Una literatura de la vida privada
Estoy convencida de que los libros de alguna manera nos hablan de nosotros. Que es esa apelación más o menos explícita a nuestra experiencia, a nuestros sentimientos o a nuestras ideas más arraigadas lo que nos une con las historias que vamos leyendo a lo largo de nuestra vida. La identificación con lo que cuenta el otro, esa búsqueda de semejanzas, hoy se multiplica al infinito y se extiende más allá de los libros y del arte en general; desde hace un tiempo también anida en el ida y vuelta incesante de las redes sociales, que nos hace percibir como amigos y almas gemelas a personas a quienes nunca conocimos en la vida real -y que tal vez no conoceremos-, pero que sin embargo expresan gustos similares a los nuestros y en ocasiones son más afines que muchas de las personas que tenemos cerca hace años. En este marco de explosión pública de la vida privada, hay una literatura de la vida real que excede el universo de lo biográfico, un fenómeno que avanza hacia nuevas formas y procedimientos: una "literatura del yo" que es cada vez más, desde la construcción y desde la recepción, una literatura del vos, del ellos, del nosotros.
"Por supuesto, no hay nada más ridículo que la pretensión de contar la propia vida", se le escucha decir a Ricardo Piglia en 327 cuadernos, el documental con el que Andrés Di Tella lo homenajeó aún en vida, a partir del trabajo descomunal de los últimos años de Piglia con sus diarios personales. No hay nada más ridículo ni más desafiante, tal vez. Con diferentes estilos y tomando como materia narrativa sucesos más triviales o más dramáticos, autores como el francés Emmanuel Carrère, el noruego Karl Ove Knausgard o la estadounidense Joan Didion hicieron literatura de calidad con sus vidas.
En esta misma serie se inscribe la francesa Delphine De Vigan, autora de Nada se opone a la noche, un libro que hace unos años fue un éxito fabuloso de ventas y crítica y en el que la autora narra la vida y la traumática muerte de su madre, una mujer tan atractiva como emocionalmente inestable, nacida en el seno de una familia de "heridos, dañados y desequilibrados".
Luego de la publicación de ese libro, De Vigan pasó tres años sin poder sentarse a escribir, una parálisis que concluyó con la redacción de Basada en hechos reales, novela híbrida en la que vuelve a jugar con su realidad biográfica (la protagonista tiene su nombre, su edad, es escritora, escribió un libro sobre su madre y es madre de dos hijos que están dejando la adolescencia), pero además trabaja con la clásica e inquietante figura del doble, en este caso una mujer que ha vivido en paralelo a Delphine y que solo aparece ante los ojos de la protagonista; una siniestra amiga invisible que va tomando control de su vida. La novela de De Vigan se lee como un thriller pero es fundamentalmente una extraordinaria reflexión sobre la vida como personal instrumento literario y sobre la legitimidad de escribir sobre la vida de los otros, a quienes es posible herir y humillar públicamente a través de la literatura.
Un dato personal. En la noche de Año Nuevo, los amigos de mi hijo menor vinieron a buscarlo en auto. Me emocionó verlos ahí, tan grandes, tan autónomos, tan alejados de aquellos cachorros que eran hasta no hace tanto. Esa misma noche tuiteé: "Pocas cosas me gustan más q ver crecer a mis hijos y a los hermosos amigos de mis hijos". Leo en la página 219 de Basada en hechos reales: "Pensé en lo grato que era ver crecer a los hijos de los demás, los que hemos conocido de pequeñitos. Los que aparecen en las fotos de clase o de vacaciones, a quienes hemos consolado, dado de comer, arropado, reñido, a veces llevado en brazos. (...) Pensé que me gustaría escribir sobre ese vínculo de infinita ternura que me une a los amigos de mis hijos y a los hijos de mis amigos".
Almas gemelas, vieron. Los libros siempre nos hablan de nosotros.
Twitter: @hindelita