Una hazaña en el cielo del olvido
Hay apenas una mínima referencia en costanera norte al Hidroavión Buenos Aires, sin embargo, hace algunos años, esa pequeña aeronave tuvo por muchos días a millones de argentinos con el corazón en la boca
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Apenas figura en los registros, pero en la Costanera Norte de la ciudad de Buenos Aires, en el espigón que se interna en el río de la Plata a la altura del Aeroparque Metropolitano, ahí donde fue conminado a establecerse el monumento a Cristóbal Colón, existe un cantero central que lleva un llamativo nombre: Hidroavión Buenos Aires.
La mención de esa aeronave con el nombre de la Reina del Plata hoy no nos dice nada, pero remite a una hazaña de la aviación civil criolla que, allá por el año 1926, tuvo en vilo a millones de argentinos. Es que el aquel modesto Hidroavión Savoia-Marchetti S-59 HR-5 Buenos Aires se lanzó a la riesgosa e inédita aventura de unir las ciudades de Nueva York con la capital argentina. Un vuelo que estuvo muy cerca de terminar en tragedia.
Del campo de aviación de Miller Field, al sur de Manhatan, partió la pequeña máquina biplana de un solo motor un 24 de mayo de 1926. A bordo venían dos valientes pilotos argentinos, Eduardo Olivero, oriundo de Tandil y Bernardo Duggan, ciudadano de Lincoln y un no menos valiente mecánico italiano, Ernesto Campanelli, nacido Cerdeña.
Los separaban de Buenos Aires unos 14.859 kilómetros que debían sortear con tanta destreza como paciencia, ya que la nave, con una autonomía de unas 9 horas y una velocidad risible para estos tiempos, debía hacer una importante cantidad de escalas.
Cuatro días después del despegue neoyorquino, el Hidroavión Buenos Aires hacía una de sus paradas en La Habana. Sin embargo, el conflicto dramático de este vuelo llegaría a mediados de junio, cuando la máquina aérea y sus tripulantes desaparecieron en territorio brasileño, en plena selva amazónica.
No es un sobreactuado enunciado periodístico si se dice que en esos días muchos argentinos vivieron momentos de angustia por el destino de Olivero, Duggan y Campanelli, que estuvieron prontos a alcanzar la estatura de mártires. Las vidrieras con las pizarras de los diarios, los portales de noticias de entonces, se abarrotaban de ciudadanos que querían saber si había novedades, faustas o infaustas, del hidroavión. La gente solo hablaba del Buenos Aires. Y se temía lo peor.
Unos días más tarde, por fortuna, llegó la buena nueva que solo esperaban los más optimistas. Los hombres del hidroavión estaban sanos y salvos y la máquina, intacta. Lo que les ocurrió fue que se habían quedado sin gasolina y terminaron varados y perdidos en un entorno salvaje hasta que fueron hallados por autoridades de Brasil.
La noticia del rescate se vivió con enorme alborozo en las calles de Buenos Aires y la emoción de los porteños quedó plasmada en los medios de entonces. Allí también los hombres del hidroavión recibieron un cálido homenaje de Baldomero Fernández Moreno, que en Caras y Caretas alabó a los pilotos y destacó su “doble y noble condición de argentinos y pájaros”.
Finalmente, el Hidroavión HR-5 Buenos Aires y su tripulación pudieron continuar con su itinerario y un 13 de agosto de 1926 la trajinada máquina acuatizó en la dársena norte porteña, en las proximidades del Yacht Club Argentino, donde fueron recibidos los protagonistas de la travesía.
Miles de personas esperaron en la costanera la llegada de la aeronave para dar la bienvenida a los aviadores. Especialmente conmovedor es encontrar, en los registros fotográficos de entonces, cómo esos hombres que conquistaron los cielos de América para unir el norte y el sur del continente se fundían en un abrazo con sus mamás, que los aguardaron en el hidropuerto con el corazón en la boca.
Esta hazaña aeronáutica que logró paralizar a la Argentina parece haber sido olvidada en la cartografía porteña. Olivero y Duggan tuvieron sus respectivas calles en Villa Santa Rita, pero pocos años más tarde sus nombres fueron suplantados por los actuales Manuel de San Ginés y Cafulcurá. Queda apenas el recuerdo del Hidroavión Buenos Aires en el espigón tras el aeroparque. Y los archivos y estudiosos de esos tiempos, que evitan que su vuelo se pierda en el cielo de la desmemoria.