Reseña. Los crímenes de Alicia, de Guillermo Martínez
Una novela policial tras el misterio de Lewis Carroll
"El crimen perfecto no es el que queda sin resolver, sino el que se resuelve con un culpable equivocado". La frase aparece al comienzo de Los crímenes de Alicia, la nueva novela de Guillermo Martínez (Buenos Aires, 1962), y es una suerte de enigmática -o quizá no tanto- rememoración del protagonista y narrador respecto de la secuencia de tinte policíaco que lo involucró un año antes en la misma ciudad de Oxford y que "los diarios" bautizaron como Crímenes imperceptibles (título de la primera parte de la saga, publicada en 2003 y que luego llevó al cine Alex de la Iglesia).
En verdad, la frase pertenece o fue dicha por Arthur Seldon, el célebre profesor de lógica y tutor virtual del narrador. Este no solo la recuerda para ubicar rápidamente al lector, sino que también le permite establecer, a manera de silenciosa promesa, la clave en la que se cifrará el libro de Martínez, que elige atarse aún más que su exitosa predecesora a los modos y postulados de la novela policial "blanca", esa en la que predomina la razón, y en la que los sentimientos suelen estar ausentes o asordinados. Al mismo tiempo, encuentra en los espacios menos familiares para el género sus mayores hallazgos.
La historia de la novela gira en torno a un grupo de fanáticos de Lewis Carroll, el autor de Alicia en el país de las maravillas, una hermandad que custodia no solo la obra y legado del escritor sino que también alimenta su mito y protege su memoria. Entre ellos se encuentra Seldon. Es un tema delicado -acaso hoy más que nunca, aunque la novela transcurre un cuarto de siglo atrás- porque como se sabe la obra que volvió inmortal a Carroll, cuyo nombre real era Charles Dodgson (1832-1898), tomó como inspiración a una de las hijas de cierto Henry Liddell, su decano en el Christ Church College de Oxford. Dodgson, que adoraba a las niñas y era un experimentado fotógrafo, unió esas dos pasiones y retrató a las hijas de Liddell -lo mismo que a otras tantas niñas- en numerosas ocasiones. El límite entre esa candorosa fascinación y sus connotaciones más oscuras ha sido siempre un foco de conflicto, alimentado sin duda por los pliegues de una época -la victoriana- cuya rigidez moral estaba plagada de contradicciones.
La acción en Los crímenes de Alicia se dispara a partir de la irrupción casi inverosímil de un pequeño trozo de papel. En él, una de las sobrinas de Carroll, recelosa pero al fin culpable, apunta lo esencial que figuraba en una de las páginas que decidió arrancar de los diarios del famoso escritor. Lo extraño es que ese papel pasó inadvertido para todos los que han investigado su vida hasta el mínimo detalle, entre quienes se cuentan los miembros de la hermandad. Esas pocas líneas, al parecer, podrían cambiar notablemente la perspectiva desde la que se ha observado y juzgado a Carroll. Entre otras cosas, revelarían las razones de su ruptura con la familia Liddell. La inminente publicación de los diarios desempolva toda clase de fantasmas, y es allí donde el argumento policial hace su entrada.
Martínez es un fervoroso cultor del clasicismo, y su forma de entreverarse con el policial blanco implica una declaración de principios. El modo de presentar a los personajes -los femeninos resultan quizá los más logrados-, el desarrollo de la trama y su progresión hacia la sucesión de velos del final responden a determinados tópicos, y es indudable que los revisita con destreza. Lo más valioso de la novela aparece, sin embargo, cuando pierde de vista su modelo; en particular, cuando se sumerge en los intersticios y ambigüedades de la misteriosa vida de Carroll.
Por lo demás, el autor parece cada vez más decidido a transitar una escritura sin marcas, una transparencia alejada de los potenciales vicios del estilo, como si buscara derribar la idea de que lo esencial en literatura se juega en el terreno del lenguaje y de la forma. Con marcas o sin ellas, Los crímenes de Alicia resulta adictiva, aunque se trate de una adicción ligera, que no deja mucha huella.
Los crímenes de Alicia, Guillermo Martínez, Destino, 333 páginas, $ 689