En medio de cambios vertiginosos, el debate público necesita de las nuevas generaciones. Aquí, la perspectiva de un grupo de jóvenes destacados que proyectan sus ideas sobre una realidad atravesada por la tecnología
Tanto se ha transformado el mundo en los últimos años que muchos de los viejos paradigmas ya no alcanzan para explicarlo. Los cambios constantes impulsados por el desarrollo tecnológico y las nuevas formas de comunicación impactan de manera directa en nuestra vida, con consecuencias tanto en la esfera individual como social y política. Un mejor y más completo abordaje de estas cuestiones exige incorporar las nuevas generaciones a la discusión y eso es lo que propone esta nota, que ofrece las preocupaciones y las ideas de jóvenes destacados en distintas disciplinas que suman su voz al debate público.
Su mirada está inevitablemente ligada a los desarrollos tecnológicos de este tiempo -el suyo-, que configuran una profunda marca de época. Todos ellos ofrecen nuevas perspectivas, acaso más frescas y desprejuiciadas, a problemas que desvelan a la sociedad actual pero que, al mismo tiempo, proyectan interrogantes a futuro.
"Hay en los jóvenes un interés muy fuerte por el modo en que la tecnología está cambiando distintas facetas de nuestra vida", dice Pablo Marzocca, licenciado en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires, de 31 años, coordinador del programa Argentina 2030, espacio en el que el Gobierno convoca a pensadores jóvenes a presentar sus ideas y a abrir nuevas discusiones. "El tema género tiene también una presencia enorme, y es raro encontrar hoy una persona joven que no tenga incorporada una mirada más aguda hacia las desigualdades de género y lo que implican -agrega-. Reaparecen también, con otros enfoques, temas clásicos de nuestra discusión pública como la memoria, la democracia o los derechos humanos. Creo que, en general, somos más globales, menos limitados a lo que pasa en la Argentina. Algo que tiene que ver con nuestro uso de Internet. También veo mucha valentía para encarar discusiones difíciles con menos prejuicios y con un espíritu más curioso".
Un repaso por los planteos de los cinco jóvenes intelectuales convocados por la nacion para esta nota muestra, por ejemplo, la preocupación por una educación que rompa las desigualdades actuales, adaptando sus esquemas y procedimientos a la era digital. Esta es una de las propuestas de Belén Sánchez, de 28 años, magíster en Educación y Desarrollo Internacional por la Universidad de Londres.
La economía colaborativa es un fruto de la tecnología. Javier Madariaga, licenciado en Economía y magíster en Políticas Públicas de 36 años, se entusiasma con su impulso transformador y sus aplicaciones actuales y futuras, pero al mismo tiempo advierte sobre los desafíos que implica para la condición laboral de los trabajadores.
El influjo de la inteligencia artificial sobre nuestros derechos ciudadanos y sobre la participación democrática es materia de análisis de Ana Laura Diedrichs, de 32 años, ingeniera en Sistemas que vive en Mendoza. Una visión que es complementada por Antonio Vázquez Brust, magíster en Informática Urbana por la Northeastern University, de 37 años, que pone la lupa sobre el derecho a la privacidad, hoy amenazado por el uso de datos por parte de las grandes corporaciones. "El concepto de ciudadanía debe repensarse y aggiornarse", afirma.
Las formas de habitar los entornos virtuales y sus efectos, sin olvidar el análisis de las desigualdades en el acceso a Internet, son tema de Mora Matassi, de 26 años, máster en Tecnología, Innovación y Educación por la Universidad de Harvard y también protagonista de una nueva generación de pensadores.
"Soy muy optimista respecto de nuestra generación -señala Marzocca, entusiasmado con la posibilidad de sumar nuevos temas y perspectivas al debate-. Es cierto que todas las generaciones tratan siempre de distanciarse de sus predecesoras, pero creo que en la Argentina pasa algo muy profundo con las personas sub-40 y, en especial, sub-35, que es que vivimos toda nuestra vida en democracia. El modo de pensar es diferente, y esto todavía no se notó tanto en la discusión pública porque aún no tuvimos tanto espacio en ella".
Mayor calidad democrática y seguridad en las redes
Aquellos familiarizados con lo último de la tecnología abren incógnitas alimentadas por una incertidumbre: no poder predecir hasta dónde se avanzará en los próximos años, y con qué consecuencias. Ana Laura Diedrichs, de 32 años, ingeniera en Sistemas de Información de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), se dedica a investigar sobre inteligencia artificial (IA) e Internet de las cosas. Plantea que esas tecnologías pueden cooperar en el mejoramiento de la calidad democrática aunque, previene, el factor humano será siempre fundamental.
A su vez, las redes sociales y las nuevas formas de comunicación sugieren que el derecho a la privacidad debe reconfigurarse, así como el concepto de ciudadanía, plantea Antonio Vázquez Brust, de 37 años, licenciado en Sistemas, planificador urbano y científico de datos.
"Hoy la IA está lejos de alcanzar una inteligencia genérica similar a la humana -evalúa Diedrichs-. Más bien, está orientada a la búsqueda de soluciones para problemas específicos. Como herramientas, la clave es decidir para qué las diseñamos y usamos. Podrían ayudar a agilizar muchos procesos en nuestras instituciones, pero no reemplazarnos".
Estas tecnologías también pueden ayudar a transparentar las gestiones. Sin embargo, advierte Diedrichs, no deben ser aplicadas a todo. "Un ejemplo emblemático de esto es el voto electrónico, o boleta única electrónica. Sus falencias en seguridad han sido demostradas por expertos", señala la ingeniera, que es becaria doctoral en el Conicet.
Diedrichs también advierte sobre el riesgo de "manipulación de la opinión pública", y explica: "La manipulación de imágenes en la IA ha avanzado mucho. Es posible generar video y audio de una persona diciendo frases que jamás ha dicho. Hay bastante trabajo por hacer en la certificación de fuentes digitales de información".
Ante el magma informativo que circula por las redes, surge el imperativo de la protección de derechos, en especial el de la privacidad, alerta Vázquez Brust, magíster en Informática Urbana por la Northeastern University: "A través de los celulares, pero no solo, emitimos información que es capturada en forma constante. Sin que hayamos dado permiso ni pensado en las consecuencias, hay empresas, en muchos casos gigantes de la economía, que acopian y venden nuestros datos", afirma. "La privacidad necesita protecciones a la altura de la capacidad de vigilancia digital, como el derecho a saber en forma actualizada quién tiene acceso a nuestros datos, para qué los usa, con la posibilidad de revocar ese acceso".
Derechos y garantías son objeto de una redefinición. "Las tecnologías digitales nos otorgaron nuevas capacidades, y sobran ejemplos del uso abusivo de tal poder. Necesitamos replantear el concepto de ciudadanía, una manta que hoy quedó corta, para que nos cubra ante vulnerabilidades que antes no existían. Es necesario consagrar nuevos derechos para proteger nuestra identidad y la información que es parte de ella. Otro derecho clave, que nos asegura la condición de miembros activos de nuestra sociedad, es el del acceso a la infraestructura digital; y, en el futuro, a sistemas de almacenamiento y procesamiento de datos", destaca Vázquez Brust.
Hacia una enseñanza más atractiva e igualitaria
"La educación del futuro tendrá que ser más igualitaria", sentencia Belén Sánchez. Entre las propuestas de esta especialista en educación del Centro para la Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), de 28 años, el acceso a una educación de calidad de los sectores más postergados es clave, como también lo es digitalizar la enseñanza y reformular la secundaria.
La desigualdad es el primer elemento que menciona ante el desafío de repensar la educación argentina. "No puede ser que todos los indicadores educativos estén tan atravesados por los patrones clásicos de desigualdad. Cuanto más vulnerable es la población, menos oportunidades tiene, las escuelas están en peores condiciones y los aprendizajes son de menor calidad -sostiene Sánchez, magíster en Educación y Desarrollo Internacional por la Universidad de Londres-. En los barrios más vulnerables tiene que haber escuelas que sean bastiones de justicia. Lugares en los que los alumnos quieran estar, con una buena infraestructura, donde los docentes estén todo el tiempo pensando en equipo".
Para Sánchez también es ineludible la dimensión tecnológica. "La educación del futuro tendría que encontrar la forma de incorporar lo digital. Las plataformas digitales aportan instrumentos de medición de los aprendizajes que permiten identificar los ejercicios que funcionan mejor y las dificultades más presentes entre los estudiantes. Eso supone un poder enorme para fortalecer el aprendizaje que hoy el Estado no está aprovechando. Si la educación se pierde todo eso, será el mercado el que aproveche mejor esas vías de llegada a los aprendizajes. Y, obviamente, el mercado está atravesado por la desigualdad", señala la especialista, docente en las universidades de San Martín y de San Andrés.
El secundario es, para Sánchez, una prioridad. Destaca que cada vez se incorporan más chicos, pero que fue pensado con el objetivo principal de transmitir un conocimiento académico para el ingreso a la universidad, algo que hoy es "completamente incompatible" con la realidad de las juventudes, mucho más diversas. "La educación secundaria tendría que ser más abierta en términos de los recorridos que permite -afirma-. Los chicos deberían tener una capacidad de elección mayor. Pero esos recorridos posibles deberían ser sostenidos con dispositivos de acompañamiento de muy buena calidad".
Por último, destaca que hay que hacer foco en un elemento fundamental: el bienestar de los estudiantes. "Es una dimensión que hace a la permanencia de los chicos en la escuela, a la valoración de sus trayectorias y a poder pensar en su proyecto de vida", añade.
A la hora de evaluar las políticas educativas, y de algún modo para personalizar más la experiencia en las aulas, Sánchez plantea la necesidad de impulsar cambios en la forma de contratación de los maestros de la escuela secundaria. "Algo central es que los docentes sean contratados por cargo; hoy son contratados por horas. De ese modo no hay posibilidad de observar y pensar en los alumnos de manera integral. Muchos docentes no llegan a conocerlos", subraya.
La dimensión virtual ganará espacio en lo cotidiano
Ya nadie lo duda: una porción cada vez más significativa de la vida cotidiana se juega en entornos virtuales. Esta evidencia exige una nueva forma de comprender la índole de nuestra presencia en los distintos espacios en que actuamos. Mora Matassi, de 26 años, licenciada en Comunicación por la Universidad de San Andrés y máster en Tecnología, Innovación y Educación por la Universidad de Harvard, propone reflexionar sobre los cambios que la revolución tecnológica está introduciendo en nuestras vidas.
Matassi plantea que la dimensión virtual ha ido ganando preeminencia en lo cotidiano. "Hay trabajo empírico realizado en la Argentina por el Centro de Estudios sobre Medios y Sociedad [MESO], y por Unicef, que revela la centralidad de los entornos virtuales como redes sociales o grupos de chat en la gestión instrumental y simbólica de la vida cotidiana: leer una noticia, mantener un vínculo romántico, organizar una acción colectiva, registrar un recuerdo o estar al tanto de la vida de un familiar. Parece que habitáramos, en lugar de usar, estos espacios donde ?estamos' con los otros sin tener que compartir con ellos un lugar físico", describe Matassi.
"Un diálogo entablado en Facebook Messenger puede ser igual o más relevante, ?genuino', que uno sucedido en un café", sostiene esta investigadora que se dedica a temas de cultura digital. "Lo novedoso no es la comunicación a distancia, sino la multiplicación de nuestra presencia, de nuestras formas de estar en el mundo, a partir de la proliferación y apropiación de esa virtualidad".
"Frente a este contexto, debemos preguntarnos cómo se produce la interacción entre comunidad y tecnología, y por qué surgen determinadas normas de comportamiento online en dicha interacción", afirma. "Los canales municipales de WhatsApp ya existen; la idea de la confirmación de la ?identidad digital' está en marcha; las cuentas en redes sociales se multiplican. Y, cada vez más, asocian a funcionarios y oficinas de gobierno. Sin embargo, el territorio físico sigue resultando fundamental para expresar y defender intereses colectivos, a la par que tendemos a pensar en oficinas con ubicación física para el planteo de un determinado reclamo, como si la virtualidad fuera hasta ahora solo una dimensión transaccional o informacional, pero no del todo orgánica en nuestra relación con la esfera estatal", reflexiona. Según cree, hay mucho por hacer en este campo.
Atenta al avance de las vías digitales en la interacción del ciudadano y la administración política, Matassi analiza la desigualdad en el acceso a las herramientas digitales. "Si la gestión de la vida cotidiana en red cobra cada vez más relevancia, surge la pregunta por la inclusión en la red. Este análisis debe comprender desde las capacidades que habilitan la apropiación de estos recursos hasta los usos que se desprenden de dichas capacidades. Las desigualdades respecto a las tecnologías de la información y la comunicación deben pensarse tanto desde el acceso como en su calidad. Es necesario profundizar en el estudio de las formas que adopta la sociabilidad en entornos virtuales en distintos grupos sociales, y no únicamente en los grupos que presentan altos niveles de acceso y de alfabetización digital", señala.
La fuerza de la asociación horizontal entre trabajadores
Se trata de un fenómeno novedoso de gran potencial, dicen los expertos. Sin embargo, constituye ya un sólido presente que impone interrogantes y desafíos propios de su naturaleza disruptiva. La economía colaborativa es materia de análisis de Javier Madariaga, de 36 años, licenciado en Economía por la Universidad Católica, magíster en Políticas Públicas por la Universidad Torcuato Di Tella y coordinador de Ciudades del Cippec.
"La economía colaborativa no es un sector en sí mismo, sino una herramienta para abordar las relaciones entre personas -observa Madariaga-. Está compuesta por iniciativas que implican compartir, intercambiar, prestar y donar a través de plataformas digitales que, por lo general, surgieron como una respuesta innovadora de la sociedad para hacer frente a las crisis económicas. Se ha convertido en una fuerza transformadora disruptiva a nivel mundial, que genera cambios en la organización de las cadenas de valor, la gestión de las organizaciones y el trabajo. Además, promueve el surgimiento de nuevas formas de habitar las ciudades. También desafía las instituciones y las regulaciones de la industria tradicional".
Si bien Uber o Airbnb son para el economista fenómenos de economía colaborativa de gran impacto, considera que los aportes más interesantes en la materia son menos conocidos. "En Puerto Madryn, por ejemplo, el municipio, en sociedad con el sector privado, está trabajando en el desarrollo de una plataforma local para generar conciencia de destino turístico. En Rosario, una asociación civil creó Carpoolear, una plataforma sin fines de lucro para compartir viajes de larga distancia en auto. En Mendoza, un grupo de jóvenes emprendedores desarrolló AccessIn, una app colaborativa para mejorar la convivencia en edificios y barrios", destaca.
Madariaga afirma que la economía colaborativa está hoy en franco crecimiento: "Está penetrando en sectores como la movilidad y alojamiento, los bienes y servicios, el trabajo a distancia y las finanzas". En el futuro podrá expandirse hacia sectores como la salud y la energía, agrega. Y advierte que, en esta evolución incesante, este tipo de economía enfrenta un gran desafío. "La gran incógnita es si logrará conservar su esencia original, orientada al beneficio distribuido y al desarrollo del sentimiento comunitario y la conciencia ambiental o, por el contrario, será parte de una ola de desregulación y mercantilización de bienes privados que dará como resultado un capitalismo aún menos inclusivo que el actual", afirma.
En este tipo de relaciones económicas novedosas el estatus del trabajador es uno de los temas más debatidos, un punto en el que es necesario reflexionar. Hasta ahora se ha buscado hacerlos encajar en las categorías tradicionales; es decir, definir si son empleados en relación de dependencia o independientes. Sin embargo, Madariaga es partidario de pensar en categorías nuevas. "Es necesario que surjan innovaciones en las regulaciones particulares de estas formas atípicas de empleo, con el fin de que los trabajadores tengan protección y no deban resignar derechos adquiridos", señala.