Reseña: Los llanos, de Federico Falco
Federico, el protagonista de la novela Los llanos, escrita por Federico Falco (Córdoba, 1977) y finalista del último Premio Herralde, alquila una casa en "uno de esos pueblitos que nunca llegaron a ser del todo", Zapiola, en un rincón del conurbano tan inhóspito que es difícil distinguir si es "un baldío o un potrero". Su decisión es firme: va a instalarse en el campo y procesar los dolorosos vaivenes del amor, que en su mente suenan casi como una cumbia: "¿Dónde voy a encontrar a otro como él? ¿Si no me quiere él, quién más podría quererme?".
Tal vez no sea para menos: Ciro, su novio, lo abandonó tras siete años, y aunque él estaba seguro de "no prestarle atención a sus indirectas", al parecer fue una dura sorpresa enterarse de que "en algún momento, no sé cómo, el refugio se convirtió en una jaula". Tomados ya los votos rurales de castidad y silencio, Federico se asoma a los votos de pobreza cuando decide alimentarse únicamente de su huerto (lo cual tampoco es fácil, porque el sol fulmina la tierra y sus pollos, gallinas y conejos). Todo lo que pasa durante las tres cuartas partes restantes de Los llanos gira entre dos fuerzas estetizadas hasta el más inconmovible desconcierto. La primera es el paisaje, que le sirve a Falco para deshacer la idea de que "vivir el paisaje es una experiencia primitiva que no tiene nada que ver con el lenguaje". En efecto, "la naturaleza tiene un lenguaje de recurrencias", y ahí están, entonces, las decenas recurrentes de descripciones registradas como a través de un monitor autista e imposible de apagar: "Hojas de eucaliptos y de magnolia secas sobre el pasto muy verde. Las hojas de magnolia, duras y brillantes, amarillas, marrones. Corteza de eucaliptos largas y secas sobre el pasto. La falsa vid ya casi sin hojas. Las pocas que le quedan de un rojo cobrizo encendido. Sus tallos...". Atado al tiempo, cada capítulo representa un mes, que a veces puede sentirse como años.
La segunda fuerza es la nada: una y otra vez, Federico recuerda su infancia y su intuición de que le "gustaban los chicos", y escribe y cuida su huerto mientras se lamenta por Ciro, todo lo cual pretende ordenarse alrededor del centro hipotético de la novela, que el narrador describe así: "No somos más que personajes en busca de una trama que le dé sentido a la historia, tratando de asegurarnos de que el final va a ser feliz, o por lo menos, bueno, o por lo menos, digno". Solo los lectores con la paciencia necesaria podrán decidir cuál es el caso.
LOS LLANOS
Federico Falco
Anagrama
234 págs
.$ 950