Una Navidad sin desperdicio
Siempre es la misma sensación, que llega con la época del año. Aunque todavía no sea Navidad, a mediados de diciembre nos invade una sensación de hastío, de cansancio y de relajo, como si ya nos encontráramos en el día después de los festejos. En la tarde del 25, cuando te preguntás por qué, si no sentías hambre volviste a comer. Diciembre es nauseoso. Desbordado. Estresante. Todo se acelera, todo se termina. Por todo se brinda. Se festeja. Pero la realidad puertas adentro suele ser otra. Estamos deseando que este año se termine y eso es lo único que nos hace avanzar hasta el último día del mes. Lejos del significado cristiano, la Navidad suele convertirse en una celebración de un par de horas, rodeada por varias jornadas de estrés.
Esa fue, en parte, la génesis de Deseo Consumido, un proyecto de "desconsumo" que nos llevó a estar un año completo sin comprar nada más que lo necesario: comida, productos de higiene y limpieza, y lo básico para nuestros hijos. Poco más. Una experiencia que comenzó el 1° de abril de 2016, se extendió por 365 días y que se convirtió en el libro Deseo Consumido, editado por Sudamericana.
Esta es nuestra primera Navidad después de esa experiencia de "desconsumo". Y como primera conclusión podemos decir que es más sencillo no consumir que consumir. El año pasado hicimos regalos, pero únicamente inmateriales: regalamos tiempo, momentos, cartas, objetos y libros que nos pertenecían, y que tenían un valor emocional para las personas que los recibieron. Y fue así que en la austeridad y en la sencillez de compartir el momento presente nos sentimos mucho más a gusto con la celebración que años anteriores.
Ahora, la presión social de gastar para Navidad vuelve a tener poder sobre nosotras. Pero ya no somos las mismas. Y eso puede ser un problema. Pasar la compra de un regalo por el criterio de la necesidad, o del tamiz de no tener algo igual o parecido, no es sencillo. Cuando les preguntamos a nuestros hijos qué les gustaría recibir, enumeran juguetes u objetos similares a los que ya tienen. "Vení, vamos a ver a tu cuarto, vas a ver que ya lo tenés", les decimos. Efectivamente, había algo similar.
Hace unos días nos pusimos a pensar sobre cómo sería nuestra primera Navidad después de Deseo Consumido. La coincidencia era que no estábamos pensando en regalos. Más bien teníamos la sensación de que la Navidad nos iba a encontrar con las manos vacías y sin haber comprado nada.
Sólo el hecho de pasar cerca de un centro comercial, donde miles de personas hacían compras navideñas, nos resultaba impensado. Casi como una fobia. No queremos volver a la vorágine. Simplemente, ya no somos esas personas.
Manos vacías
Ahora, el debate gira entorno de si no llevar regalos es romper un código. ¿Es realmente ir con las manos vacías? Podría ser ese el verdadero desafío navideño post Deseo Consumido: afrontar qué dirán de nosotras los demás si nos presentamos el 24 sin ningún regalo. Nuestra charla termina recordando la frase del rapero y actor estadounidense Will Smith: "Gastamos un dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos, muchas veces para impresionar a personas que no nos importan". Todo en doce cuotas, pagando regalos hasta la próxima Navidad. Y todo, para celebrar una fecha en la que muchos creen y otros no.
Justo para esta época, pero hace un año atrás, una fiel seguidora de nuestro blog, María Esther, nos mandó un mensaje que siempre recordamos. Volvimos a leer ese mail en el que ella enumeraba una serie de aprendizajes que sentía haber incorporado junto a nuestra experiencia: "Va llegando el final de este año y es momento de balances: se compra lo que tiene precio; lo que tiene valor, se conquista. Es importante clasificar, ordenar, limpiar, sistematizar. Pero, sobre todo, tomar conciencia y comprometerse a mantener el equilibrio entre lo que se desea, se necesita y se adquiere".
Equilibrio. Esa era la palabra clave. Eso es lo que muchas veces se pierde en el desborde de diciembre.
El deseo
Este es nuestro deseo para esta fecha: que el espíritu navideño no nos atropelle. No hablamos de la austeridad de un pesebre o, para los que creen, de la entrega y del amor de Jesús de venir a hacerse hombre y crecer en este mundo al que tantas veces no le encontramos sentido.
Más bien estamos pensando en la vorágine de compras de comida y de regalos. No dejemos que el inconducente debate de si ensalada de fruta o helado nos borre la sonrisa. O que la comparación de paquetes abajo del arbolito nos haga pensarnos miserables.
El economista francés Serge Latouche suele decir que vivimos en una sociedad de abundancia frugal, una falsa abundancia que es, en realidad, la sociedad del desperdicio. "Un desperdicio impresionante", dice.
Y si tenemos dudas de que sea realmente así, pensemos en cómo se verá la ciudad y hasta nuestras casas apenas unas horas después de Nochebuena, cuando las brillantes pompas rojas y doradas finalmente estallen. Por la mañana, la ciudad no sólo estará vacía. Habrá montañas de botellas, bolsas con envoltorios infinitos, cajas de juguetes, restos de comida, esqueletos de cohetes explotados, cañitas voladoras que ya no pueden volar. Y nos daremos a la tarea de embolsar todo ese desperdicio, como un Papá Noel asqueado y en reversa que trata de sobrellevar lo mejor posible el día después de los excesos, mientras camina entre los envases de todo lo que se ha comido y se ha bebido.
Que esta no sea la Navidad del desperdicio. Ese es nuestro deseo.