Una imagen deseable del futuro
Una de las muletillas utilizadas por quienes se oponen a muchos de los proyectos que el Gobierno envía al Congreso es "la república está en peligro". Recientemente se ha sugerido, y en el mismo sentido, que las elecciones próximas se dirimirían entre la república y el populismo. Sin embargo, es difícil estar de acuerdo. La república no está en peligro.
La república puede albergar diferentes formas. Existen o han existido la República Democrática Alemana, la República Federativa del Brasil, la República Bolivariana, entre tantos otros ejemplos. La conclusión es obvia: la república requiere un adjetivo. Es fácil comprenderlo: la república es el modo de ser común de una sociedad. Por eso, es compatible con distintas instituciones. La promulgación de muchas de las leyes enviadas el Parlamento no constituye el fin de la república. No obstante, sí implica alterar una cierta concepción de república: la que se funda en torno de instituciones de inspiración liberal. Lo que puede estar siendo reformado, entonces, es el entramado liberal del país.
En efecto, el equilibrio de poderes, la protección de los derechos individuales, la libertad de expresión, etc., que esas leyes amenazan, forman parte de ese entramado liberal. Se entiende, entonces, la razón por la que quienes se oponen a esas leyes balbucean un desacuerdo. Afirmando que la república está en peligro se privan de señalar la verdadera amenaza que los proyectos representan. Esta dificultad a la que se autoexponen no es el producto de la ignorancia, sino, probablemente, de un cálculo político. Los opositores a esas leyes quizá juzguen que reivindicar el entramado liberal de la república los instala en una posición de debilidad frente a la opinión pública. Es posible que eso sea cierto. Se comprende fácilmente por qué es así.
En primer lugar, con razón o sin ella, la tradición liberal está asociada con la experiencia menemista; también, con muchas de las dictaduras militares, cuyo personal civil decía suscribir convicciones liberales.
En segundo lugar, la convicción de que reivindicar el entramado liberal de la república puede enajenar votos o simpatías. Ello revela hasta qué punto la tradición liberal en la Argentina está presa en una paradoja. La tradición liberal no parece gozar de un gran consenso cuando se la invoca con ese nombre, aun cuando las libertades individuales, el equilibrio de poderes, la libertad de expresión, etc., formen parte de ella. Por eso, señalar que las "instituciones republicanas están en peligro", como si fuese evidente que sólo hay una manera de entender la república, encubre qué se quiere decir. En el fondo, sin embargo, o es una tautología o se funda en un argumento de autoridad: esas instituciones son buenas porque son republicanas. Con la autoridad no basta. Es preciso explicar por qué una serie de instituciones son preferibles a otras, igualmente republicanas.
De este modo, quienes se oponen a esas leyes se ven confinados a una débil e incómoda posición conservadora, que sólo parece tener el pasado para ofrecer ante una utopía presentada como transformadora por el Gobierno. Por eso, se ven imposibilitados de elaborar una imagen deseable y contundente del futuro y responder, así, a esa utopía de la transformación. No obstante, deben hacerlo antes de que el fracaso de la utopía transformadora se desplome en un desengañado legado. Cuando lo que ella propone se haya revelado fútil, los argumentos formarán parte de un futuro que pudo haber ocurrido. Éste es el momento de la imaginación.
La denuncia de la corrupción no compensa esa debilidad. El kirchnerismo atentaría igual contra el entramado liberal de la república aun conducido por una pléyade de inmaculados incorruptibles. Robespierre es el mejor ejemplo. La guillotina fue el instrumento de la Virtud. La denuncia de la corrupción no constituye una política. Mientras quienes se oponen a las leyes propuestas por el Gobierno no sean capaces de ofrecer una imagen deseable del futuro, el Gobierno dependerá de sí mismo: su éxito estará signado por sus aciertos y su eventual fracaso, por sus propios errores.
En una cultura política de tradición "soberanista", habituada a anteponer una democracia "sustantiva" a una democracia "formal" (herencia de la tradición soberanista y del histórico rol atribuido al Poder Ejecutivo), es difícil argumentar exitosamente las razones de la preferencia por una concepción de las libertades individuales, por una cierta manera de entender el equilibrio de poderes, por una forma de concebir la libertad de prensa, etc.
Sin embargo, es imprescindible que quienes defienden esas convicciones expliquen políticamente por qué ellas son más deseables que otras. Es preciso argüir con contundencia la preferencia por un gobierno limitado frente a la idea de que un gobierno puede implementar su voluntad sin ningún obstáculo mientras persista su legitimidad electoral y a la espera de que el próximo gobierno rehaga la república. Se trata de una discusión política tan argumentativamente compleja como relevante. Se trata de una discusión republicana.
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