Una ficción de aprendizaje
Sobre EL ESPÍRITU DE LA CIENCIA FICCIÓN, de Roberto Bolaño
En el prefacio que abre sus cuentos reunidos, John Cheever escribió que al leer aquellos relatos que un escritor publicó de joven los lectores pueden verlo “aprendiendo torpemente a caminar, a anudarse la corbata, a hacer el amor y a comer arvejas con el tenedor”. Sigue Cheever: “A veces obtuso y casi siempre torpe, incluso una cuidada selección de sus primeros trabajos será siempre la historia desnuda de su lucha por recibir una educación en economía y en amor”.
Un lento aprendizaje, por otra parte, es el nombre de la antología de cuentos de Thomas Pynchon editada en 1984; reunía relatos publicados cuando era un escritor en ciernes, y está enmarcado por un prefacio que funciona como una ars literaria brillante que resignifica el valor de los textos incluidos.
¿A qué vienen estos ejemplos? A que, por el contrario, Roberto Bolaño (Santiago de Chile, 1953-Barcelona, 2003) irrumpió en el panorama literario de habla hispana a mediados de los años noventa, cuando ya tenía cuarenta y tantos años; primero como un secreto a voces, luego como un escritor de culto, para finalmente terminar encarnando un boom comercial que excedió las barreras de la lengua.
El Bolaño escritor no creció, no aprendió en público; maduró en privado, primero en Ciudad de México, luego en España. Y cuando empezó a publicar, lo hizo con la potencia de un huracán, con una seguidilla de libros deslumbrantes: La literatura nazi en América, Estrella distante, Los detectives salvajes, Nocturno de Chile y Amberes, entre otros. Murió en 2003, a los cincuenta años. Estaba trabajando febrilmente, a contrarreloj debido a graves problemas de salud, en su obra más ambiciosa, la monumental 2666.
Desde entonces, e incentivado por el mencionado fenómeno editorial, se han venido publicando póstumamente otras novelas del escritor chileno, aunque en realidad, a contramano de la lógica temporal, esos títulos “nuevos” (El tercer Reich, Los sinsabores del verdadero policía y, ahora, El espíritu de la ciencia ficción) son “viejos”: fueron escritos en la década de 1980 y principios de los años noventa, y el autor había decidido cajonearlos. Sabiamente, podría decirse, a la luz de sus libros posteriores.
El espíritu de la ciencia ficción está protagonizada por Remo Morán y Jan Schrella, una dupla de escritores cachorros: uno, un poeta a la Jim Morrison, de corte beatnik; el otro, un fanático freak de la ciencia ficción. Ambos deambulan por Ciudad de México de los años setenta.
En este relato de iniciación pueden encontrarse en estado embrionario muchos de los elementos, motivos, recursos, espacios y personajes que alcanzarían esplendor en la obra posterior, especialmente en Los detectives salvajes. En ese sentido, no deja de ser curiosa la sensación de estar leyendo a un epígono de Bolaño, a uno de los tantos escritores latinoamericanos que se multiplicaron en la última década. Pero a un epígono único: al propio autor, quince, veinte años antes.
El espíritu de la ciencia ficción tiene inventiva formal, buenas escenas y personajes; tiene unos cuantos yeites bolañescos y también su lirismo, su risa desesperada. Va creciendo en intensidad hasta alcanzar un final en los baños públicos de la capital mexicana que nada tiene que envidiarle a sus mejores libros. Es, tal vez, la más interesante de la serie de novelas póstumas publicadas hasta la fecha y está, sin duda, más viva que la mayoría de las novelas publicadas por los grandes sellos en la actualidad.
A pesar de esto, tras la lectura persiste un sinsabor ligado a cierta desilusión, a cierta sospecha de haber sido testigos de una traición. Porque sin tener en cuenta lo que el propio Bolaño o el azar decidieron sobre la obra, lo estamos viendo por primera vez desnudo, algo torpe y atolondrado, creciendo –esta vez sí– en público, transitando ese lento aprendizaje hecho de prueba y error, esa lucha solitaria que encaró hasta convertirse en el escritor que fue.
EL ESPÍRITU DE LA CIENCIA FICCIÓN
Por Roberto Bolaño
Alfaguara
224 páginas
$ 349