Una nueva perspectiva para la educación
Imaginemos a nueve instituciones como coches en una autopista, viajando a velocidades distintas. A 160km/h el más veloz, el mundo de los negocios y sus organizaciones. A 145 las agrupaciones de la sociedad civil, exigiendo cambios en el medio ambiente y en los gobiernos. A 100, la familia con sus nuevos formatos. Lejos, muy detrás, a 50 km/h, los sindicatos y las burocracias gubernamentales. A 15, con una rueda pinchada y echando humo por el radiador, las instituciones educativas. Casi sin signos de vida vienen las organizaciones intergubernamentales como Naciones Unidas, Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio y las estructuras políticas de los países. Por último, el coche más lento: la ley, en la forma de los tribunales y las facultades de derecho.
En su libro La revolución de la riqueza , Alvin y Heidi Tofler nos confrontan con esta metáfora tan real como incómoda y sugieren que la educación presenta un desafío que resiste soluciones conocidas y que podríamos formular a través de la siguiente pregunta: ¿cómo educar en un mundo que ha generado más información en los últimos 50 años de la generada en los anteriores 5000?
La Revolución Industrial dio vida a un sistema educativo apropiado para su época, pero anacrónico en la actualidad. Con un legado fuerte en la eficiencia, el control y la acumulación, es común observar cómo se asfixia a las mentes y corazones de los niños. Se afectan sus deseos y visiones, anhelos e intereses. A los 7 años, pasan más tiempo sentados en un pupitre que descubriendo y explorando. Se educa con un control desmedido que limita la posibilidad de que el niño sueñe, juegue, imagine y descubra. La puja por la eficiencia y la acumulación conduce a llenar de información las mentes de los alumnos a la vez que se promueve el éxito como ausencia de fracasos. El aprendizaje es alentado de manera extrínseca, con exámenes y sistemas de premios y castigos, y se deja de lado la motivación intrínseca como factor central del aprendizaje.
Los niños se conectan con lo nuevo por amor y curiosidad, y no por las notas que obtendrán en un examen. Sin embargo, suele recurrirse al miedo, a la frustración, al aburrimiento y a la humillación como agentes de motivación. Frente a esto, no debería sorprender la conformidad, el desasosiego y la falta de creatividad. En su precursora película The Wall , Pink Floyd clamaba: "No necesitamos educación, no necesitamos control del pensamiento, no a los sarcasmos oscuros en la clase; maestros, dejen a los niños en paz".
El error es vital en el aprendizaje. Evitarlo es evadir el movimiento hacia la curiosidad y hacia la libertad. Se construye una red que contiene pero que también detiene. Contiene el riesgo pero detiene la exploración y la posibilidad de crear. Paul Torrance, de la Universidad de Georgia, encontró tres momentos en los que los niveles de creatividad caen abruptamente. A los 5 años, cuando los padres dicen "comienzas primer grado, ya eres grande"; a los 9, cuando expresamos "ya pasas a quinto grado, tendrás varias materias?", y a los 17, cuando afirmamos "tienes que decidir qué hacer, se acabó la diversión".
Los mensajes son demoledores. Resulta más fácil criticar y juzgar que elogiar y entusiasmar. Señalamos la falta de una coma, pero no sabemos llevar las ideas a su máximo potencial. La crítica detiene la creatividad, mientras que el elogio, entendido como el juicio que fomenta la autodeterminación y la autoestima, la potencia.
William Brown descubrió lo que dio a llamar el " ratio elogio versus crítica". En colegios públicos de Estados Unidos donde primaba el mal comportamiento, los docentes criticaban a sus alumnos cuatro veces por cada elogio. En donde se observaba alumnos motivados por aprender, los docentes usaban un ratio inverso de cuatro elogios por cada crítica. Resultó sorprendente ver que en clases con mayor índice de creatividad, los docentes elogiaban ocho veces por cada crítica. Vistos como impulsores, el elogio y la retroalimentación crean contextos favorables, un sentido con la tarea, e impulsan la creatividad. El juzgar y criticar destructivamente, en cambio, despierta el cerebro de reptil; el alumno se retrae, defiende, huye o ataca, provocando desorden y caos.
Se enfatiza, con presión ardiente, la incorporación de conocimientos, como si fueran fichas que deben acumularse. Un sinsentido, en una época en la que con un click accedemos a millones de datos. Lo afirmó veinte años atrás el gurú del management Peter Drucker: "En los próximos años el 90% de lo que un ingeniero sabe y conoce estará disponible en la computadora".
El laboratorio Lawrence Livermore posee un ordenador capaz de realizar más de 136 billones de operaciones por segundo. El número es tan grande que nos resulta imposible tener una idea de su significancia. Einstein afirmaba que lo único que interfería con su aprendizaje era su educación. Algo similar sucede con la idea de que educar es enseñar muchas cosas. Necesitamos revisar las preguntas antes que la respuestas. ¿Qué significa "saber"?, ¿qué "saberes" debemos soltar porque han quedado obsoletos? Picasso decía: "Cada niño es un artista. El problema es cómo seguir siéndolo luego de que crece."
A juzgar por la evidencia, queremos asegurarnos que los niños entren en "moldes" que prefijamos los adultos, obstruyendo su propio tapiz, su propia aventura. Muchas veces impulsaría a mis hijos a atreverse, más que a entrar en el "molde". La contradicción es evidente, deseamos que aprendan a pensar fuera de la caja, pero tenemos miedo que salgan de ella.
¿Cómo formar a niños, adolescentes y jóvenes como individuos que puedan estar a la altura de lo que el mundo es y será en las próximas décadas? ¿Cómo ayudarlos a formular deseos y a descifrar desafíos inspiradores? ¿Cómo tenderles una mano para encender su voluntad, apreciar su entorno y construir una nueva realidad, a fin de que se involucren con ella y protagonicen nuevos movimientos? ¿Cómo ayudarlos a sustituir las quejas por acciones, en una sociedad en la que quejarse se ha naturalizado como modo de actuar? ¿Para qué otra razón si no es para crear hemos hecho pie en este mundo?
Crear paradigmas y sentidos, perspectivas y horizontes. Crear nuevas maneras de educar. Educar para crear, y no para acumular. Esta es quizás una nueva perspectiva acerca de la educación, que se vislumbra como emergente y presenta al menos un desafío apasionante.
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