Una Francia que se inclina hacia los extremos
PARÍS.-Ya hay metástasis. Por el mapa de Francia, la mancha azul oscuro del Front National (FN) avanza desde el Norte y desde el Sur, pisándole los talones a la mancha celestita del partido Los Republicanos, el de Sarkozy, y a la tiernamente rosada de Partido Socialista. De nada ha valido que este último se haya pasado años repitiendo "F como fascista, N como nazi": el FN acaba de lanzar uno de sus tentáculos sobre el país entero, incluyendo a la diminuta ciudad de Jars, ahí nomás, cerquita del mínimo caserío adonde vivo, en el viejo Berry.
Y no es que me sorprenda. Desde siempre, mis conversaciones con los campesinos del lugar han arrojado los mismos resultados: su hartazgo, su cansancio de esa Comunidad Europea que los trata como si las tierras no fueran suyas, como si ellos no fueran dueños de plantar ni de criar lo que se les antoja. Nunca me lo han confesado con todas las letras, es claro: no por nada forman parte de esa "mayoría silenciosa" que masculla entre dientes lo que la familia Le Pen proclama con voz estentórea. Pero si no han votado al FN en la primera vuelta de las elecciones regionales celebradas el domingo pasado, es que se han decidido por el verdadero ganador de estos comicios, vale decir, el partido del "yo no voto", versión francesa del "que se vayan todos".
De nada ha valido tampoco que la clase política, tanto de izquierda como de derecha, haya alertado acerca de las nefastas consecuencias de la abstención (hacerle el caldo gordo a los lepenistas, tal como en efecto ha sucedido), ni que en sus últimos discursos, un Sarkozy lleno de tics nerviosos haya sostenido que votar a Marine Le Pen no era ninguna indignidad, todo en el vano intento de congraciarse con ella in extremis, antes del fin. Impertérrito, el FN ha proseguido su camino, muy seguro de sí, consciente de que su fuerza, por ahora imparable, consiste en hablar como lo hace "la gente" (hace mucho que nadie ha vuelto a decir "el pueblo"), y en asestar como mazazos sus fórmulas sencillas.
Cuando llegué a Francia, hace más de treinta años, asistí a un debate por televisión entre los dos candidatos presidenciales del momento, François Mitterrand y Valéry Giscard d'Estaing. Mientras los escuchaba, fascinada ante tamaña inteligencia, esos guiños sutiles que se dirigían el uno al otro con absoluta y olímpica prescindencia de los demás, adversarios políticos pero miembros de una misma casta social y cultural, me pregunté si el camionero que también los escuchaba frente a su vaso de cerveza, acodado en el zinc, pescaba una palabra de aquella jerga fina.
Hoy lamento admitir que Marine me ha dado la razón. Buenamoza dentro del estilo valkiria fortachona, aguda, ingeniosa, carismática, prepotente y avasalladora pero astuta, Marine ha conseguido plenamente su propósito: encontrar el lenguaje exacto para que la "Francia de abajo", como ella dice, pueda entenderla, quitándole de paso al FN su aspecto demoníaco y vendiéndonos el buzón de que ella no es como el papá. Dotes diplomáticas que la vuelven aún más peligrosa, si cabe, porque el viejo león rugía demasiado para el gusto francés, mientras que, sin dejar de atronar, los bramidos de su rubia hija adquieren sonoridades insidiosas mucho más eficaces.
Para marcar las diferencias con su progenitor, Marine no ha vacilado en sacrificarlo, quitándole todo puesto de poder dentro de su propio partido. Una tragedia griega con parricidio y filicidio incluidos, en la que Jean-Marie extremó las provocaciones volviendo a sus chistes preferidos de carácter racista para ponerle piedras en el camino a su discípula, justo cuando ésta luchaba por quedar como la dirigente de un partido, al decir de Sarkozy, "digno". El drama familiar incluye a un tercer personaje, el de la sobrina nieta Marion Marechal- Le Pen, lánguida y angelical rubiecita más cerca del fundador del FN que su propia hija, a la que acaso intente desplazar. Por el momento, Marion ha arramblado con la región del Sudeste, cuya población se compone de jubilados ricos que acuden allí para broncearse al sol, mientras que Marine se ha quedado con aquello que a la izquierda le escuece más, esas regiones obreras del Norte que un día no lejano fueron comunistas.
Frente a la derrota que implica haberse convertido en el tercer partido de Francia, el Partido Socialista ha tomado una decisión heroica: retirar a sus candidatos, sugiriendo sotto voce a sus tropas que voten por Los Republicanos, partido de derecha, sí, pero más "frecuentable" que el del terceto Le Pen. No es la primera vez que lo hace: años atrás, Chirac llegó a la presidencia porque la izquierda dio la orden de votarlo para frenar a Le Pen padre. Un cálculo razonable cuando se piensa que si un tercio de Francia se ha vuelto lepenista, los dos tercios restantes quizá podrían sacar algunas castañas del fuego.
Pero dejemos los parches para volver a la simplificación y a lo que ésta conlleva, la radicalización. En la Francia de hoy, dos grupos enfrentados comparten la misma ausencia de matices, de dudas, las mismas verdades de a puño, en blanco y negro. La extrema derecha que junta votos apoyándose en el miedo al inmigrante. Ese viejo recurso de señalar con el índice al chivo emisario surge como la imagen invertida del fundamentalismo: idéntico acantonamiento dentro de una ideología excluyente que calma la angustia ante lo desconocido al explicarlo, en apariencia, todo. Rechazo religioso, rechazo racial. Si hay algo que deberíamos tratar de percibir en medio de la tormenta es que tanto unos como otros, los pibes suburbanos de piel mate y los rubicundos cincuentones que ya no cobran el subsidio por desocupación, se sienten víctimas. Y recordemos que así se sentían los alemanes cuando un hombrecito de bigotes comenzó a revelarles, gesticulante, quiénes tenían la culpa de todos sus males.
¿Cómo se extirpan los distintos fascismos, cómo se cura el cáncer? Yo sigo pensando que con palabras, palabras finas y sutiles sin ser inaccesibles, palabras simples sin ser simplistas, palabras que no exploten como bombas. Eso demora, es claro, y a veces ni se ve, o ni se oye, pero los caminos rápidos suelen ser explosivos, así que sigamos hablando mientras aún podamos.
Escritora, su última novela es La más agraciada
lanacionar