Reseña: Maratonista ciego, de Emilio García Wehbi
"Voy a empezar una nueva vida. Tengo más de cincuenta años y voy a empezar todo de nuevo". Eso se dice a sí mismo el protagonista, núcleo absorbente de Maratonista ciego, en el inicio, para desafiarse en la frase siguiente y, cínicamente, responderse que ni él es capaz de creerse semejante proclama. Y una página más tarde: "Toda historia es una historia de fantasmas". Podría decirse, si fuese preciso pensar esta historia en términos narrativos, es decir, de progresión o movimiento, que lo primero solo será posible si entabla una batalla, por cierto desigual, con todos sus fantasmas; con el pasado que, se ha dicho infinidad de veces, en realidad no es más que puro presente.
Maratonista ciego, la primera novela de Emilio García Wehbi –una de las presencias más determinantes de la escena teatral argentina en las últimas tres décadas–, representa entonces una transición, un punto muerto, el diálogo con una vida intensa y sin embargo insuficiente, para bien o mal –para bien y mal–, del que tendrá que traducirse cómo seguir: cuál es el sentido, en definitiva, el nuevo sentido, de una vida.
Ese abanico de fantasmas toma en realidad dos caminos, que se entrecruzan libremente durante todo el texto hasta que uno, más íntimo, reclama para sí hacer las paces o volar todo por los aires. Por un lado, el protagonista –un García Wehbi tibiamente escondido, al que la tercera persona le permite quizás una perspectiva más amplia– recoge episodios de su vida profesional, pequeñas anécdotas que disparan reflexiones, ideas estéticas y, en buena medida, ajustes de cuentas. Por otro, un padre y una madre que actúan como modos complementarios de la ausencia: una más cruel, más demoledora, con la depresión o la locura como coartadas; el otro, un náufrago del mundo que hace lo que puede y a pesar de ello deja algunos cimientos. Este segundo recorrido es sin duda el más rico de la novela, pero también el más doloroso, y acaso necesite del otro para graduar sus efectos y resonancias.
Especie de diario abierto o autobiografía apenas velada, Maratonista ciego es un ejercicio intenso de escritura, que en cierta medida se asemeja –en lo confesional, pero asimismo en esa cualidad estática y acumulativa– a Autorretrato, ese interminable catálogo de amores y odios del francés Edouard Levé. Ambas nos recuerdan que una novela es un mundo, y que las peripecias solo son el territorio visible en el que se manifiestan los fantasmas.
MARATONISTA CIEGO
Emilio García Wehbi
DocumentA/Escénicas
150 págs./ $850