Una gran oportunidad para Alberto Fernández
Alberto Fernández dijo que iba a terminar con la grieta y ayer dio el primer paso para lograrlo: se reunió 50 minutos a solas con el presidente Mauricio Macri en la Casa Rosada. Aplacados los fuegos de los debates en los que se dijeron de todo, ayer actuaron como dos personas civilizadas. Es solo un gesto, que puede parecer poco, pero de enorme valor simbólico. Las ideas diferentes no deben ser motivo de ofensa entre las personas, mucho menos entre estadistas, cuyos ejemplos inspiran a las sociedades que representan. Dirigentes belicosos, sociedades agresivas, problemas que se agravan. Bajemos un par de cambios. Solo una cosa se puede hacer sin concordia y entendimiento: hundirse.
Al presidente electo lo espera una pesada herencia (la de este gobierno y el anterior), pero también un papel histórico que cumplir: republicanizar al peronismo. ¿Podrá, querrá hacerlo?
La quinta era peronista, que acaba de comenzar, brindó anteanoche una primera señal de cómo será, durante los discursos de la victoria de los tres principales referentes del Frente de Todos (Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Axel Kicillof).
La primera era peronista (1946-1955) contó con el liderazgo hegemónico, implacable y excluyente de Juan Domingo Perón; la segunda (1973-1976) fue tumultuosa, con sucesión de presidencias breves y contradictorias (Cámpora, Lastiri, Perón, Isabel Perón), violencia armada y crisis económica; la tercera (1989-1999) marcó un cambio de paradigma: convertibilidad y neoliberalismo con Carlos Menem; la cuarta (2001-2015) comenzó dispersa como la segunda y otra vez con mandatarios inestables (Rodríguez Saá, Duhalde) para ya, a partir de 2003, consolidar una nueva hegemonía de corte estatizante y áspera, con las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner. Más de 36 años en el poder en los últimos 73 años. Desde la restauración de la democracia, en 1983, hace ya 33 años, el peronismo ha gobernado más de 24 años y ahora va por cuatro más.
Cada etapa fue distinta y la que comienza también lo será por sus evidentes peculiaridades. Hasta que Cristina Kirchner sorprendió, en mayo pasado, con el anuncio de la curiosa fórmula que acaba de ganar las elecciones, el peronismo era una dispersión absoluta.
La entonces senadora multiprocesada encontró la solución para destrabar esa situación y así logró volver a reunir a dirigentes que habían tomado caminos muy distintos. Esas diferencias persisten y habrá que ver cómo se tramitan más allá de la gran alegría que los une: el triunfo. Los matices que cada uno aporta podrán ser una buena oportunidad para que el peronismo intente un camino novedoso por el que nunca transitó: una democracia interna entre pares sin la dependencia de un líder hegemónico que imponga unilateralmente sus condiciones.
Pero ¿esto es posible?
Cuando aún no habían trascendido los datos oficiales de la votación, a las 19.35 de anteayer, el politólogo Andrés Malamud tuvo una premonición de lo que pronto iba a suceder y lo sintetizó en un tuit: "Macri gana en CABA y provincias centrales, Cristina en el conurbano. Alberto será un presidente sitiado".
Un par de horas más tarde esa presunción quedó confirmada en la práctica cuando Kicillof arrancó con un largo discurso de barricada y Cristina Kirchner prefirió apelar a su condición de dos veces expresidenta de la República, y no a su flamante nuevo estado de vicepresidenta electa, para dejar sentado que prefería que Mauricio Macri siguiera gobernando en soledad hasta el último día. Ninguno de los dos parecía haber consensuado con Fernández ni el tono ni el temario de lo que iban a decir.
Tal vez, con la victoria en la mano y con el reconocimiento sin demora (primero en privado, vía telefónica) y luego públicamente con unas palabras amistosas y de apertura hacia los ganadores por parte del presidente Mauricio Macri, Fernández seguramente planificó palabras en una sintonía similar. Era lo más adecuado para una jornada de gran felicidad democrática, con una elección impecable en todo el país (más allá de las puntuales irregularidades que nunca faltan), sin disturbios y con una convivencia social muy estimable que se evidenció en la ausencia de incidentes de gravedad.
Esa que ya es una bendición en cualquier circunstancia tuvo un doble valor en el escenario de una América Latina con varios países convulsionados (entre otros, dos limítrofes como Chile y Bolivia). Era la ocasión ideal para reafirmar ese clima de concordia que los argentinos necesitaremos de aquí en más para resolver los graves problemas económicos pendientes. No pudo ser: los tonos levantiscos de Kicillof y de la viuda de Kirchner terminaron opacando y hasta condicionando el ánimo oratorio de Fernández, que fue el más corto en su alocución y el más encorsetado de los tres a la hora de expresar
En vista de la diferencia de 16 puntos que le sacó a Macri en las PASO, Fernández pudo soñar con ampliar esa distancia en las elecciones generales y así contar con un Congreso disciplinado y con una jefa, como Cristina, más sosegada si lograba empatar o superar el 54% que ella había obtenido en 2011, para que la relación interna de fuerzas no fuera tan desigual.
Pero eso no sucedió: Fernández apenas superó el 48%. Y ese 8% que le sacó de ventaja a Macri se lo debe especialmente a la impresionante cosecha de votos en el conurbano inspirados por su ahora consagrada vicepresidenta. Esto no será gratis y tendrá un peso interno que iremos viendo de qué manera se expresa en el tiempo.
En la mayoría de los países democráticos del mundo con sistema de doble vuelta, quien no alcanza el 50% de los votos tiene que someterse a una nueva elección. Aquí, como los peronistas y sus amigos diseñaron el sistema electoral de las últimas décadas, a nivel nacional si se obtiene más del 40% de los votos y el segundo está más de diez puntos abajo, ya se es presidente electo (lo mismo que si supera la barrera del 45%). Sin embargo, este absurdo no corre para la ciudad de Buenos Aires, cuya Constitución, elaborada con influencias zaffaronianas, teniendo en cuenta lo refractario que es el pueblo porteño al peronismo, sí le fijó la vara del 50%, que Horacio Rodríguez Larreta acaba de superar por cinco puntos, por lo que seguirá a cargo de la ciudad hasta 2023.
Lo que en el esquema clásico de hegemonía peronista podría ser tomado como fastidiosas limitaciones, si Alberto Fernández pretende convertirse permanentemente en un hombre de consensos como demostró ayer al charlar con el presidente Macri, la sofisticada alquimia electoral lograda por los votantes le brindará una excelente oportunidad para llevar al peronismo por una inédita senda republicana.