Una especie de vida
"¿Quién inventó las escaleras mecánicas? Escalones que se mueven. La gente sube y baja por escaleras mecánicas o en ascensores, conduce coches, tiene garajes con puertas que se abren tocando un botón. Luego van al gimnasio a quitarse la grasa. Dentro de cuatro mil años, no tendremos piernas, nos menearemos hacia adelante o quizá simplemente rodemos como rastrojos que lleva el viento. Cada especie se destruye a sí misma." El poeta y narrador Charles Bukowski, un escritor duro, filoso, a menudo más lúcido en sus textos (muchos memorables, como Cartero, Mujeres y La senda del perdedor ) que en sus actitudes, murió en 1994. Poco después, se conoció un tomo con sus peculiares memorias: El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco . A ese libro pertenece la reflexión con que se inicia este texto.
Casi tres lustros después de la muerte de Bukowski, el 10 de marzo de 2008, LA NACION publicaba en primera plana un inquietante estudio realizado por el Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (Cesni) entre chicos de edad escolar de todos los estratos sociales. El doctor Sergio Britos, director asociado del Cesni, le decía allí a la periodista Nora Bär: "Se conoce bien qué y cuánto comen los chicos, pero se sabe muy poco sobre cuánto se mueven". Lo que se sabe, sin embargo, asusta. El 50% de los chicos son sedentarios durante la semana y el porcentaje asciende a 83% los fines de semana. El 19% de los estudiados tienen sobrepeso y el 11% es obeso.
En la misma nota, el doctor Héctor Kunik, presidente de la Asociación Metropolitana de Medicina del Deporte, dice que el panorama es "catastrófico". Señala el creciente sedentarismo de chicos y chicas, niños y adolescentes. "Pasan una enorme cantidad de horas con la TV y los jueguitos electrónicos. Ya no juegan a la pelota, hacen como que juegan "
¿Anticipan estos chicos el escenario que describía Bukowski? ¿No será necesario esperar cuatro mil años, entonces, para asistir a la sociedad de personas sin piernas, de humanos atrofiados y rodantes? Quizá lo más importante no sean las cifras, sino la frase de Kunik: "Ya no juegan, hacen como que juegan". La experiencia es reemplazada por un simulacro. Hay cada vez menos confrontación con las situaciones reales de la vida y, a cambio, vivir se reduce, cada vez más, a estar frente a una pantalla (de computadora, de televisión, de teléfono celular, de reproductor portátil de videodiscos). Ya no importa desarrollar habilidad con la pelota, agilidad en las carreras, plasticidad en la trepada de árboles, ingenio en la creación de instrumentos de juego a partir de elementos simples. Basta con tener pulgares veloces (un patético aviso de televisión glorificaba hace poco a un campeoncito en estas artes). El resto del cuerpo es un depósito de calorías no empleadas. La mente cada vez imagina menos, los ojos se limitan a seguir las instrucciones del panel electrónico. Recluidos en sus cuartos (a los que sus padres no se atreven a entrar para fijar reglas y límites), refugiados en "cibercafés" invariablemente tapiados con ventanales polarizados, los ojos de estos chicos ignoran las amplitudes, las distancias, la diversidad cromática de la luz natural, los aromas cambiantes del aire, la aventura de explorar el planeta al que pertenecen.
En la misma semana en que este diario publicaba el informe de Cesni y la reflexión de Kunik, en La Mañana, el programa radial que conduce Víctor Hugo Morales, varios chicos de entre ocho y diez años entrevistados en los "ciber" contaban que pasaban allí dos o tres horas a la mañana y otro tanto a la tarde. La escuela queda para los ratos libres, casi como un estorbo, una interrupción en su "vivir". Una confesión se repetía en esos labios infantiles: "Antes de ir al trabajo, mi papá [o mi mamá] me dejan acá".
Por supuesto, los chicos no manejan sus vidas a voluntad. Lo hacen sobre las autopistas que les trazan los adultos, en especial sus padres. Los chicos no crean realidades: las replican, las reproducen, operan como eco de ellas. Y éstos son los hijos de una sociedad en la que, cada vez más, se reemplaza la vida por un símil. Son los adultos los que empiezan por sustituir las experiencias vitales por una reproducción de esas experiencias. Prestemos atención a los cientos de impactos visuales y auditivos que recibimos a lo largo del día y registremos cuántas veces se repiten estas invocaciones: "¡Sentí!" "¡Vibrá!" "Conocé sin moverte de tu casa." "¡Alcanzá!" Lo haremos siempre desde la pasividad, sentados, pendientes de una tecla o un botón. El aviso del programa Policías en acción dice: "Tu cuerpo te pide acción, y vos se la das". ¿Cómo? Mirando el programa, atrapado en un sillón, con brazos y piernas inertes. La única acción es la de los ojos desgastados por la pantalla.
Nos ametrallan apelaciones que nos proponen reemplazar la experiencia por algún artefacto que, según la promesa, nos proporcionará las mismas sensaciones que la vida, o aún más (en 60 pulgadas o con una velocidad de varios megas o gracias a miles y miles de pixeles). No es necesario vivir, nos dicen. Hay formas más cómodas y menos riesgosas de desandar el carretel de nuestra existencia. No salgamos al mundo, no experimentemos la diversidad, no afrontemos lo desconocido, no desarrollemos nuestras habilidades, no seamos parte activa del universo al que pertenecemos, no exploremos, no arriesguemos, no tengamos sueños, utopías ni proyectos que vayan más allá de la pantalla más próxima. Evitemos el temor y el sudor, la incomodidad de la búsqueda, el misterio de la vida. Quedémonos quietos y cómodos, pidamos y nos lo traerán. Es mejor chatear que encontrarse con un humano de carne y hueso. Es preferible mirar reality shows de deportes extremos realizados por otros, antes que practicar el extremo deporte de salir a la vida. Es más cómodo espiar la gris existencia de otros a través de los ojos artificiales de un "gran hermano" que construir una vida propia, con sentido y trascendencia. En este delivery existencial, pedimos y nos lo traen hecho. Ignoramos los componentes. Simplemente, pagamos y consumimos, ausentes de la experiencia de prepararlo con nuestros recursos, de celebrar la alquimia que integra ingredientes, ajenos a la ceremonia de la cocción y a la celebración de compartir lo creado.
"Entre el buscar y el encontrar reside la tensión de la vida humana", decía el filósofo existencialista israelí Martín Buber. Es una tensión creativa, es la búsqueda de un sentido.
Esa búsqueda necesita movimiento, necesita multiplicidad de experiencias, diversidad de contactos con lo real. ¿Cómo lograrlo hundido en un sillón y pegado a una pantalla? ¿Cómo pretender que los chicos sientan sed de vivir, hambre de conocer y ansias de explorar el mundo en el que viven, si los primeros sedentarios (físicos y espirituales) son los adultos que los preceden y que les transmiten mapas y modelos?
En realidad, las duras cifras del informe de Cesni, aunque se basan en chicos, hablan del mundo de los adultos. El psicoterapeuta y filósofo Sheldon Kopp (autor, entre otras, de la célebre obra El ahorcado ) sostenía: "Para vivir tu propia vida tienes que crear tu propia historia". Y esa historia no se construye en la pasividad, en el sedentarismo orgánico y emocional. Hay que salir al mundo a buscar los ladrillos. De lo contrario, no nos espera (y menos a nuestros hijos) una vida, sino apenas una especie de vida.