia, y ubicuidad de los líderes occidentales pende la respuesta.