Una mente rápida como el rayo
“Hay una mente en la carne, una mente rápida como el rayo.” Lo dijo Antonin Artaud en El arte y la muerte. Ahí sostuvo la idea de que la mente mantenía un desprecio hacia el cuerpo, al que consideraba ignorante, y lo mismo pasaba al revés: el cuerpo despreciaba a la mente.
Es interesante en la frase de Artaud la idea de que el cuerpo puede tener un pensamiento fulminante, “una mente rápida como el rayo”. El psicólogo canadiense Malcolm Gladwell dedicó en 2005 un libro entero a esa capacidad identificada tempranamente por Artaud. Lo llamó Blink (“Parpadeo”) ¿Por qué sabemos la verdad en dos segundos? Gladwell analiza con ejemplos el pensamiento intuitivo, esa condición que permite a las personas tomar decisiones acertadas con poca información y en una mínima cantidad de tiempo.
Pero las ideas de Gladwell y de Artaud hoy son ridiculizadas. El mundo de las decisiones está sumergido en métricas, gráficos y análisis y en él casi no se toma ninguna decisión que no haya sido confrontada antes contra infinidad de datos. Google y Facebook, por ejemplo, se jactan de pertenecer a una cultura donde nada se decide sin la asistencia exhaustiva de números. Al parecer, para la mente analítica corporativa del siglo XXI, el cuerpo no tiene ninguna mente, todo lo intuitivo es errado, sesgado, equivocado, menor, vulgar, anticientífico, rudimentario y egoísta.
Los adictos a la cultura de los datos no se cansan de describir sus hazañas. Es curioso que esas hazañas apenas logran interpretar los éxitos (siempre de atrás para adelante), pero no pueden nunca explicar los fracasos.
Google, por ejemplo, con su montaña infinita de datos, fracasa una y otra vez en sus experimentos sociales, el más espectacular, Google Plus, ahora un desierto digital. Últimamente Facebook parece haber fallado. En febrero, después de exhaustivos estudios en los que intervinieron ingenieros, psicólogos y diseñadores, Facebook lanzó una modificación muy profunda en la forma de interactuar en sus posts expandiendo la opción de “Me gusta” a la posibilidad de reaccionar con cinco emociones básicas. Cuatro meses después, según el análisis sobre 130.000 posts publicado por Quintly, esas emociones sólo representan un 3% de las interacciones. Pocos las usan. Probablemente con algo de pensamiento intuitivo Facebook podría haber notado que la gente tiene dificultades para identificar sus emociones y mayormente prefieren ocultarlas o disimularlas con otras.
Para el final queda el mito de los algoritmos de Netflix, que sostiene que la compañía diseña sus series con datos. Los éxitos de su pantalla serían el resultado de la interpretación matemática de complejas variables que logran dilucidar las preferencias humanas. Pero esta vez no hay que dejarles pasar esta mentira. Digamos que House of Cards no les debe ni una mínima parte de su éxito a los algoritmos. Se lo debe entero al genio de William Shakespeare, que hace 400 años escribió palabra por palabra todos los conflictos del mundo usando sólo la mente de la carne, que es la única que ilumina a los artistas.